'Iberia blues' en una España encorsetada
Si España se desencorsetase socialmente, podría llegar a ser la California de Europa, afirma el autor, que defiende la idea de que hay que asimilar que todo lo que no funcione puede y debe quebrar, hundirse y hasta desaparecer. Sólo bajo esta óptica adquiere interés la controversia permanente entre empresa pública y empresa privada. Oportunamente, un monopolio -Iberia- le sirve para ilustrar sus argumentos.
La entrada de España en la Comunidad Europea (CE) representa, sin duda, una oportunidad histórica para poner en marcha las energías creativas y productivas de los españoles, hasta ahora en gran parte reprimidas y encorsetadas por todo tipo de trabas, monopolios, intereses creados y horizontes estrechos. Pero esa oportunidad se verá frustrada si no va pronto acompañada de una drástica desencorsetación social y de una aceptación generalizada de que todo aquello que en este país no funciona puede y debe quebrar, hacer bancarrota, hundirse y desaparecer, dejando así el espacio expedito para el despliegue de las energías creativas y el ensayo de nuevas y mejores soluciones.Actualmente todos vemos con claridad que el debate sobre empresa pública o empresa privada carece por completo de interés. Lo que cuenta cada vez más es la diferencia entre empresas que funcionan y empresas que no funcionan, entre servicios y necesidades que son adecuadamente satisfechos y los que no lo son. El resto es ideología trasnochada.
Pues bien, es obvio que en la actual situación española muchas empresas, servicios e instituciones no funcionan. Por otro lado, parece que los componentes de esas empresas e instituciones no ven mejor camino para solucionar sus problemas particulares que el de hacer todo lo posible para que las cosas funcionen todavía peor, en la idea de que cuanto más incomoden, incordien e irriten a sus clientes, tanto más beneficio obtendrán ellos mismos.
Lo cotidiano
El principio de que el cliente siempre tiene razón se ve así sustituido por el contrario: da una patada en la espinilla al cliente, que cuanto más grite éste, tanto más probable es que tus reivindicaciones sean atendidas.
Este último principio es aplicado a rajatabla por Iberia, nuestro inefable monopolio aeronáutico. Uno, que no ha podido evitar ser su asiduo cliente durante muchos años, ya está curado de espantos en cuanto al trato que le cabe esperar. Todo empieza al llegar al mostrador del aeropuerto. Tras hacer una cola exageradamente larga (la mayoría de los puestos están vacíos), le preguntan a uno retóricamente:" ¿Fumador o no fumador?". "No fumador", responde uno. "Lo siento, le tendré que dar un asiento de fumador", pontifica el empleado frente al monitor. Qué le vamos a hacer. Resignado, se dirige uno a la sala de espera y pronto ya no espera, sino que desespera, pues el vuelo no acaba de salir. Nadie ofrece explicación alguna. Finalmente, una voz oracular anuncia por el altavoz que el vuelo está retrasado "por enlace". Pedir más explicaciones a Iberia sería pedir peras al olmo. Sólo los novatos lo intentan, en vano, claro está. Cuando finalmente subimos al avión y nos ofrecen la prensa, uno pide EL PAÍS. -No, hoy no tenemos EL PAÍS". "Bueno, pues La Vanguardia". "No, tampoco tenemos La Vanguardia". "Bien, pues ¿qué diablos tienen?". "Avui y el Adelantado de Murcia". "Ya, ¿y no tendrán algo en inglés?". "Sí, aquí tiene el Herald Tribune". "Démelo... Oiga, señorita, espere un momento, este Herald Tribune es de anteayer". "Lo siento, señor, es todo lo que tenemos". De la comida no hablemos, pues ya ha sido denostada por los cantores de los blues de Iberia.
Por mal que algo vaya, siempre puede ir peor, e Iberia se supera cada día con nuevos y sorprendentes récords. Ya estamos todos acostumbrados a las innumerables huelgas de sus diversos colectivos, cuidadosamente elegidas para fastidiar lo más posible a los desgraciados usuarios. El que avisa no es traidor, y hace poco avisaron que la huelga empezaría el viernes. Cuando el jueves por la tarde llegué al aeropuerto de Barajas para coger el puente aéreo a Barcelona, la cola era de impresión. Tras soportarla estoicamente, me dieron la tarjeta de embarque y me enviaron a la sala de salida. Después de varias horas de espera, a las once de la noche nos anunciaron que, a pesar de todo, el vuelo se cancelaba. Los ciento y pico pasajeros estábamos indignados. Una mujer que había dejado solos a sus niños pequeños en su piso de Barcelona lloraba. Otros insultaban a los empleados presentes. O exigían la presencia del director. Pero, como siempre en Iberia, los directores no aparecen y los empleados no saben nada. Sólo la llegada de un fuerte contingente de guardias civiles impidió que la gente linchara a los empleados. Lo que no impidió es que nos quedáramos en tierra, con el día siguiente sin aviones ni trenes.
¿Son sádicos los directivos y empleados de Iberia? ¿Somos masoquistas sus clientes? ¿Cuál es la razón de este absurdo estado de cosas? La razón es muy sencilla: no hay alternativa. Por muy a patadas que traten a sus clientes, los directivos y empleados de Iberia saben que no corren peligro sus puestos de trabajo, pues Iberia no puede quebrar, ya que es una de esas vacas sagradas protegidas por el Estado. Y por muy a patadas que nos traten, los sufridos usuarios seguiremos volando con Iberia, pues no tenemos otro remedio.
Imagínate que de pronto se acabase el monopolio de Iberia. Imagínate que el ministro Caballero fuera a Bruselas a anunciar la libertad de vuelo en España en vez de ir a defender con uñas y dientes la posición monopolista. Imagínate qué delicia sería el tener varios puentes aéreos alternativos de empresas distintas y competitivas. Bajarían los precios, mejoraría el servicio e incluso obtendrían beneficios y pagarían impuestos al Estado. Los usuarios nos desprenderiamos de nuestra actitud de borregos sumisos y aprenderíamos a exigir y a elegir. En cuanto a Iberia, o bien se pondría a la altura de los demás o simplemente quebraría. En cualquier caso, saldríamos ganando. El interés de España es el interés de los españoles y no el de los grupos monopolistas ineptos e irresponsables, que sólo sobreviven por la artificiosa protección que les prestan los asfixiantes corsés que nos atenazan.
El día que este país se desencorsete, seremos la California de Europa. Mientras tanto, seguiremos siendo un país atrasado, ineficiente y caótico, sometido a las confusas luchas de los diversos corporativismos por tirar a su favor de las mallas del corsé. Coge la trompeta, Sam, y tócame otra vez los Iberia blues.
es catedrático de Lógica y Filosofia de la Ciencia en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.