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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guerra de embajadas

FRANCIA E Irán están al borde de una ruptura de relaciones diplomáticas. Teherán acaba de anunciar que romperá las relaciones si en un plazo de 72 horas no son castigados unos aduaneros que registraron a un diplomático iraní y si no se levanta la vigilancia de su embajada en Paris.La escalada se inició con la desaparición el 3 de junio de Wahid Gordji, traductor de la embajada iraní en París, sin estatuto diplomático, cuando debía comparecer ante el juez que investiga los atentados terroristas del otoño pasado. La policía considera que Gordji es el jefe del servicio secreto y que está relacionado con el terrorismo. Al mes de su desaparición, la televisión iraní transmitió una ceremonia dentro de la embajada en la que Gordji actuó como traductor. Era una: provocación descarada a las autoridades francesas. Desde entonces las cosas se han precipitado. La embajada francesa en Teherán es sometida a estrecha vigilancia. El mercante francés Ville d'Anvers es atacado por lanchas iraníes en el golfo Pérsico. En la parte francesa del aeropuerto de Ginebra es registrada la cartera personal del diplomático iraní Aminzadeh. El fiscal del Irán acusa de espionaje al cónsul francés en Teherán, Jean-Paul Torri.

El telón de fondo del conflicto es la guerra entre Irán e Irak, en la cual Francia es uno de los principales abastecedores de armas a Irak. Pero el origen directo de la tensión actual está en el error político de Jacques Chirac, que creyó que podría obtener la liberación de los rehenes franceses de Líbano haciendo concesiones a los iraníes. Frente a la dureza del Gobierno socialista, Chirac quiso apuntarse el éxito político del retorno de los rehenes. Con tal fin, hizo concesiones tales como la expulsión más o menos encubierta de enemigos de Jomeini residentes en Francia. En el tema de la deuda, Francia realizó un pago de 330 millones de dólares mientras se negociaba el saldo definitivo. En ese período, cinco rehenes ftanceses fueron liberados en Líbano, prueba aparente de la conexión de Irán con los secuestradores. Pero quedaron presos los cinco rehenes más significados.

Es curioso el paralelismo entre esta actitud de Chirac y el razonamiento que llevó a Reagan al pantano del Irangate. Sin embargo, cuando el Gobierno de Teherán exigió a Chirac el cese del suministro de armas francesas a Irak, la respuesta fue negativa. A partir de esa negativa, el flirt entre Chirac y los iraníes se ha ido desvaneciendo. Entraron en acción nuevos métodos de presión y la terrible ola de atentados del otofío pasado, porque los hilos de la culpabilidad, a través de los grupos fundamentalistas, se remontan hasta Teherán.

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Hasta hace poco, los iraníes pudieron jugar para su política de chantaje con diferencias existentes en la política y administración francesas. Hoy, al menos en el terreno político, esa etapa está superada. Mitterrand y Chirac coinciden en una política de firmeza. El Gobierno Chirac ha declarado que no se someterá al chantaje de los iraníes y los socialistas apoyan la actitud del Gobierno.

Pocas posibilidades tiene Francia de salir airosa del atolladerd. El Gobierno iraní saca ventaja de la propia ilegalidad de los métodos que emplea. Los gobiernos occidentales no han sido capaces de elaborar una política seria ante el fenómeno de la revolución islámica y han perdido peso moral como efecto de conductas contradictorias que invocaban la lucha contra el terrorismo. Por añadidura, es difícil que Francia pueda contar hoy con una solidaridad europea sin condiciones, sobre todo cuando las gestiones de la ONU para un alto el fuego entre Irán e Irak hacen aconsejable no cortar los puentes con Teherán.

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