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Reportaje:

Acampar a la vuelta de la esquina

Madrileños y 'aves de paso' llenan los dos 'campings' situados a 10 kilómetros de la Puerta del Sol

El canto de las cigarras apaga el rumor de los coches. No muy lejos se adivinan las colmenas de Hortaleza y Canillejas, donde cientos de pisos se levantan sobre un puñado de metros cuadrados. Casi a la vuelta de la esquina, decenas de campistas buscan una buena sombra para montar el chiringuito. A 10 kilómetros de la Puerta del Sol, dos campings acogen a más de 1.000 visitantes, entre estudiantes con mochila, aves de paso y madrileños perezosos. El Ayuntamiento, por su parte, planea la construcción de un camping municipal.

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El tercero, en San Martín de la Vega

Todo un vergel. La caravana de José Rubio está envuelta en una selva de árboles y enredadera que para él quisiera el mejor jardinero. "Hemos recorrido todo el camping hasta encontrar esta parcela. Pero no creas, la enredadera la he hecho crecer yo a base de mucho alambre y mucha paciencia".José Rubio, militar retirado de 53 años, es el veterano del camping Madrid: 21 años como cliente fijo. Raro es el fin de semana que no se acerca desde su piso de la calle de Ferraz hasta su segunda residencia. Un paseo de 10 minutos. El camping Madrid está situado a la altura del kilómetro 11 de la carretera de Burgos, junto a la urbanización de lujo La Moraleja.

Once metros cuadrados dan mucho de sí. La caravana de Rubio y su esposa, Pilar Santos, es como una casa de juguete: salón, cocina, dos; camas, armarlos y cuarto de aseo, con inodoro desmontable. "¿Para qué queremos más?". Después de varios años con la caravana a cuestas, Rubio se ha inclinado por la comodidad. "Esto tiene más ventajas que otra cosa. Estamos en pleno campo y, de paso, aprovechamos y hacemos la compra en el hipermercado. Y luego, la tranquilidad, el poder estar en bañador y todo eso...".

Tertulia en el fregadero

Poco parecen pesarle los rulos a una mujer que acude a la piscina en busca de sus hijos. Más allá, un hombre tiende apaciblemente la ropa. Otro le da a las chapuzas mecánicas y un último afila el cuchillo junto a la fuente. Después de comer, casi todos ellos coincidirán en la tertulia del fregadero público. Los residentes fijos -unas 65 familias- ocupan una sexta parte del camping en verano. Pagan al mes una media de 5.000 pesetas, que se dispara por encima de las 10.000 en julio y agosto.El resto, hasta 374 plazas, son turistas de paso. La tarifa para una familia con dos hijos, coche y caravana ronda las 1.500 pesetas al día. Los extranjeros son mayoría: desde el autobús de estudiantes con mochila hasta la familia del cochazo con caravana. También hay visitantes ocasionales por cuestión de trabajo, como 20 integrantes de la compañía Holiday on Ice, que actúa estos días en Madrid. "Viajamos con caravana porque te sientes como en casa, vayas donde vayas", afirma el británico David Cousans, de 30 años, mientras se tuesta junto a la piscina.

A menos de un kilómetro del camping, el autobús lleva al turista hasta la plaza de Castilla en 10 minutos. Llegar en coche es otra historia. La única señal existente en la autopista es casi invisible a 60 kilómetros por hora.

Los campistas cuentan las vicisitudes de un holandés errante, que estuvo varias horas dando vueltas con su automóvil hace unas semanas para hallar la entrada. Al final no le quedó otro remedio que pedir a un taxi que le abriera el camino.

Falta de indicaciones

Un despiste puede llevar al conductor que busca el camping de la Alameda de Osuna a las mismísimas puertas de Guadalajara. La falta de señalización para llegar hasta él desde la carretera de Barcelona contrasta con la avalancha de indicaciones para salir al centro de Madrid. Y es que la proximidad del metro de Canillejas, a cinco minutos de camino, es la baza de este camping, con poco más de 300 plazas. Los precios son ligeramente superiores a los del camping Madrid.La anfitriona, María Luisa Jiménez, tiene ese aspecto cincuentón de llevarse bien con todos. "¿Españoles? Pocos, muy pocos. Aquí no admitimos residentes de Madrid o de la provincia. Hay de todo: italianos, alemanes, ingleses, holandeses... Recuerdo la batalla campal que tuvimos en el Mundial del 82. ¡Salimos en los periódicos!".

Los campistas que se apiñan a la sombra de los pinos suelen quedarse dos o tres días. Durante sus 30 años de existencia, el camping ha cosechado una surtida clientela de las antípodas. Nod Howard, australiano de 30 años, reposa junto a una furgoneta en compañía de cuatro amigos. Sudor hasta las cejas y rostros cansados. "Acabamos de llegar desde Portugal y estamos rendidos. No creo que vayamos a Madrid hasta mañana". Su compañero, Stick Collins, despliega apresuradamente un cartel taurino y pregunta cómo conseguir una entrada para la corrida de hoy, domingo.

Mientras tanto, los españoles llegan con cuentagotas. Un pontevedrés, Antonio Lago, de 42 años, es uno de los pocos rostros familiares. "A mí me va la aventura, hasta que el dinero y el tiempo aguanten. Estoy de paso, a la espera de que lleguen mi mujer y mis hijos en avión".

El aeropuerto de Barajas queda a un paso, igual que la vía del ferrocarril y la carretera... Sin embargo, el sedante por naturaleza es el canto de las cigarras y de los grillos.

Tres estudiantes suizas llegan cargadas hasta los dientes, a la busca desesperada de una sombra donde descargar las mochilas. "Hemos llegado hasta aquí desde Dinamarca, huyendo del frío. A propósito, ¿hasta qué hora funciona el metro por la noche?".

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