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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tal como éramos,

Al historiador futuro -blade runner cualquiera- que analice el orangután del siglo XX no le cuadrará del todo el entusiástico calor con que fuera recibida, a las puertas de la década de los setenta, una película como Love story. Tras la borrachera juvenil de los sesenta, cuya moraleja está en el romper con todo, llega la resaca desmayada de un filme que el mundo occidental aplaude y que vuelve a pintar a la juventud bajo los mismísimos parámetros mocosos de Sandra Dee y Troy Donahue.Cuando parecía claro que la sopa que debíamos beber la cocinaban, por poner sólo dos ejemplos, Mazursky y Altman, vamos y nos empachamos de las más rancias papillas de la abuelita: Erich Segal. La única diferencia con las costumbres de Sandra Dee estriba en que, ahora se acuestan las chicas con los chicos antes de casarse.

Loye story se emite hoy por TVE-1, a las 21

55.

Eso, sociológicamente hablando, claro. Porque desde un prisma que retrate la calidad cinematográfica de Love story la cosa no hay por dónde cogerla. Hábil traslación de un calculadísimo grifo de lágrimas literario, la película que dirigió Arthur Hiller en 1970 no tiene brillo, ni inspiración.La fórmula

Se sacuden las cosquillas sentimentales del espectador, se aporrea con gracia un piano al son de las notas de Francis Lai (Oscar a la mejor banda sonora encima) y se inventan dos niñatos, un alumno de derecho y una estudiante de música, con cara de campus universitario para que sufran o para que suframos las penas del amor mediante la hostilidad de un padre intolerante primero, a través de la tragedia natural después.

En honor a la verdad, hay que reconocer que esos niñatos, Ryan O'Neal y Ali McGraw, son muy buenos actores, como lo son los secundarios, veteranos y ya fallecidos Ray Milland y John Marley.

Por lo demás, y pasados ya varios lustros de su, boom, Love Story nos hará ver hoy cómo éramos de cursis aquellos días, o cómo dejamos la desaliñada guitarra hippie para asociarnos al club de tenis con raqueta de nuevo rico.

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