Barniz
Mi tía planchaba la ropa blanca en un cuarto que olía a lejía y a almidón. Yo era un niño. Desde entonces en el mundo han triunfado y fracasado revoluciones, algunos países han desaparecido de nuestra geografía escolar, otros nuevos han sido trazados sobre el mapa y aquel olor del cuarto de plancha de mi tía me sigue intacto en la nariz todavía. No quiero ser proustiano. Sólo digo que el pensamiento de los hombres cambia y los perfumes, los sabores y los sonidos permanecen. Papas, políticos y filósofos han dicho cosas dispares, ciertos héroes han muerto por causas contradictorias y mientras tanto el caramelo de menta continúa sabiendo igual. No sé qué es más verdadero, si las ideas sintéticas a priori de Kant o las pastillas Juanola. Ignoro si es más perenne Marcuse o la música de Glenn Miller, pero yo he apostado siempre por los perfumes con sabores y sonidos, por el tacto de la piel y los reflejos que despiden las cosas e incluso tiendo a confundir el más profundo amor con la mirada y por tanto soy un tipo superficial.El sillón de mis antepasados me ha herido todas las convicciones. En su asiento de enea se han posado traseros de muy distinta moral y en el respaldo de madera pulimentada se han reclinado cabezas de diversa ideología. No me ha abandonado todavía su aroma de palo santo traspasado por un leve viento de barniz de coco que yo he confundido tantas veces con mi estado de ánimo. No lo dude. Usted pasará y el olor de las calcografías será eterno. Caerán reinos, habrá mil teorías sobre la felicidad, sin duda se transformará la teología, la filosofía y las formas de matar al enemigo, pero el caramelo de menta siempre sabrá a menta, el barniz de aquel sillón de sus antepasados le perforará la memoria, habrá otra nueva tía Pura envuelta en una aureola de lejía y almidón y todo ello hará que usted no sea sino un conjunto de perfumes, sabores y sonidos. Cualquier pensamiento es vano. Busque la verdad en la música de las palabras, en el fondo de la nariz y en lo alto del paladar, porque allí reside.
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