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'Macbecita'

Asombrosa la irresistible ascensión de Nancy Reagan al trono de la Casa Blanca. O no tan pasmosa. Más aún: previsible, predecible, inevitable. Pues ya lo sabemos. Detrás de todo hombre que triunfa hay una mujer empujando. Hay exactamente el tipo de mujer que, si el empujado se cae, va y se sienta directamente encima. Otra cosa es la cantidad de hombres que triunfan porque previamente han machacado con sus posaderas el cráneo de la santa que tenían debajo.Pero Nancy pertenece al tipo de las Lady Macbeth cuya realización se produce por lo oblicuo, a través de la utilización del poder masculino desde las despensas o las alcobas. Temibles damas éstas, que carecen del valor de luchar por cuenta propia y actúan desde las bambalinas, desde la impunidad de la sombra, desde la maledicencia deslizada en el desayuno, entre un zumo de naranja y una tostada. Incapaces de correr el riesgo de poner en liza la propia ambición, quizá porque se saben mejor dotadas para la intriga que para el trabajo, para la sana competición, estas macbecitas locas -locas de codicia, ávidas de medrar- se lo hacen haciéndose previamente con los hombres adecuados.

Acentúan su apariencia de fragilidad, de debilidad, de inseguridad -¿quién se dejaría aconsejar por una chica demasiado sana, demasiado lanzada, demasiado firme?-, practican el halago hasta límites vergonzosos, se introducen poco a poco en el pensamiento del otro y así, con el tiempo, acaban teledirigiéndole, reinando por delegación, mandando por persona interpuesta, tomando decisiones con el otro como papel de copia.

De entre todas las modalidades de mujer -y hay entre nosotras de todo, como en el mundo de los hombres-, ésta de las Lady Macbeth es la más repugnante, mucho más aún que la madre que vuelca sus frustraciones en los hijos, presionándoles hasta la tortura para que sean lo que ellas no pudieron ser. Las macbecitas no tienen ni siquiera el eximente de una vida anulada. Son, simplemente, ambiciosas sin agallas.

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