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Tribuna:LAS SECUELAS DE LA CRISIS ECONÓMICA
Tribuna
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Sobre el desempleo, el reparto del trabajo y algunas cosas más

El problema del desempleo o paro, tal como hoy día se le conoce, es una consecuencia o subproducto de las crisis industriales y los desajustes o malformaciones del mercado de los países económicamente más avanzados con régimen de libre empresa. En pocos momentos históricos, sin embargo, las tasas de desempleo de los países industrializados han alcanzado cotas tan altas como en la actualidad, a causa de la crisis energética de 1973 y la consiguiente recesión de la actividad económica mundial.Frente a los que creíamos que se trataba de una crisis estructural profunda, los optimistas pronósticos formulados hace más de una década por algunos autorizados augures, en el sentido de que la de 1973 era una crisis pasajera, no se han visto confirmados, desgraciadamente, por la realidad de los hechos. Y mientras las innovaciones tecnológicas espectaculares se vislumbran, pero no acaban de llegar, la crisis económica de 1913 sigue haciendo estragos en los años ochenta, sin que a la altura de 1987 pueda verse con un mínimo de claridad el final de este largo y oscuro túnel.

Andrés Santiago Suárez es catedrático de la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la universidad Complutense de Madrid; en la actualidad, en situación de servicios especiales por su condición de miembro de Tribunal de Cuentas

The Boston Cainerata. Director: J. Cohen. Obras: Byrd, DowIand, Campion, Gibbons, Ravenscroft, Bevin, Taverner, Jones y Tomkins. Teatro Real. Madrid, 19 de mayo.

Para paliar los dolorosos efectos de esta devastadora crisis económica está calando en la opinión pública mundial en general, y en la española en particular, la idea de que, como el trabajo es un bien escaso, hay que repartirlo, cual exponente de un nuevo tipo de sociedad o cultura, bien diferente, ciertamente, de aquella otra en la que el trabajo fue considerado como una maldición bíblica. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", dijo Dios a Adán en el paraíso como castigo por haber probado la fruta prohibida.

En los albores de una nueva revolución industrial de largo alcance, en la que la microelectrónica, el diseño de sistemas expertos y la confección y utilización de máquinas inteligentes se configuran como principal motor del cambio estructural que se avecina, hay científicos sociales que quieren ver en esta idea cultural nueva del reparto del trabajo un claro síntoma o indicador de la entrada de los países económicamente más avanzados en la sociedad posindustrial, en esa especie de arcadia feliz o reino de la abundancia, en la que el trabajo de los humanos sería un mero juego o diversión.

Ello tan es así que lo que hace simplemente una década era considerado como progresista, como, por ejemplo, el trabajo de los dos miembros de la pareja, hoy día empieza a ser considerado como un lujo. El caso de tantos y tantos jóvenes de extracción humilde que con sacrificio heroico y después de trabajar doble jornada durante varios años han podido hacerse con un pequeño negocio no es objeto hoy día de la admiración y el reconocimiento social de antaño. La anticipación de la edad de jubilación y la prohibición de trabajar por cuenta ajena a los perceptores de pensiones de retiro son hitos también de este nuevo fenómeno, al que nosotros queremos ver como resultado de un proceso de racionalización en la asignación del trabajo a tareas productivas y muestra de la necesaria solidaridad entre los trabajadores en tiempos de crisis, ya que no como exponente de un proceso, de cambio cultural profundo que desde el punto de vista económico-social podría traernos nefastas consecuencias a medio plazo.

General ahorro

En el trabajo y la generación de ahorro para financiar la inversión se halla la fuente más elemental o primaria de todo que hacer productivo, la clave de toda suerte de progreso económico.

Se pueden y deben repartir determinados tipos de trabajo por razones coyunturales o simplemente por mor de una disposición más racional del mismo, de acuerdo con las exigencias tecnológicas y culturales de la sociedad de hoy. Una parte muy importante del factor trabajo de los países industrializados lleva incorporada también hoy día una buena dosis del factor capital, el otro factor productivo básico o primigenio, en forma de capital humano.

Pero más que el trabajo, lo que habrá que reparto o distribuir serán los resultados de la actividad económica o frutos del progreso, esto es, la renta, la riqueza, el ocio... No se le debe poner freno, en cambio, a lo que es fuente de todo progreso económico: al trabajo y a la generación de ahorro para la formación de capital productivo, sino que más bien se le debe estimular y orientar su utilización, eso sí, conforme a las exigencias del interés general del correspondiente país.

Aquellas sociedades que ahorran y trabajan poco, o que trabajan mucho para poder pagar a duras penas los intereses de un endeudamiento exterior excesivo, como les ocurre, desgraciadamente, a muchos países del Tercer, Mundo, son, desde luego, sociedades económicamente enfermas, con un futuro poco esperanzador. Es cierto que, a lo largo de la historia, la progresiva reducción de la jornada de trabajo le ha ido deparando a la humanidad cuotas crecientes de progreso y bienestar. Pero ello hay que entenderlo como resultado del proceso dialéctico de lucha entre el trabajo y el capital, lo que a la postre condujo a un diferente modo de reparto de unos excedentes empresariales crecientes, como consecuencia de una progresiva mecanización que hacía incrementar la productividad de la mano de obra. De otro lado, el trasvase de una parte del excedente empresarial, a la clase trabajadora por la presión de ésta ha servido de acicate para intensificar todavía más el grado de mecanización, hizo posible el pacto implícito entre las clases trabajadora y capitalista y alimentó la demanda, de bienes de consumo que permitió a los fabricantes dar salida a sus productos. La progresiva reducción de la jornada de trabajo sin merma del poder adquisitivo de los salarios ha sido, sin duda, desde el punto de vista social, la conquista histórica más importante. Ello no obstante, todo lo anterior se produjo generalmente en situaciones de prosperidad o de expansión económica. En momentos de recesión o de crecimiento cero se precisa un tratamiento ciertamente diferente del problema.

Se debe redistribuir, reasignar o repartir el trabajo en la medida de lo posible, y sobre todo mientras haya paro en todas aquellas actividades por cuenta ajena de carácter más bien rutinario o repetitivo, por razones de solidaridad, salvaguardia de la salud física y mental de los trabajadores y para que éstos, en su tiempo libre, se puedan adiestrar en el manejo de las nuevas tecnologías. Hay que estimular, sin embargo, todos aquellos trabajos por cuenta propia y de naturaleza más bien creativa, sobre todo en actividades nuevas y de alto contenido tecnológico, en las que sin duda se halla la clave de la nueva riqueza de las naciones. Dar por supuesto que el trabajo total de una colectividad es una cantidad finita y definida, además de un craso error metodológico, presupone la aceptación implícita y resignada de un hipotético estado económico estacionario, del que la humanidad se halla en la actualidad de algún modo prisionera, como algo inconmovible a corto y medio plazo. Para bien o pata mal, y algunos pensamos que para bien por aquello de la división internacional del trabajo y el principio de la ventaja comparativa, ningún país es, desde el punto de vista económico, una isla con respecto a los restantes, sino más bien todo lo contrario.

Por más que en el orden político sigamos funcionando a nivel mundial con la creación renacentista de los Estados nacionales, todopoderosos y teóricamente autosuficientes, en el plano económico todos los países del mundo se hallan fuertemente interrelacionados (integrados) entre sí, hasta tal punto que nada de lo que en el terreno económico suceda en cualquier país le es ajeno a los restantes.

Menor jornada

La reducción de la jornada laboral debe seguir siendo un objetivo social importante, pero será también una consecuencia lógica de la puesta en práctica de tecnologías de la nueva (tercera) revolución industrial que se avecina.

Empero, toda reducción de la jornada de trabajo que no vaya unida a un incremento de la productividad o tenga efectos redistributivos que supongan un incremento de la demanda efectiva, fuente a su vez del incremento de la productividad por el juego de las economías de escala, supondrá un encarecimiento relativo del factor trabajo, con las consabidas consecuencias negativas para la competitividad de las exportaciones en los mercados exteriores. Hay algo, sin embargo, que conviene recordar a modo de axioma: el trabajo ha sido siempre y seguirá siendo, y mucho más en los países con escasez de recursos naturales, la principal causa de la riqueza de las naciones.

Diremos por último que mientras más de la cuarta parte de la población del mundo padezca de hambre y miseria haya personas en terceros países que por un plato de arroz están dispuestas a trabajar 18 horas al día y en las relaciones comerciales internacionales impere la competencia feroz o el lógico darwinismo económico de mercado de todos conocido, creemos que cualquier solución optimista al problema de desempleo habrá de ser cuidadosamente meditada. Porque, en otro casó, los países más industrializados, entre los cuales se encuentran los de la Comunidad Europea, podrían ser víctimas de su propio optimismo. Y como sigamos diciendo que el trabajo es un bien escaso que hay que repartir, hasta los haraganes podrán pedir cuentas algún día a los que trabajan.

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