Ante las murallas de Israel
En el sur de Líbano, combatientes árabes presentan batalla diaria al Estado hebreo
Unas cuantas colinas, sus olivos, naranjos y viñas arrasados, separan en el sur de Líbano a los guerrilleros palestinos y a los milicianos shiíes del proiraní hezbollah de las murallas de Israel. En el rincón oriental del Mediterráneo, ante la imponente mirada de los cascos azules de las Naciones Unidas y la indiferencia universal, se libra todos los días una guerra hosca, tan poco pródiga en hechos bélicos espectaculares como implacable.
En el principio era el Sur. Hoy más de una docena de años después, miles de toneladas de proyectiles disparados, 100.000 personas muertas, muchas más arruinadas, el Sur sigue siendo el explosivo que puede cambiarlo todo en Líbano.Tras tres meses de total aislamiento del país por vía aérea, los aviones de la Middle East Airlines vuelven a posarse en el aeropuerto de Beirut. Es una de las primeras consecuencias de la pacificación del sector musulmán de la capital por las tropas sirias. Una cierta calma, es decir, apenas unos cuantos muertos diarios por hechos de guerra o terrorismo, reina en casi todo Líbano. Sin embargo, la herida sigue sangrando al sur del río Awali.
En el hospital gubernamental de Jezzine se advierte por escrito, en árabe, francés e inglés, que está estrictamente prohibido entrar armas. Una tropilla de jóvenes, con caracteres hebreos sobre sus uniformes verde oliva, esgrime un montón de fusiles norteamericanos M-16. Son milicianos de Antoine Lahad y acaban de traer a un compañero herido en una emboscada de la resistencia antisraelí.
Lahad no está lejos. El general, un libanés cristiano, asiste a un almuerzo en su honor en un convento maronita de esta localidad mucho más próxima a la frontera internacional de Israel que a Beirut. Lahad bebe arak, come pinchitos de pollo y fuma Marlboro, rodeado de monjes y de sus propios guardaespaldas.
A los postres, el superior del convento hace el elogio de su huésped: "Hemos conocido la cara de Cristo en el general Antoine Lahad, que se ha armado del látigo del joven Salvador para expulsar del templo a los ladrones, los fariseos y los pretendidos vendedores de palomas".
El aludido transforma en arenga sus palabras de agradecimiento. Hay periodistas europeos y, en francés, el general grita contra el abandono que el Viejo Continente dispensa a su causa. "La libertad", vocea, "está amenazada en Líbano por el comunismo y las intervenciones extranjeras, la rusa, la siria, la iraní y la palestina, sin las cuales nuestro pueblo viviría en paz".
Este hombre es el jefe de una milicia llamada Ejército del Sur de Líbano (ESL). Son unos 2.000 tipos a sueldo de Israel, cuya misión es custodiar la zona de seguridad que el Estado hebreo se ha autoconcedido en el territorio libanés, pese a las resoluciones de las Naciones Unidas.
La zona de seguridad tiene una profundidad de entre 10 y 15 kilómetros y una extensión total de 850 kilómetros cuadrados, casi una décima parte de ese país pequeño como una provincia española pequeña que es Líbano. Lahad la ha abandonado hoy por unas horas para visitar a sus correligionarios de la vecina Jezzine, de 30.000 habitantes, principal enclave cristiano de la región.
Se dice en Jezzine estos días que Israel ha ordenado al ESL que pinte de rojo los techos de sus vehículos. Es una señal, arguyen muchos, de que Tsahal, la disciplinada y mejor armada espada del Estado hebreo, prepara una nueva acción militar de envergadura en la región. Cuando en el verano de 1982 Israel asedió el sector musulmán de Beirut, sus aliados falangistas del lado cristiano adoptaron la misma precaución.
Veraneo
Hace mucho, en los años cincuenta y sesenta, cuando la resistencia palestina no había convertido aún el sur de Líbano en su único punto de contacto permanente con el Ejército israelí, los vecinos de Sidón, cristianos o musulmanes, iban a pasar el verano a las frescas alturas de Jezzine. Hoy Sidón y Jezzine, tan próximos geográficamente, no guardan otra relación que la bélica. Sin contar a los palestinos, hay unos 30 grupos musulmanes armados en Sidón, desde los hegemónicos naseristas a los partidarios de la Gran Siria, pasando por comunistas, proiraníes, proiraquíes o integristas sunies. En la entrada de la vieja ciudad fenicia hay una plaza, y en ella, una horca de hierro, donde se cuelga, para público escarmiento, a los acusados de espías sionistas.
El río Awali es el comienzo del sur de Líbano y la línea roja impuesta por Israel y Estados Unidos a Siria. Si un solo pantera rosa de Hafez el Asad la atraviesa, la maldición caerá sobre Damasco. Así que en esta primavera, los sirios se han detenido en la orilla norte del río. En la otra, los milicianos naseristas dan la bienvenida a Sidón.
Tan intenso como la luz del Sol es el miedo al sur del Awali. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ha vuelto. Hay en Ain el Helue, el campamento de refugiados pegado a Sidón, la vieja fiebre combatiente de otros tiempos. Una décima parte de sus treinta y tantos mil pobladores tiene la decisión y las armas para enfrentarse a Israel.
"Los combatientes palestinos no podíamos hacer otra cosa que regresar aquí. Desde que, en 1970, el rey Hussein nos expulsó de Jordania, el sur de Líbano es el único lugar desde donde podemos intentar ataques guerrilleros contra Israel". Salah Salam, el comandante en Líbano de los fedayines del Frente Popular de Liberación de Palestina, ofrece un café a la cardamona, que él no bebe. Tiene cerca un cartel con un dibujo del che Guevara y consignas revolucionarias en español, que se trajo de Cuba.
Aún humean en Sin el Helue las casas y los vehículos destruidos en los últimos ataques aéreos israelíes, que siguieron a intentos de incursión en la zona de seguridad. Por las escasas calles del campamento cuya anchura lo permite, circulan camionetas con ametralladoras antiaéreas.
Salah Salam, rostro redondo y oscuro, cree que el incremento de los raids isrelíes y los rumores sobre una próxima gran acción de Tsahal en la región son "una respuesta a la reunificación palestina de Argel" y "un intento de dividir a los civiles palestinos de los combatientes de la OLP".
También hay mucho miedo en Galilea. Israel justificó su invasión de 1982 como un esfuerzo para impedir que cayeran sobre Kiryat Shmona los katiuska palestinos que aterrorizaban esta localidad desde 1974. Ahora, cuatro años después de la llamada operación paz Galilea, los proyectiles vuelven a alcanzar Kiryat Shmona y los israelíes saben que en Argel Arafat se ha alineado con los radicales del movimiento palestino. En su sempiterna duda entre el fusil y la rama de olivo, el líder de la OLP vuelve a apostar por el primero.
Israel ha levantado a lo largo de su frontera internacional una barrera electrónica, destinada a impedir lo que llama "infiItraciones terroristas". Pero su principal trabajo, reconocen sus responsables militares, se desarrolla en el interior de Líbano, en el precario dominio de Antoine Lahad.
"Nuestro objetivo es colocar a los enemigos, shiíes o palestinos, a la defensiva. Les tendemos em
boscadas en la zona de seguridad, y más allá, si es preciso". El comandante Nitzan, autor de esa declaración a un enviado especial de la AFP, es un joven oficial que no oculta su admiración por el coraje suicida de los combatientes shiíes del hezbollah. Ellos inventaron el sistema de conductores suicidas, que se arrojan con coches bombas contra posiciones israelíes o de Lahad. Ellos, cuando ese truco era demasiado conocido, inventaron el mismo sistema con burros.
Los shiíes se contentan por el momento con combatir en la zona de seguridad. Se autodenominan Resistencia Nacional Libanesa o Resistencia Islámica, y, al fin y al cabo, no hacen sino luchar en casa.
En el verano de 1982, los shiíes surlibaneses arrojaron arroz en signo de bienvenida a las tropas de Tsahal. Estaban hartos de los palestinos y de las represalias que sus acciones provocaban. Apenas un año después, los ocupantes israelíes cometieron el error de violar su más sagrado ritual, la procesión de la ashura. Israel se ganó con ello un nuevo enemigo.
Jomeini vigila
Tiro, al sur del río Litani, es el bastión de los resistentes shiíes. El coche que conduce a los informadores está detenido en una calle de esa ciudad, donde el ayatollah Jomeini vigila desde casi todos los muros. El coche, un viejo Buick color burdeos, tiene pegado al parabrisas un papel que dice, en árabe, frances e inglés: "No disparen. Prensa". Es una precaución que parece mas estúpida que nunca cuando la mira el mayor Timur Goksel, portavoz de la FINUL. Desde que llegaron al sur de Líbano, en 1978, para garantizar la retirada israelí hasta su frontera internacional, los cascos azules de las Naciones Unidas han perdido 140 hombres, a manos de todas y cada una de las fuerzas armadas en presencia.
Goksel, sólido, simpático y noruego, está apoyado en un Renault 4, sobre el que ondea la bandera azul celeste de las Naciones Unidas. Los guardianes de la paz de la ONU son 5.800 soldados suecos, franceses, irlandeses y de otras muchas nacionalidades, que llevan aquí el suficiente tiempo como para que todo el mundo sepa que lo único que pueden hacer es parapetarse tras montañas de sacos de arena. La radio avisa a Goksel de que milicianos del hezbollah han hecho estallar una mina al paso de una patrulla conjunta de Lahad y los israelíes. Hay heridos. Los israelíes parecen haber replicado con una incursión de blindados y bulldozers un kilómetro al norte de la zona de seguridad. Han destruido la mayoría de las casas aldeanas.
El coche con la bandera azul celeste tiene que dejar Tiro. Sorteando socavones, va Timur Goksel a su diaria tarea de levantar acta de las violaciones de las resoluciones de las Naciones Unidas.
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