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El crepúsculo de los Rambos

El Irangate es la obsesión de Estados Unidos. Entre la conferencia de prensa de los tres sabios de la comisión Tower y la autocrítica de Ronald Reagan, las emisoras de televisión han dedicado la casi totalidad de sus informaciones a las secuelas del asunto. Un senador demócrata ha llegado hasta invocar el impeachment (el procedimiento que permite al Congreso destituir a un presidente, y que ya fue utizado contra Nixon).No obstante, la mayor parte de los estadounidenses, ya sean republicanos o demócratas, parece desear que su presidente, secundado a partir de ahora por el muy popular ex senador Howard H. Baker, J r., recupere, si no su carisma perdido, al menos la suficiente autoridad como para poder negociar la primera serie de los acuerdos sobre desarme con Mijail Gorbachov y, si es posible, reciba a éste en Washington el próximo verano. Sin embargo, nada demuestra que su deseo pueda verse cumplido: la encuesta sigue su curso en el Senado y en la Cámara de Representantes, asi como en las instituciones judiciales, conducida por el fiscal especial Lawrence E. Walsh. Y Ronald Reagan no tiene medio alguno de detener estos procedimientos, aun cuando corre el riesgo de verse salpicado por las condenas que posiblemente van a recaer sobre sus antiguos colaboradores. En el Departamento de Estado, uno de mis interlocutores se asombra de que los europeos entiendan tan mal la importancia que ha tomado este asunto. Estima que no conocemos suficientemente el espíritu y la letra de la Constitución de Estados Unidos. Buscamos explicaciones políticas e incluso conspiraciones donde, para los estadounidenses, se trata sirnplemente de la voluntad de preservar el equilibrio de poderes indispensable para el funcionamiento de su democracia. "La Constitución", explica, "quiere que tengamos un presidente fuerte, que ejerza su poder de una manera. dinámica, que tome iniciativas en política interior y en los asuntos exteriores -con la condición de que las hagaaprobar por un Congreso igualmente muy fuerte- Los europeos deberian saberlo bien: Franklin D. Roosevelt era el más convencido enemigo de la Alemania nazi. Pero en 1939, sabiendo que el Congreso rechazaba la guerra, no pudo ayudar a los británicos y franceses más que mediante la entrega de armas. Los patencos llamamientos de Winston Churchill -'Ahora es el niomento'- no bastaron para que Roosevelt diera un paso más e hiciera caso omiso de la voluntad del Congreso".

Pero el Consejo Nacional de Seguridad, que depende directamente del presidente, ¿acaso no se ha extralimitado en el ejercicio de sus facultades y ha usurpado las del Dcpartamento de Estado, ocupándose directamente de la política exterior? "En tiempos normales", explica el diplomático, "no se produce ni estirpacion ni competencia por la sencilla razón de que el secretario de Estado forma parte del Consejo Nacional de Seguridad. Pero cuando se lanzan al género de asuntos denunciados por la comisión Tower, los miembros de este consejo no nos hacen ningún tipo de competencia: sencillamente violan las leyes de nuestro país".Para disipar toda duda a este respecto, otro de mis interlocutores me explica que un ciudadano estadounidense que no tenga en cuenta el embargo proclamado por el Congreso sobre la venta de armas a tal o cual país comete un delito castigado con cinco años de prisión. Si yo suministrara a los iraníes cuchillos puntiagudos susceptibles de servir como armas blancas, me vería llevado ante los tribunales. En tanto que funcionario del Gobierno, no tengo derecho a apropiarme de lo s fondos así obtenidos ni a depesitarlos en una cuenta numerada en Suiza. Por último, cometería un tercer delito al enviar esos fondos, a organizaciones armadas de un país tercero, cuando el Congreso prohíbe precisamente tales financiaciones". Bien. Lo he comprendido. El ejército privado de Ronald Reagan -con o sin su autorización, ya no se acuerda de ello- ha infringido diversas leves. ¿No sería posible entrevistarse con uno de esos inculpados potenciales -el coronel Oliver North, por ejemplo- para conocer su versión del asunto?

Constituyendo un deber moral para un funcionario del Departamento de Estado prestar ayuda a un periodista extranjero, despué s de una larga serie de llamadas telefónicas consigo una cita, no con el coronel North, que se ha vuelto más callado que un muerto, sino con uno de sus amigos, que acepta hablar con la condición de permanecer en el anonimato.

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Se trata de un coronel en la reserva, un antiguo boina verde en la guerra de Vietnam. Vestido de paisano, ligeramente barrigudo, ya no parece un marine (un infante de Marina). Hizo la guerra con Oliver North, y aunque después sus caminos se separaron siguen siendo amigos. En Vietnam, los dos comprendieron que el alto mando de la Infantería de Marina no sabía luchar contra la guerrilla comunista. Bombardear a diestro y siniestro y desembarcar tropas a montones no resulta rentable en este género de confrontación. Ollíe se: puso, pues, a leer a Ho Chi Minh, Mao Zedong, a Che Guevara. Su obsesión: vencer un día a los commies (comunistas) en su propio terreno. "Es un idealista anticomunista", me asegura mi interlocutor. "Hace algunos años, cuando llegó a El Salvador, nuestros oficiales flirtreaban con el coronel D'Aubuisson, quien sembraba el terror con sus escuadrones de la muerte. Ollie dijo en seguida: ¡Basta!, por cada persona asesinada por la extrema derecha, los comunistas reclutarán 10 guerrilleros'. Gracias a él, Estados Unidos se dedicó a apoyar a Napoleón Duarte, un reformador, y evitó lo peor".

Fue él quien preparó minuciosamente, hasta el último detalle, la invasión de Granada antes de comunicar personalmente los planes de la misma al presidente. Ronald Reagan le preguntó en última instancia:

¿esta usted seguro de que, todo irá bien?. Y tras la respuesta positiva de North descolgó el teléfono rojo: "It's a go" (adelante), le dijo al jefe del Estado Mayor.

Pero:¿quien es exactamente este extraño coronel que ha sabido seducir a Ronald Reagan? Mi interlocutor es muy prolijo sobre este punto: "Ollie es un hombre muy creyente, que pone a la familia y la amistad por encima de todo. Usted habrá visto probablemente las fotos de su secretaria, Fawn Hall: es una belleza. Pues bien, Ollie nunca la ha cortejado en absoluto. Casado, padre de cuatro hijos, jamás engañaría a su esposa. Teníamos, por otra parte, un amigo común, también coronel, cuyo matrimonio iba muy mal y sufría enormemente por ello. Ollie le autorizó a llamarle a cualquier hora a la Casa Blanca y, para tranquilizarle, leía con él por teléfono pasajes de la Biblia".

¿Por qué, pues, se niega a comparecer ante las diferentes comisiones de encuesta invocand una enmienda constitucional? "Más para proteger a los demás que para protegerse a si mismo; prefiere servir de chivo expiatorio antes que dar los nombres de los camaradas que han estado mezclados en este siniestro asunto. Muchos republicanos, sobre todo entre los

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ultras, se hacen hoy los inocentes indignados después de haber empujado a gentes como Ollie a hacer lo que han hecho. Fíjese en Elliot Abrams, secretario adjunto de Estado para los Asuntos de América Latina: veía tres veces al día a Ollie para coordinar con él la ayuda a la contra. En la Casa Blanca caen cabezas todos los días - 10 puestos del Consejo de Seguridad han cambiado ya de titular-, mientras que en el Departamento de Estado nada se mueve. Los marines, pues, desacreditados, desprestigiados como cow-boys; pero no así los caballeros de nuestra diplomacia, reclutados en las familias ricas".

Después de decir esto me deja, declarando a modo de adiós que un europeo probablemente no podrá comprender la personalidad de su amigo el coronel Ollie North. Trato de sacarle de su error citando a nuestros propios coroneles, que, después de Dien Bien Fu, habían leído a Ho, Mao y Che antes de acabar en la OAS. Pero sus nombres no le dicen nada. Es cierto también que ninguno de ellos ha llevado la política exterior francesa como Ollie North la del Estados Unidos de Ronald Reagan.

Al día siguiente, en Nueva York, un colega estadounidense relativiza mis impresiones de Washington. El Irangate, según él, ha acelerado la liquidación del ala Rambo del Gobierno deEstados Unidos, que, de todas maneras, había llegado a ser anacrónica. El mundo no es tal como se lo imaginan los componentes de dicha ala. The New Yorker acaba de publicar, para burlarse de Reagan, el extracto de uno de sus antiguos discursos contra Carter, en el que prometía a los estadounidenses poder atravesar todos los continentes, comprendidas las zonas de guerra, sin que nadie osara tocarles ni siquiera con un dedo. Algunos de su entorno, y quizá él mismo, creían que Estados Unidos podría efectivamente reafirmar su poderío hasta el punto de dominar la escena mundial al tiempo que sería intocable. Pero están de vuelta de ello, como lo explica mi interlocutor neoyorquino: "No somos más que una gran potencia entre varias otras, y debemos tener una política a la medida de nuestras posibilidades. Con Howard H. Baker, Jr., en la Casa Blanca comienza ese gran reajuste de la era posRambo".K. S. Karol. Traducción: M. C. Ruiz de Elvira.

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