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Otra vela para un entierro

Creo que ha estado muy bien el artículo de Pablo de la Higuera en estas páginas. Me refiero al titulado "De un ex liberal decadente a un ex marxista converso". Yo no sabía que Mario Vargas Llosa hubiera sido un marxista sectario, pero no me extraña. He conocido a muchos otros que después se han instalado en un liberalismo también sectario y, desde luego, ultraanticomunista. El fenómeno es antiguo y hace mucho tiempo que fue observado con mucha, agudeza por Isaac Deutscher, en el comentario que escribió a aquel libro de ex comunistas que ellos titularon El dios que cayó. En aquella ocasión se llamaban Richard Wright, Louis Fischer, Arthur Koestler, André Gide, Stephen Spender e Ignazio Silone (estos dos últimos sí fueron, por cierto, activos colaboradores del Congreso por la Libertad de la Cultura, organismo cuya financiación por la CIA alcanzó notoriedad en un momento determinado, efectivamente).El desplazamiento de escritores y artistas o intelectuales varios a muy militantes posiciones de derecha no es, desde luego, un fenómeno de hoy. No es preciso esperar a casos, más, o menos pintorescos y más o menos recientes, como Roger Garaudy (hoy musulmán y entonces no lejos de quienes llamaban a Sartre "víbora lúbrica" en cuanto se descuidaba un poco), Jorge Semprún, Fernando Claudín, Yves Montand o, por lo que se ve, Mario Vargas Llosa, para registrar las características propias de ese fenómeno que, por lo demás, pone las cosas en su normalidad estadística; de manera que lo normal es, por ejemplo, que los escritores lleguen a posiciones como las que adoptaron Malraux, Steinbeck o Dos Passos... en su última época. Lo anormal para un escritor es ponerse y mantener se (pongamos a Oscar Wilde) en el lado de la subversión. Ponerse decididamente en el lado de la izquierda es, por mucho que se haya dicho infinidad de veces lo contrario, impropio de estos oficios: es lo insólito que se produce en función, sobre todo, de ciertas autoimposiciones éticas, y no como consecuencia natural de las vocaciones propias de la sensibilidad artística. La palabra compromiso apunta precisamente a la no naturalidad de la implicación de los artistas en las luchas políticas. Desde luego, se ha dicho durante un período quizá de ingenuo optimismo que la inteligencia está a la izquierda, como el corazón, y que escritores como Ezra Pound, Céline o Claudel se contaban entre esas excepciones que confirman -como también suele decirse- la regla, y si la referencia, cuando se habla de inteligencia, es a esa facultad humana, la afirmación es, en mi opinión, muy acertada; pero las cosas son diferentes si la palabra se escribe de esta otra manera: intelligentsia, pues entonces nos referimos a una capa social sobre cuyas características es acertado el pensamiento de Chomsky (de raíces bakuninistas, según nos cuenta Carlos P. Otero en su libro La revolución de Chomsky), según el cual -y ahora citamos a Otero- "los clérigos de la intelligentsia (en general, y no sólo la bolchevique) han tendido de hecho, con raras excepciones, a ser obedientes y sumisos respecto a algún Estado, generalmente el suyo (...)". De mi experiencia personal podría contar, por señalar un caso cualquiera, que durante el franquismo en Madrid no pasábamos de media docena los escritores y artistas decididamente activos en aquella lucha cuando se trataba de arriesgar un poco de nuestro pellejo en tan desigual combate. Eran muchísimos los que no participaban en nada, otros los que se limitaban a suscribir -a veces a regañadientes- este o aquel documento, y no pocos los que se negaban explícitamente incluso a esto.

El asunto concreto de los ex comunistas ya lo dejó bien contado y explicado, como he dicho al principio, Isaac Deutscher. No sé si Vargas Llosa fue comunista de carné, y no es ello lo más relevante puesto que actitudes marxisto-sectarias han sido mantenidas también en el plano meramente ideológico, y por personas posteriormente conversas al antimarxismo también sectario y radical; pero lo -que hace ya tantos años escribiera Deutscher para gentes que, como Silone, se quedaban como instaladas en la cruzada anticomunista (hasta pensar que la "lucha final" lo sería entre los comunistas y los ex comunistas), puede reproducirse hoy para este escritor peruano y le va como anillo al dedo. "La completa confusión intelectual y emocional del ex comunista", escribió Deutscher, "le hace inadecuado para toda actividad política". Es cierto, desde luego, que "generalmente el intelectual ex comunista deja de oponerse al capitalismo", y eso no sería de extrañar, pero sí puede llamar más la atención, a pesar de que para la minoría de las gentes más atentas a estas cosas el asunto huela, como antes se decía, a puchero de enfermo, que a menudo une sus fuerzas a los defensores de éste (del capitalismo) y aporta a esa tarea la falta de escrúpulos, la estrechez mental, el desprecio a la verdad y el odio intenso que le fue imbuido por el estalinismo. Continúa siendo un sectario. Es un estalinista vuelto del revés". ¡Cuántas veces he recordado estas palabras ante el comportamiento, que sólo a duras penas puede llamarse conducta, de gentes ante las que yo siempre he sido sospechoso: cuando no era comunista porque ellos eran la conciencia del comunismo, y desde que lo soy porque ellos son ex comunistas! Mientras tanto, yo he seguido tratando de ver la realidad y de tomar una posición nada más que decorosa ante ella.

En realidad, estas buenas gentes lo pasan seguramente muy mal, incluso en el curso de su medrada glotonería. Es posible que ellos no se interesen -como el mismo Deutscher decía- "por otra causa que la de su propia justificación". Ello les hace mirar con los peores ojos del mundo lo que ocurre en el Kremlin y todo lo que emana de aquellas fuentes en otro tiempo sagradas. Siempre me han parecido muy mal -tengo que decirlo- los comportamientos de estas gentecillas que un día me miraban desde las alturas de su ortodoxia comunista y otro día lo hacen desde las alturas (siempre ellos se hallan en las alturas) de sus nuevos credos. El liberalismo económico parece la última panacea. ¡Dios mío, qué penosos resultan los movimientos de esta intelligentsia! Ahora recuerdo, no sé por qué, la angustia con que un intelectual como Einstein, en los preludios de una gran catástrofe, apostaba por una economía dirigida, capaz quizá de salvar los horrores que en su momento se cernían sobre el mundo. ¿Agente quizá del imperialismo soviético? Con la circunstancia agravante de que era José Stalin quien entonces estaba en la palestra.

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Es verdad que los pobres intelectuales se encuentran, a veces, en cada lío y en tales circunstancias que habría no poco que decir a su favor cuando se los ve vacilar y tambalearse: se nos ve vacilar y tambalearnos. Pienso ahora en Hölderlin, pero podría citar mil otros entre los que tantas veces se han visto en el trance de elegir entre Napoleón y la Santa Alianza. Es el momento en que aparecen ex jacobinos como Wordsworth o Coleridge, pero también posiciones como las de Jefferson, Goethe o Shelley. Y otras. La verdad es que no nos encontramos en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, ¿es estrictamente necesario que haya gentes, en todo este confuso y laborioso proceso, como la actual gobernadora Brabo -que fue cooptada al Comité Central del PCE siendo yo miembro (fugaz, es cierto) del mismo- o el abogado Mohedano? Es por citar un par de nombres entre otros cualesquiera. Parodiando aquella vieja letanía a nuestro señor Don Quijote, de Rubén Darío, estoy por decir ahorita mismo: de los ex comunistas, líbranos, señor.

También estamos quienes hemos sido, mejor o peor, militantes de un partido comunista y no somos, sin embargo, ex comunistas. Rara avis in terra. Por mi parte, siempre he defendido el carácter subversivo de la doctrina del arte por el arte, y he aplaudido con mis dos manos a Oscar Wilde, a la par que he intentado ser -me temo que sin mucha fortuna- un excelente bolchevique. No sé, no sé. ¿Cómo negar que la intelligentsia es una capa social difícilmente determinable? Pero también -como decía el otro-, "una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa".

En fin, hagan ustedes lo que quieran. Muevan ustedes, colegas, sus culetes, mostrando su contento, en este mundo cuya entraña más siniestra ha recordado hace unos días aquí Javier Sádaba: el hambre. "Me parece del todo evidente", escribió hace tiempo ese otro intelectual a quien antes ya hemos citado y que es uno de los pocos que nos recuerdan siempre la dignidad tan olvidada de nuestros oficios, Noam Chomsky, "que los problemas clásicos tienen mucho que ver con nosotros; se puede incluso afirmar que se han agravado en amplitud e intensidad. Por ejemplo, la paradoja clásica de la miseria en medio de la abundancia es hoy un problema creciente a escala internacional".

Cuando, en el título de este artículo, he citado un entierro, me refería al Congreso de Intelectuales que se celebró hace unos meses en Valencia. A él aporto yo ahora esta pequeña vela que nadie me ha dado ni pedido.

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