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BALONCESTO

Tracer y Maccabi jugarán la final de la Copa de Europa

Luis Gómez

Puestos así, con el público llenando el pabellón con talante festivo, un mal partido de baloncesto puede resultar divertido. El respetable tiene derecho a salir contento de la cancha a pesar de otra derrota más de las huestes madridistas. Tiene derecho, por muchas razones, a disfrutar sin mirar el marcador o a divertirse viéndolo con devoción, según los casos, para degustar cómo es posible pasar de 20 tantos de diferencia (40-60) a 5 (59-64) en sólo cinco minutos. Y, si de fiesta se trata, bien suele combinar con ella unas cuantas acciones de Spriggs, de las que levantan resoplidos, algún espasmo y contagian euforia.Pero cierto es que, con tanto público dispuesto a pasárselo bien, no hubiera estado de más jugar con más ortodoxia, que no quiere decir con menos belleza plástica. Maccabi y Real Madrid empezaron con tanta prisa que el partido nació embarullado, sin orden ni concierto. Curiosamente, entre tanto berenjenal, destacó la sobriedad de Spriggs en acciones de entrada a canasta, electrizantes e infalibles. Por unos minutos, en el Madrid sólo marcaba él -hizo 12 de los 16 primeros tantos o 16 de los 22 iniciales de su equipo- y corrió cierto peligro de emborracharse.

Así que, cuando la cosa se serenó, se pudo comprobar que el ataque madridista había sido un desastre (40-60), por lo que, para solaz del público, el Madrid realizó una fulgurante escalada que provocó vítores de emoción y caldeó el Palacio de Deportes. El partido quedó en un final moderadamente ajustado, listo para un triple, plato que está de moda, que falló Rullán. El Maccabi celebró con alegría su condición de finalista, que ha de observarse con precaución so pena de caer en espejismo. La Copa de Europa no ha dado más de sí. Ha sido mala como malo el juego que el Madrid ha practicado en ella. Le faltó también suerte, porque no suelen regalarse títulos de este prestigio todos los años. Tracer y Maccabi, el 2 de abril en Lausana (Suiza), jugarán la final.

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