Fútbol y futbolín
MIENTRAS LOS aficionados al fútbol trataban de superar su estival mono particular a base de partidas de futbolín y, sobre todo, de especulaciones sobre cuáles serán los jugadores extranjeros que descartarán este año los grandes clubes, resulta que el asunto estaba resuelto de antemano por la propia federación. La situación se presentaba complicada. En Barcelona, por ejemplo, el regreso del fenómeno alemán Schuster obligaba al club a prescindir de dos de los tres jugadores británicos incluidos en nómina. ¿A quién sacrificar? Hughes fue contratado por ocho temporadas, Lineker era indiscutible tras los goles marcados al Madrid y Archibald se había ganado al público tras su tardía recuperación por Núñez en el último tercio de la Liga. El Atlético de Madrid tenía que desprenderse de su jugador de más clase, Alemão, para dejar hueco al portugués Futre, indiscutible desde el momento en que su fichaje había determinado la elección del nuevo presidente del club, y al último descubrimiento de Menotti, un tal Zamora. En fin, el Madrid tenía un compromiso con Valdano pero, dando por descontado que Hugo Sánchez sería uno de los dos elegidos, cumplirlo significaba despedir a Jankovic, de rendimiento óptimo la temporada pasada.La federación ha venido a solucionar tan graves dilemas con una solución salomónica. Todos podrán jugar, aunque en cada partido sólo podrán hacerlo dos jugadores foráneos. La decisión se hace depender del artículo 59 del nuevo reglamento de jugadores, aprobado en la asamblea extraordinaria de julio. Dicho artículo reconoce a los jugadores extranjeros inscritos "dentro del régimen de los cupos excepcionales ( ... ) idénticos derechos y obligaciones" que a los demás profesionales. La lectura que se hace del artículo 59 resulta discutible. Porque la cuestión reside en la fijación de esos "cupos excepcionales": si se limita a dos el número de extranjeros por club, es a esos dos jugadores a quienes se reconocen los mismos derechos que a los nacionales.
La interpretación ad hoc que ahora se hace resulta, por ello, demasiado arbitraria como para despejar las suspicacias respecto a la larga mano de los equipos más poderosos, o de algunos de entre ellos, en la federación. El hecho de que ningún presidente de los equipos más modestos estuviera al tanto de las insólitas posibilidades del artículo 59, mientras que da la casualidad que los tres clubes con mayor presupuesto se encontraban en el dilema de tener que decidir de cuál o cuáles de sus figuras se desprendían, abona la, hipótesis conspirativa.
Pero es que incluso si no fuera así, y todos estuvieran en la inopia, la sensación de chapuza que el asunto revela resulta inefable. Claro que, en este terreno, la federación no hace sino reflejar el chapucerismo que viene caracterizando al fútbol español, en el que ya nadie se asombra de hazañas como la de que uno de los mejores jugadores del mundo, Schuster, tenga que pasarse un año entero apartado de las competiciones por capricho de quien le contrató.
Dicho esto, hay que recordar que sigue pendiente la contradicción entre la legislación laboral de la Comunidad Europea y la normativa específica que se aplica todavía en varios países, España incluida, respecto a la contratación de los futbolistas. El español Manuel Marín, comisario de la Comunidad para Asuntos Sociales, advirtió hace tiempo de esa contradicción y recomendó la adopción de medidas paulatinas que fueran aproximando progresivamente la normativa particular a la general. Aquí, según parece, los que están en la pomada han decidido tirar por la calle de en medio, tan transitada cuando de lo que se trata es de imponer tortíceramente una política de hechos consumados. En el reino de la chapuza, los especialistas en improvisaciones tienen el futuro asegurado. Aunque sea como estrategas de futbolín.
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