Y seguimos danzando
¡Danzad, danzad, malditos! parte de la excelente novela de Horace McCoy They shoot horses, don't they? para transformarse no en una excelente película, pero sí en una película de especial interés, en una película pasablemente rica en sugerencias y notables metáforas sociales.Su marco temporal es el de los años de la gran depresión norteamericana. Y su espacio, un salón de baile. Un salón de baile donde compiten bailarines de muy diversas cataduras. Para ganar el gran premio no se necesitan especiales dotes de mover con elegancia pies y cuerpo, sino, sencillamente, resistir. Resistir lo que haga falta hasta ver, extenuados, cómo antes han caído los demás.
Tan dura prueba pone de manifiesto los grandes sueños por alcanzar la fortuna, todo tipo de fortunas y no sólo las económicas. Hasta el límite físico y mental de las voluntades humanas, iDanzad, danzad, malditos! se pretende una obra dura e implacable sobre la sociedad americana. Esa sociedad que a toque de corneta promete paraísos para después, cuando ya la vuelta no es posible porque el billete es sólo de ida, ofrecer infiernos. Por supuesto, la lectura del cuento es aplicable a otras latitudes del planeta.
Si la honestidad de todos los postulados es irreprochable, y asimismo irreprochables son los protagonistas (entre ellos, Gig Young, que ganó el Oscar al mejor secundario), la banda sonora y la fotografía, la película, en su alargamiento a dos horas, proporciona bastantes baches narrativos que un cineasta solvente como Sydney Pollack no ha podido corregir.
Siendo como es el filme una fábula claustrofóbica y agónica sobre la desesperación humana, el director ha metido una cantidad de flash-backs y flash-forwards tal que, aunque bellos, rompen la unidad y su sentido último de penetrar en nuestras conciencias.
¡Danzad, danzad, malditosl se emite hoy por TVE-1 a las 22.35.
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