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El maestro

Toda la semana, todo el año, toda la vida vamos a estar recordando a Enrique Tierno, quien, de hecho, ha dejado mutilada para siempre la democracia española. "Cuando caía un español / se mutilaba el universo", dicen los versos de José Hierro. Con Tierno, es el universo mismo lo que ha caído, lo que se nos ha derrumbado, y la democracia es menos verdad sin él precisamente porque él consagró su mandato, sus mandatos, a hacer verdad eso que Aranguren ha llamado estos días "las dos caras del barroco": la verdad y su exceso o la mentira y su defecto. Como gustéis. El trabajo rumiante de la memoria sobre la experiencia vital que fue Tierno para todos nosotros, se alarga así y se complica, pues que no hay un solo Tierno que memorar, sino el intelectual hermético, el Sartre de la resistencia española, el político distraído, el escritor duro de concepto, el pregonero festivo como un Jovellanos cruzado de Voltaire, el alcalde popular, e incluso populachero, que sabía incardinarse/"encanallarse" en los bajomadriles y darle al manubrio del ludibrio del bodrio del organillo con los codos del alma.Festejar a Tierno es condenarse a un juego de máscaras que nunca acaba de explicarnos la personalidad varia y variada de este madrileño de Soria. A Tierno sólo lo explica Tierno. Lo que en el tardofranquismo habíamos creído un catedrático de un solo tajo y un marxista teórico, con la libertad se reveló múltiple, irónico, callejero, comunicativo, al loro y a las tajadas, siempre con un final de reticencia, porque Tierno era reticente incluso consigo mismo. Su uniforme civil, único tras el de Unamuno, no explicaba al hombre de una vez, como creyéramos, sino que unificaba/ uniformaba exteriormente las multitudes interiores que lo habitaban, y que no eran sólo las de sus momentos más populosos y demagógicos.El relegamiento de Tierno a lo más espeso de lo municipal fue para él, tan oficialmente introvertido, una toma de sus Bastillas interiores, con la liberación de todos los lúcidos carcelarios del franquismo que llevaba dentro, más algún marqués de Sade que también llevaba.

Sólo la suerte o la desgracia nos hacen tan complejos como realmente somos. Alguien dijo que nadie piensa tan rápido como su cuerpo. El hermético Tierno se abre como una flor japonesa en la fuente popular y cereal de Cibeles. A este espectáculo seguimos asistiendo, enceguecidos, como a una supernova que cayó del cielo, venturosamente, en un charco municipal.

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