Una modalidad no conseguida

Los Mundiales de Roma han dañado seriamente la imagen de la marcha atlética. El dramático espectáculo de las marchadoras ha mostrado la innecesaria dureza de la prueba. Ahora hay que añadir un dato más: los atletas corren y no marchan. Sucede, sin embargo, que los jueces están atacados por cegueras temporales y eliminan a unos, como Llopart, y permiten las carreras de otros, como el alemán Gauder, ganador de la prueba.El atletismo nació como una prolongación competitiva de las actividades naturales del hombre, que corre, salta y lanza. Marchar, no; por lo menos a la manera que exige el reglamento. Resulta paradójico que la marcha retire el protagonismo al atleta y se lo conceda al juez. En Roma, la actuación judicial ha tenido las trazas de una cacería. Llopart y Mercenario -estrellas de la especialiad- fueron invitados a abandonar, y como ellos una exhaustiva relación de atletas.
Y, sin embargo, los jueces se han mostrado indulgentes. De haberse tomado su trabajo con seriedad, no se hubieran celebrado las ceremonias de entregas de medallas. Gauder caminaba ayer alegremente por las calles romanas, los dos pies en el aire, sin recibir la amonestación de los peritos, que evidentemente confundían el cielo con la tierra cuando obervaban al alemán. La discriminación derivaba en otro aspecto. Los jueces controlaban arbitrariamente a los marchadores, pero ¿quién controla a los jueces? Un guirigay de gran calibre.
Nada parece lógico en esta especialidad. La visión de los marchadores emociona por la magnitud de su esfuerzo, pero desencanta por su falta de naturalidad. Pedir a una persona que, durante 10, 20 o 30 kilómetros, mantenga un pie en el suelo hasta que posa el otro en el suelo no parece una acción deportiva. Recuerda más a la tortura china.
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