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El fracaso del proceso Barbie

El proceso de Barbie es un fracaso. No porque el reo se niege a asistir a su juicio -su responsabilidad está suficientemente demostrada-, sino más bien porque el proceso, en lugar de hacer avanzar nuestro conocimiento del período más negro de la historia del continente, ha demostrado la incapacidad de la sociedad francesa para hacer frente a su pasado, para analizarlo y sacar conclusiones del drama vivido. Este fracaso se explica, en primer lugar, por la manera de construir el proceso. Es normal que las víctimas sobrevivientes quieran acusar directamente a Barbie por la muerte de sus hijos o de sus padres. Pero el conjunto de la población no puede transformar el pasado en presente porque, para la gran mayoría de los franceses, lo que pasó en los años cuarenta ya es pasado lejano, aunque no indiferente o ajeno. Convenía aceptar esta distancia histórica y, a través de Barbie, hacer el proceso del nazismo, del racismo y del programa de exterminación de los judíos. Sólo este distanciamiento histórico hico posible que la sociedad francesa se interrogara sobre sí misma y, en el momento en el cual Le Pen defiende de nuevo tesis racistas, sobre su capacidad de resistir a la tentación de transformar a minorías -a los árabes esta vez más que a los judíos- en chivos expiatorios de la crisis y de las angustias presentes.La sociedad francesa no tuvo la capacidad de enfrentarse cara a cara con su historia. Muchos comentaristas han escondido la verdad histórica, hablando en nombre de una nación que había sido invadida por un enemigo extranjero, pero que había unánimemente resistido a la barbarie. La realidad histórica es diferente: al lado de los resistentes hubo delatores y colaboradores y el régimen de Vichy tuvo amplio apoyo. Eso no significa que los franceses tengan que autocriticarse de forma extrem.a. Además, ¿quién tendría derecho a acusarles?. Los ingleses tal vez, o las naciones europeas que no se entregaron a ningún Pétain; pero seguramente no los norteamericanos que apoyaron a Vichy y contrataron a Barbie como agente secreto y le permitieron que escapara de la justicia francesa. Y todos los países que fueron dominados por regímenes fascistas han guardado el más profundo silencio sobre este período de su historia. En la misma Polonia, en el mismo campo de Auschwitz, hasta hace poco no se mencionaba la presencia de los judíos como principal categoría de víctimas. La opinión pública francesa no se negaba a investigar los crímenes de Bar bie y las responsabilidades de algunos franceses: al contrario la mayoría pensaba que era indispensable que los jóvenes conozcan mejor lo que habían sido el nazismo, el racismo y la exterminación de los judíos Por primera vez, historiadores franceses publican libros serios sobre Pétain y Laval. Si el proceso no ha servido para mejorar la comprensión del sistema nazi es ante todo responsabilidad de la televisión y de buena parte de la Prensa. La televisión, tal vez por su misma naturaleza técnica, reemplazó al proceso del nazismo por el proceso de Barbie y transformó el pasado en presente en lugar de transformarlo en historia. Qué nos importa que Barbie haya participado en el narcotráfico o en la represión política en la Bolivia de Banzer; no nos interesa mayormente la vida de este anciano. Y, puesto que no podemos examinar sus crímenes de guerra, cubiertos por la prescripción, era necesario concentrarnos en sus crímenes contra la humanidad y en la denuncia del sistema nazi. La televisión y la Prensa a menudo revelan lo que está escondido, informan a la opinión que no se da cuenta espontáneamente de la importancia de los acontecimientos; pero también pueden ocultar el significado de un hecho histórico, dando prioridad a lo individual sobre lo colectivo, a lo inmediato sobre lo duradero, a lo espectacular sobre lo explicativo.

Pero esta tendencia a transformar a los periodistas en paparazzis y no en guías hacia una mejor comprensión del drama más trágico de nuestra historia, no sería tan peligrosa si nosotros, europeos, tuviéramos una consciencia histórica fuerte. Al contrario, huimos lejos de la historia, como si el peso del pasado fuese demasiado grande para nosotros, como si los ojos no fuesen más capaces de mirar ni lo más hermoso ni lo más feo de nuestro pasado, como si la resistencia molestara tanto como los verdugos nazis a una población más atraída por el Festival de Cannes que por el recuerdo de los campos de concentración.

Alemania no supo analizar su pasado y, Francia, que podía hacerlo más fácilmente, no logró hacerlo. Qué oposición más dramática con Israel y con el proceso de Eischinann, movilizando una consciencia histórica dramáticamente aguda y suscitando un debate profundo entre H. Arendt y G. Scholem sobre el antisemitismo y el nazismo. Israel supo nombrar al nazismo como su,enemigo directo a través de Eischmann. Igualmente, CI. Lanzman, en su película Shoah, no pretendió actualizar el pasado; por el contrario, aumentó la distancia con este pasado para hacer trabajar la memoria y para que la consciencia elabore su crítica sobre el totalitarismo. Necesitamos distanciarnos del drama para pensarlo y construir una actitud responsable frente a las nuevas formas de racismo que constantemente aparecen.

No serán capaces los europeos de construir su futuro si no son capaces de pensar en su pasado. Hoy existe una gran atracción por el pasado; se venden más libros de historia que nunca. Pero, qué pobre historiografia la que sirve para huir del presente. Al contrario, los grandes historiadores siempre fueron conscientes de que su trabajo es el de conocer al pasado, pero a partir del presente. Puede resultar simpático hablar de posmodernismo y necesano rechazar la visión historicista del siglo pasado, pero la incapacidad de pensar en el pasado es la otra cara de la incapacidad para preparar el porvenir. Sobrevivimos, nos divertimos, nos protegemos, pero los grandes problemas del destino personal y de la acción colectiva son demasiado difíciles para nuestra consciencia, fascinada por las lucecitas de la actualidad y del consumo. Ya no nos atrevemos a preguntarnos desde dónde vino el diablo y si todavía está presente entre nosotros para no desperdiciar agradabes week ends de primavera. Un día un estadístico nos enseñará que los accidentes de tráfico han matado a más gente que los campos de concentración y muchos se sentirán aliviados por este descubrimiento, porque es más espectacular y menos inquietante el incendio de un auto en la carretera que la mirada de los condenados a muerte de Auschwitz.

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