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Tribuna
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¡Viva la Pepa!

Con bastante confusión, se dice y se desdice que va a haber actos conmemorativos institucionales del 175º aniversario de la Constitución de 1812, promulgada, de ahí su nombre popular de la Pepa, un 19 de marzo, festividad de San José. Política, diplomacia e ideología se entremezclan en un asunto que, normalmente, debía tener sólo un significado histórico: celebrar y recordar un texto constitucional que, sin violencia, abre la modernidad en España.Que se produzca hoy polémica, aunque sea como pretexto, no es un hecho nuevo: de todas nuestras Constituciones -y hemos sido generosos en redactar códigos fundamentales- la gaditana fue, sin duda, la que ha tenido mayor poder simbólico y referencial conflictivo. Simbolismo justificado por lo que, realmente, intentó instaurar: un cambio político y un cambio social.

En efecto, las Cortes de Cádiz inventan un nuevo lenguaje; favorecen la explosión participativa de la opinión pública; facilitan la creación de un periodismo crítico; asientan la soberanía nacional; establecen la división de poderes; limitan las facultades del Rey; fijan derechos y libertades; suprimen la Inquisición y los vestigios feudales; unifican los códigos civiles, penales y mercantiles; aprueban la libertad de imprenta; fundan el Ejército y las milicias nacionales; regulan democráticamente los ayuntamientos, acaban con el absolutismo. Frente a la modernización vergonzante de los afrancesados (también modernizadores, pero desde la satelización napoleónica), los constituyentes de Cádiz inician una modernización patriótica y más radical. Si Bayona es el despotismo ilustrado tardío, Cádiz es ya, o querrá ser, plenamente, el nuevo régimen: el intento dificil -que se frustrará- de crear un Estado de derecho. No por casualidad será Cádiz -ciudad liberal y mercantil, abierta a Europa y América- en- donde nace nuestra modernidad.

A efectos de nuestra actualidad y, también, a efectos de la polémica que ha surgido en estos días, no estará de más señalar -entre otros aspectos- tres notas significativas de nuestro anticipador y polémico texto constitucional.

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En primer lugar, la Constitución gaditana fue, en su época y en su proyección europea, un modelo político de transición pacífica. Se hizo, en efecto, la revolución (entendiendo entonces por revolución el liberalismo) desde la tradición. Como nuestra transición reciente, del franquismo a la democracia, los constituyentes de 1812 inventaron una tradición para llevar a cabo un cambio político y social muy profundo. Releer el discurso de Argüelles, el divino, o las exposiciones-justificaciones históricas del buen clérigo Martínez Marina, nos da idea de la conjunción benéfica de utopismo y pragmatismo. Cádiz 1812 y Madrid 1978 serán dos grandes ejemplos, cada uno en su época, de intentar plasmar una convivencia liberal y democrática.

En segundo lugar, Cádiz fue un punto de partida conflictivo: la reforma se convierte en ruptura; el absolutismo monárquico, en monarquía moderada y limitada. Todo ello, con grandes polémicas. La Constitución de Cádiz no fue obra de asentimiento dócil, como la afrancesada de Bayona, sino que fue polémica y encontrada: las discusiones y votaciones, sobre grandes y pequeños asuntos, expresaban una sociedad compleja y diversa. Pero la modernidad se impuso: los sectores liberales (ilustrados, comerciantes, militares) ganaron la batalla a los sectores tradicionales anclados en el antiguo régimen (serviles) o en un jovellanismo desfasado.

En tercer lugar, la pacífica y tolerante modernización se frustró casi inmediatamente. La sociedad tradicional y las felonías reales quebraron el primer ensayo de democracia liberal: volvió el dogmatismo oscurantista, se restauró la Inquisición, se persiguió con saña, se impuso el exilio masivo, se restableció el. despotismo sin ilustración, se generalizó la corrupción. Pero Cádiz, su Constitución, quedó identificada con la libertad y la igualdad, símbolo ante el pueblo y estímulo para reconquistar la modernización perdida. Los pronunciamientos liberales se harán en nombre de la Constitución de Cádiz: de 1814 a 1829, de 1823 a 1833, en donde rige el despotismo fernandino. Incluso en 1836, cuando la Reina gobernadora discute con un sargento liberal sublevado, en La Granja, el texto de Cádiz es la imposición que se exige: Constitución de Cádiz es la libertad. "¿Sabes tú qué es la libertad?", pregunta la Reina; y el sargento contesta: "La libertad es no oponerse a la voluntad nacional expresada en casi todas las provincias, para que se publique la Constitución (de 1812); no será libertad el desarme de la milicia nacional en todos los puntos donde están pronunciados; no será libertad la prisión y destierro de los liberales, como está ocurriendo en Madrid...".

Reducir la Constitución de Cádiz a una ideología fija y levantar banderas excluyentes no responde a una perspectiva histórica ni ya a nuestra situación de hoy y de futuro. Cádiz fue un gran punto de partida y de encuentro peninsular y ultramarino. España peninsular y España americana intentaron conseguir independiencia nacional, libertad e igualdad, progreso y modernización. Con conmemoración oficial o sin ella, y es lástima que no se hiciera, Cádiz será siempre un símbolo para los demócratas y progresistas sin exclusiones. Y, con vistas a 1992, al V Centenario del Descubrimiento y del encuentro, todo aquello que, aun desde la diversidad, relance nuestra comunidad iberoamericana, facilita nuestra necesaria identidad.

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