Montañas rodantes

Ante todo, decir lo mucho que agradecería que publicasen mi primera carta al director. En ésta quisiera añadir algunos puntos sobradamente conocidos, que no cita para nada el señor Lorenzo del Olmo (Cádiz) en su carta al director (EL PAÍS, 27 de mayo de 1987).

En ella alude al supuesto trato discriminatorio hacia los marroquíes que circulan por nuestras carreteras en época estival.

Totalmente a favor en la no discriminación ante cualquie raza, sexo, condición e ideología Es de lo más civilizado. Pero también es de lo más civilizado el comenzar a combatir esas situaciones tan cornunes en verano, viendo a esos mismos marroquíes que atraviesan nuestro país de punta a punta, en unos coches en condiciones paupérrimas, ocupados muchas veces por dos, tres y hasta cuatro personas más de lo permitido, añadiendo a todo esto pertenencias y equipajes.

Resultado: esas montañas rodantes, que apenas pueden rodar por el excesivo peso, apenas pueden frenar por lo mismo y con visibilidad prácticamente nula para ese conductor que, por lo general, lleva horas y horas al volante, con el peligro que esto conlleva para él y para el resto de conductores.

La solución, en mi modesta opinión, no estaría en nuestras carreteras, sino en la frontera, prohibiendo la entrada a todo aquel que no respetara unos márgenes razonables. Amplios, se comprende, pues son familias numerosas de emigrantes que únicamente viajan una vez al año a su país, pero lo suficientemente ajustados para no contemplar esas situaciones a veces hasta superrealistas, que nos provocan desde sentimientos de solidaridad hasta a veces esa pequeña sonrisa.

Dejemos de ser different al menos en este aspecto y situémonos a niveles un poco más europeos. Marroquíes y nosotros mismos, mejorando todo lo relativo al tráfico rodado.-