Los italianos y la política
Italia vota. En el cúmulo de mensajes que los partidos vuelcan sobre los ciudadanos durante la campaña electoral, nunca como en esta ocasión los programas políticos se han transformado, a través de los spots televisivos, en eslóganes publicitarios. Pero, ¿qué piensan los italianos de la política? El interrogante tiene una legitimidad de actualidad porque la prolongada crisis que ha desembocado en el Gobierno Fanfani y en las elecciones anticipadas ha sometido a dura prueba a la opinión pública, provocando el mal humor de la gente y al mismo tiempo aumentando la indiferencia hacia un juego político inexplicable para muchos.Nunca antes la distancia entre Palacio (así llamaba Pasolini, despectivamente, a las instituciones) y la sociedad civil ha sido tan profunda. Y nunca antes el poder político ha sido tan abstracto, aislado en sus estrategias de dominio, alejado de las necesidades reales y de las exigencias concretas. Y esto es así hasta tal punto que el mundo de los empresarios, aunque no puede ignorar al mundo de la política, se mueve por su cuenta, en autonomía.
La Italia que va a votar mañana y pasado mañana ha asistido en las últimas semanas al choque violento entre la Democracia Cristiana (DC) de De Mita v el Partido Socialista (PSI) de Craxi. Uno y otro de estos partidos espera mejorar sus posiciones: la DC con el fin de arrebatar a Craxi el papel de árbitro de la situación parlamentaria y el sillón de presidente del Consejo de Ministros, que ansía a toda costa; el PSI para volver a ocupar el sillón que ha. sido de Craxi durante casi cuatro años, y preparar, en un lejano futuro, un Gobierno alternativo con las fuerzas laicas y el Partido Comunista (PCI), relegando a la DC a la oposición. Mientras, el PCI de Alessandro Natta ha tratado de tranquilizar al electorado no comunista y se ha mostrado muy cauto, -al igual que los otros dos partidos mayores, respecto de las eventuales alianzas: con la DC, en nombre del compromiso histórico; con el PSI y las fuerzas laicas, en nombre de la altemancia. También los obispos han querido decir su opinión, invitando al mundo católico a alcanzar la unidad política, con una alusión incluso demasiado clara a que el elector vote a la DC.
Reducidos a su núcleo, estos esquemas políticos son más bien simples. Lo que la gente no comprende es el huracán de palabras, de tácticas y estrategias, de miedos recíprocos, de furíbundas peleas y de golpes de escena extraños; un huracán que arrastra la lógica y el sentido común, oculta la esencia de los hechos, impide o retrasa la solución de los problemas en un eterno ping-pong entre fuerzas opuestas. Y, en efecto, todos los sondeos que se han realizado antes de las elecciones permiten constatar la existencia de un alto porcentaje de electores indecisos, sobre todo en las izquierdas. Éstos serán quienes, en el último momento, determinarán los cambios más decisivos en los votos. Otra incógnita son los casi tres millones de votantes de 18 años, que van a las urnas por primera vez, y el número de sufragios que pueden tenerlos Verdes.
Así pues, hay entre la gente una difusa desorientación, cierto desencanto. Los políticos lo saben y están preocupados, aunque son ellos los máximos responsables de la brecha entre los ciudadanos y la política, fenómeno que es capaz de provocar fastidiosas regurgítaciones de qualunquismo (*) muy próximas a la mentalidad de los electores de derechas. No es casualidad el que una de las previsiones más serias se refiera al aumento de las abstenciones y de los votos en blanco.
Los italianos se han acostumbrado ya a un ritual político que se complace en fórmulas abstrusas, incomprensibles y contradictorias. La política, arte de lo posible, se transforma con demasiada frecuencia en un arte de lo incomprensible, agravado todo ello por el exceso de partidos que se disputan el escenario parlamentario y los electores con fórmulas más que con programas, y por un sistema de equilibrios ya exhausto que no permite alternativas totales de Gobierno (como sucede en otras democracias occidentales) a causa del veto que sufre el PCI y su plena participación en la conducción política del país. No es casualidad que el tema de fondo de la política italiana sea, hoy, la reforma que debería simplificar los mecanismos institucionales.
Pero los italianos son generosos con la política, convocados a las urnas, aunque no con mucho entusiasmo, en mayor número que en otros países. Es un fenómeno bastante curioso, debido sobre todo a la capacidad de movilización de los partidos, en particular de la DC y del PCI, pero también el hecho de que a la elite de la opinión pública le apasiona la lucha política, sobre todo cuando ésta adquiere tintes de agresividad, como si recordasen las violentas querellas que dividían a la Italia medieval de los comuni y que todavía opone y enfrenta hoy a los italianos del Norte y del Sur. Por si fuera poco, no pocos italianos viven de la política, porque trabajan en ambientes políticos o próximos a la política, o bien porque obtienen de la política beneficios lícitos o ilícitos que en cierto modo obliga a quien los recibe a no perder de vista la política, incluso en sus aspectos menos decentes (desde el clientelismo a la corrupción). Hay quien piensa incluso que los italianos están enfermos de política, ya que la más mínima cuestión se transforma en asunto político y compara a los votantes de un partido más con un equipo de fútbol que con ciudadanos conscientes de sus deberes.
Aparte de estas consideraciones, hay un hecho cierto: los resultados de las próximas elecciones van a ser importantes para comprender cómo evoluciona y si evoluciona la actitud de los italianos respecto de la política. Mientras, surge en el horizonte una recesión económica que tiene su epicentro en Estados Unidos; la inflación parece haberse detenido en su caída y muestra inquietantes síntomas de recuperación; el desempleo aumenta y afecta sobre todo a los jóvenes y bloquea las nuevas energías laborales.
Nada de esto, al menos por el momento, parece angustiar a los italianos, ciudadanos de un país en el que la riqueza, por un lado, y el desempleo, por el otro, provocan una especie de estrabismo. Mientras el Sur sigue siendo, pese a algunas mejoras, mucho más pobre que el Norte, están orgullosos de ocupar el segundo puesto mundial como compradores de automóviles de lujo y son grandes compradores de joyas; al menos eso parece teniendo en cuenta que la empresa Cartier-ltalia incrementa su facturación un 15% cada año. Pero la verdadera pasión de los italianos, su único e indiscutible status symbol, se ve confirmada por otro récord como culminación de una fase de nuestra historia reciente en la que incluso hemos conseguido llegar a leer más diarios y más libros: los italianos-compraron el pasado mes de abril 200.000 nuevos automóviles, cifra que -hasta ahora no se había alcanzado nunca en un solo mes. Y si el índice de crecimiento mensual va a continuar manteniéndose sobre un 8%, a finales de 1987 los italianos habrán acabado comprando en un año dos millones de automóviles: un verdadero récord para la industria nacional.
Si este resultado es fruto de la modernización y del bienestar, o bien es el síntoma de un neotribalismo tecnológico que acentúa la degradación de las ciudades y hace aumentar el número de los muertos en accidentes de carretera, no va a ser la politología ni la sociología ni la economía las que nos lo van a decir, sino más bien la etología, la ciencia de quienes analizan el comportamiento animal. Deberemos confiarles a estos estudiosos ese tipo de italiano más culto, más eficiente, "poliédrico, de cerebro flexible, que ha superado ya los tradicionales puntos básicos del trabajo, de la política y de la religión" y que, según una investigación reciente, va a dominar el panorama de la vida italiana hasta 1990, y luego, parece ser, deberá hacer frente a una explosión de conflictos económicos y generacionales, pues en los primeros años de la próxima década "las necesidades no se verán satisfechas adecuadamente".
Sea cual sea el Gobierno que resulte de las elecciones de los dos próximos días, estaría bien que reflexionase atentamente sobre este panorama, para comprender la relación entre los italianos y la política.
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