Vivir en la calle
Una concentración de vagabundos duerme al aire libre en el centro de Madrid
A escasos metros de la Gran Vía, muy cerca del cine donde se anuncia Una habitación con vistas o de la sala donde actúa Norma Duval, una treintena de vagabundos subsiste en las condiciones más penosas. La plaza de Santa María Soledad se ha convertido en el último refugio para personas que viven en la calle. Duerme en cartones en el suelo, se lavan en una fuente y se alimentan de bocadillos. Ellos aseguran que viven como los perros y que los vecinos quieren echarlos de allí.
Ester, una mujer joven en avanzado estado de gestación, se levanta las faldas para lavarse las piernas en un pequeño estanque situado en el centro de la plaza de Santa María Soledad. A su lado, un joven rubio, con el brazo tatuado de pinchazos, se da espuma de afeitar en la cara. Con la maquinilla de plástico en la mano, el muchacho pide inútilmente que alguien le ayude a afeitarse el bigote. Los bancos de la plaza están ocupados por una docena de hombres y mujeres, cargados con bolsas en las que sobresalen mantas y algo de ropa sucia."Lo único que me jode es que esto esté tan mal repartido", asegura Rodrigo Castillo, un sevillano de 40 años, con más de 20 detenciones a sus espaldas. Ha dormido allí mismo sobre un cartón y tiene el cuerpo dolorido, "como si me hubieran dado una paliza". Lleva barba, tiene los ojos como inyectados, está descalzo, viste ropa sucia y despide un fuerte olor. Vive de recoger todo lo que encuentra por la calle y asegura que su madre tiene una casa en Manoteras. "Cuando la veo le beso los pies, pero no puedo estar con ella", explica. Rodrigo, conocido como Manitas de Oro, da un trago al vino servido en envase de tetrabrik y responde que los vecinos no tienen de qué quejarse. "Dónde quieren que vayamos", dice otro hombre que está sentado a su lado.
Los vagabundos no niegan que muchas de las personas que viven en la plaza están pilladas con la heroína. Entre ellos comentan que ha llegado una buena partida de jaco (heroína). El problema para comprar una papelina será conseguir dinero o mercancía.
En la plaza, tener la suerte de cara significa que uno ha conseguido hacerse con un par de carteras cargadas de lechugas (billetes de 1.000). La policía, a través de la comisaría de Centro, sabe quiénes son y dónde viven, pero no tiene cargos contra ellos. La mayor parte conoce bien las dependencias policiales y se queja del trato que recibe. Cuando el hambre aprieta se compran pan y un poco de fiambre, y cuando el sol se hace insoportable se resguardan a la sombra de los soportales. "No me acuerdo de la última vez que comí caliente", asegura María, una mujer de 27 años que por su aspecto podría pasar por una de 40.
La gente de la plaza conoce a María como la Mami. Está casada y tiene dos hijos de seis y ocho años. Define su vida como un calvario y asegura con tristeza que todo empezó a ir mal cuando se ahogó su hermano en Zaragoza. Entonces empezó a beber y lo abandonó todo. Ahora vive de pedir limosna.
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