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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Vida y muerte

Una carta mía del pasado 24 de junio ha provocado diversas reacciones, publicadas en esta sección de EL PAÍS el pasado día 11 del actual. Algunas de ellas las considero desproporcionadas y, tratándose de la vida y la muerte, creo que merecen alguna precisión.Es falso que yo haya "asumido o justificado repetidamente una moral de guerra", según escribe el señor Fidalgo. Jamás lo he hecho y espero no hacerlo jamás. Un pacifista raramente podría actuar de otro modo. Como él y tantos más, habré protestado, más por unas calamidades que por otras. Pero es ésta una inconsecuencia de la que nadie está libre. A cualquier persona se le podría pasar una lista de muertes por las que no ha dicho palabra alguna. Especialmente a aquellas que dicen pasar de política o que no tienen ojos para la crueldad humana, pero que ponen el grito en el cielo cuando algo les molesta de cerca. De manera semejante, le recuerdo al señor Calzada que ni soy comisionado alguno para defender a HB ni distingo, con calculadora, entre algunas muertes y todas las muertes. Cualquier muerte causada por un hombre a otro hombre es repugnante, ocurra de modo directo o bajo la capa hipócrita de la sustracción de bienes necesarios para subsistir.

Lo que sucede es que tanto detrás de estas cartas como de otras reacciones que he podido detectar, al margen del periódico, parecen dibujarse dos acusaciones concretas. La primera es ésta: votar a HB es ser responsable, verbi gracia, del atentado de Barcelona. La segunda sería esta otra: en este momento lo importante es condenar la violencia en una especie de cruzada que por todas partes ve tibios o cómplices. En ello se resumiría el problema vasco.

Respecto a lo primero, recomendaría desempolvar una oportuna distinción que, Pedagógicamente, hacía un filósofo de la ciencia nada radical. Invitaba a diferenciar lo que uno intenta de lo que uno implica. La implicación va mucho más allá y es distinta de la intención. Por eso quien quisiera borrar las intenciones de muchos de los votantes de HB debería borrar también las suyas y hacerse responsable, si ha votado dentro de la Constitución, de la muerte del obrero de Reinosa, de los tres millones de parados y de mil cosas más. Y, desde luego, sería grotesco que levantará la voz quien, por ejemplo, hubiera dicho sí a la OTAN. Éste tendría sobre su conciencia buena parte de las miserias de- la humanidad. Supongo que ni una cosa ni otra.

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En relación a la condena de la izquierda vasca, la reducción aludida me parece de una simplicidad escandalosa. No pertenezco a partido o movimiento alguno. Lo único que he intentado, dentro (le mis posibilidades, es que no se simplifique un problema que exige más bien todo lo contrario: imaginación, tolerancia y una discusión pública. Sólo así ganaría la libertad de todos.

He de confesar que, día a día, aumentan las razones para ser escéptico. Una agresividad nada democrática y un miedo suicida a la palabra están haciendo que las cosas tomen un camino irreversible, que dos comunidades vayan por historias contrapuestas, y que lo que es un problema que desentrañar se esté convirtiendo en la trama de una confrontación violenta. Ojalá no sea así-

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