Encarnaciones del patriotismo
A una mirada superficial y aun maliciosa, el Aberri Eguna de este año habría sido lo más parecido a una festividad mariana, según el autor. Dice la fe católica que Virgen no hay más que una, pero los fieles se empeñan en venerarla bajo advocaciones múltiples y hasta enfrentadas a las imágenes del vecino. La patria vasca admitiría hoy tantas encarnaciones cuantos partidos abertzales alberga en su seno.
Para quien conciba la patria como aquella mística "unidad de destino en lo universal", no puede por menos de resultar cómico o trágico, según se mire, el variopinto espectáculo de la celebración por cuatro grupos políticos distintos del último Aberri Eguna. Sucedería que lo que fue en su día una fiesta unitaria ha venido a ser fiesta de la división; lo que era ocasión de comnemorar la diferencia vasca, hoy proclama ante todo las diferencias entre los vascos como su más relevante diferencia específica; precisamente aquello que en principio nos agrupa, la común patria vasca, se ha vuelto barrera infranqueable que nos enfrenta. Algo de eso hay, sin duda, en todo ello. Pero quienes, por el contrario, consideramos que la patria no reside tanto en elementos objetivos (raza, idioma, historia, usos, etcétera), más o menos arbitrariamente urdidos como rasgos comunes, cuanto en el resultado complejo y cambiante de lo que las conciencias y voluntades de sus moradores hacen en su vida con y a partir de aquellos elementos y otros muchos más, no tenemos mayores motivos de escándalo. Patria vasca será, en definitiva, el conjunto vivo de los diversos modelos de patria que se forjen los vascos. Tal vez así quepa intérpretar que, una vez desaparecido el declarado enemigo de todos y que a todos aunaba (el franquismo y sus residuos), esta fiesta de la resistencia ha perdido su sentido originario y viene a manifestar que cada uno es ahora legítimo adversario de los proyectos de Euskadi elaborados por los demás.Por eso, del Aberri Eguna que comentamos brota una lección que aprender: nadie disfruta, por lo que se ve, del monopolio de lo vasco ni de la patria vasca. Y esto, que es de aplicación general, vale en especial para los vascos más arriscados, aquellos tan persuadidos de la excelsitud de su modelo que no dudan en esgrimir su derecho a respaldarlo mediante la violencia armada y que pregonan su deseo de paz llamando desaforadamente a la guerra. Estos tales parecen olvidar que, si hoy son minoría en Euskal Herría (en tomo al 16% de los electores), ello no se debe precisamente a que el resto de los votantes esté formado en su totalidad por una caterva de españoles o españolistas. En ese resto, bien al contrario, se encuentran otros tres partidos abertzales que o bien asumen el marco jurídico alcanzado o al menos las reglas de juego establecidas para ensancharlo, Esto es justamente lo que aquellos iluminados redentores se niegan a reconocer: de una parte, que hay modos dispares de ser y sentirse vascos, a menos que se vete el derecho del vasco a ser conservador o socialista; de otra, que existen modos varios de ser y sentirse abertzales, a menos que se llegue a la arrogancia de afirmar que quienes no sean de los suyos no merecen el nombre de tales.
Mesías
A no ser, claro está, que estos nuevos mesías, y sólo ellos, sean los depositarios de la esencia vasca, los fieles intérpretes de la voluntad y destinos de la Euskadi eterna. Tan notables platónicos incurrirían así en el viejo procedimiento de toda concepción especulativa -y al que tan aficionados son cualesquiera patrias de aquí y de allá-, por el cual se pasaría sin mayor miramiento de la pura idea de Euskadi a la Euskadi realmente existente. En buena lógica, los vascos son el sujeto del que Euskadi o el pueblo vasco constituyen su predicado. Pero, mediante un peculiar proceso de abstracción, inversión y sustantivación de tales términos, lo que sucede es que el concepto Euskadi se erige ahora en sujeto autónomo y los individuos reales que lo pueblan quedan convertidos en sus predicados, de modo tal que ya no es Euskadi algo propio de los vascos, sino los vascos un atributo perteneciente a la entidad sagrada y separada Euskadi.
Lo que lleva una existencia sólo en la imaginación ha de adquirir existencia también en la realidad; y si la Euskadi real niega a la Euskadi ideal, no sólo será peor para aquélla: es que no debe existir.
Nada de lo anterior conduce a oIvidar ni a disminuir la trascendencia del rechazo vasco a la Constitución española. Al observador más imparcial no le dolerían prendas al constatar que aquel repudio, junto a la persistencia patente de un clima público enervado, constituyen signos de una situación específica, de una voluntad diferenciada del País Vasco con relación al Estado español y a su ordenamiento jurídico. Bien pudiera ser, y en tal caso se trataría de un derecho incuestionable, que una correcta lectura de tales signos desde la confluencia de las posiciones nacionalistas mayoritarias aconsejara la conveniencia de un proceso de autodeterminación para Euskadi. Sólo que esta autodeterminación entraña exactamente lo contrario de la predeterminación y de la heterodeterminación. La predeterminación significaría tanto una previsión coactiva del resultado del proceso, sólo explicable desde una improbable omnisciencia, como una predestinación de naturaleza divina u ontológica. Prejuzgar así -y, por lo mismo, coaccionar de antemano-, por ejemplo, la incorporación de Navarra a Euskadi, como si el ser de Navarra yaciera incólume en un remoto arcano histórico-cultural, y no en la conciencia y decisión presentes de los navarros, equivaldría a cometer una descomunal estafa. La libre determinación de Euskadi, en fin, no puede tampoco degenerar en torpe heterodeterminación: ni del todo por la parte ni, mucho menos, del todo civil por una parte militar aún más minúscula.
Pero así las cosas, ¿sería mucho esperar que llegue un día en que no nos juntemos por separado entre nosotros ni nos juntemos sólo para separarnos de los otros? Tal vez ese día, desvanecidos los pasados fervores patrióticos, dediquemos nuestros afanes a abolir las terribles figuras contemporáneas de la muerte -trabajo, Estado, guerra, miseria-, patrias todas ellas más universales y cotidianas de los seres humanos.
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