La caída del imperio mental
Los planteamientos de esta película que hoy emite la televisión son bastante sólidos: un guión de Stirling Silliphant en el que se adapta una novela de Daniel Keyes.En él se nos cuenta el periplo del pobre Charly Gordon, un retrasado mental sujeto a investigaciones de laboratorio en correspondencia directa con el conejillo de Indias. Cuando el ratoncito blanco, con más inyecciones en su cuerpo que un asilo en todo un mes, encuentra el alimento en el laberinto, ha llegado el momento de practicar con Charly.
Y el experimento es satisfactorio. No sólo en un ser pensante normal y corriente, sino en toda una eminencia es en lo que se convierte Charly. Pero desde su atalaya él mismo podrá comprobar cómo el ratoncito va perdiendo facultades y, por extensión, él irá perdiendo facultades. Volviendo ahí de donde vino.
Se trata, como podrá verse de un excelente, angustioso punto de partida para una película cuyo fondo se agota en su mismo anunciado. Charly es un filme que tiene buena fibra de cine fantástico, pero su puesta en escena es rutinaria morosa y cansina. Ni dramática ni psicológicamente -dos bazas a las que los autores de la película podrían haber apostado fuerte- se pisa a fondo el acelerador.
Hoy, un director como Cronenberg podría instrumentar con garra esta historia que ayer Ralph Nelson aguó. Charly queda en las páginas de la historia del cine, antes que nada, por el Oscar que con su interpretación obtuvo el actor Cliff Robertson.
En el fondo con este Charly de Ralph Nelson, como ocurre con la película sordomuda que nos han traido este año, nos encontramos con uno de esos caramelos excéntricos que tanto gustan de saborear los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.