Bienes
A los habitantes de Riaño no parece animarles ningún interés regresivo ni antihidráulico. Tampoco es probable que escondan nada en contra de la obra pública en sí, ni contra quienes propugnan el bien rural inspirado en los riegos que fertilizarían amplias zonas de León, Valladolid y Zamora. Se trata de gente normal, esa que vive en Riaño, pese a que ahora se les vea como unos locos subidos a los tejados o sin la menor compostura frente a las fuerzas del orden. Lo que les pasa a los habitantes de Riaño es que se les ha puesto en la violenta tesitura de proclamar esta verdad universal: al vecino no le importa ni poco ni mucho el bien de la humanidad si ha de ser a costa de que le inunden la casa.Las instituciones suelen comportarse con enorme cinismo cuando hablan de la solidaridad del género humano. Sacerdotes, desamparados, políticos sin porvenir son muy cargantes en este asunto. Hay que vivir directamente la presencia de los demás, sus manías, su mal carácter, su modo de comportarse en los autobuses para hacerse una idea de lo que es la humanidad tomada en conjunto y las consecuencias que tendría dejar que ganara todos los pleitos. Sacrificarse por los demás seres humanos, dejarse expropiar un jardín para que crucen los camiones, ver con satisfacción que te arrasen los muros del hogar por la recompensa de escuchar algún día el murmullo de un pilón donde abrevarán las bestias es cosa de bordes. Lo primero y más legítimo es uno mismo. Lo demás, y los demás, viene después, y es ya incomparable. Todos aquellos que proclaman el deber de renunciar al beneficio propio en función del ajeno o encuentran natural subordinar el bien personal al general hablan un lenguaje inhumano, incluso sagrado. No hay más bien que aquel en el que se llega a ser parte, beneficiada o benefactora, libremente. El resto es secuestro, amputación y suplicio. Los de Riaño acaso no tengan razones ciudadanas, pero les asiste la razón del ser vivo. Aun en el más cabal razonamiento en su contra sigue latiendo la idea de exterminio.
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