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Averías

Que los retiren del servicio. De pronto he tenido la revelación de que los aviones supervivientes de la II Guerra Mundial, nacidos para matar, van por esos cielos con una asignatura pendiente en el alma. Les han quitado las ametralladoras y las bombas, pero no un instinto de muerte frustrado cotidianamente como un olfato de asesino con bozal. A Buñuel se le ocurrió filmar un burro podrido, Remarque hizo literatura del destrozo de caballos en la I Guerra Mundial, a Malaparte también le gustaban los caballos putrefactos y los hombres aplastados en las carreteras por los tanques amigos o enemigos. Pero tanta innegable imaginación creadora no habría podido anticipar esa furia ciega y asesina de un viejo Boeing 377, con más de 40 años de servicio, es decir, responsable de su cara.Caballos con los escorzos rotos, huidores decapitados en sus propios coches, comensales flainbeados al fuel-oil y el avión semidestrozado ardiendo aún se afanaba en conservar el último suspiro para llegar a un depósito de gasolina donde 250.000 litros de combustible le prometían el esplendor de la pira definitiva. No se puede tener todo. No sólo en las películas el asesino queda a un. palmo del detonador que destruiría la tierra porque los guionistas consideren que sería un final excesivo. El fracaso del Boeing 377 en su incendiado arrastrarse hacia el apocalipsis cabe atribuirlo a ese guionista de la realidad que cada religión llama de una manera diferente. En mi religión ese guionista se llama Azar. En realidad es un co-guionista, un dios menor que ni se entera de su condición de dios. De hecho, su gran mérito es que no se entera nunca de nada, a diférencia de otros dioses que están todo el día en todas partes. Y así nos va.

Hay muertos concretos, heridos cuyo dolor conmueve, pero tras miles de años de historia de la imaginación es imposible evitar la sospecha de que haya máquinas de matar locas que disimulan a la espera de una coartada. En el lenguaje de las máquinas, las coartadas se llaman averías.

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