Holanda neutralizó a España con facilidad
Holanda, en una auténtica demostración de preparación física, técnica y táctica, arrancó anoche un valioso y meritorio empate del Camp Nou donde, a juzgar por la escasa respuesta del público, la selección española no volverá a jugar, al menos, en los próximos diez años. Los holandeses, pese a las ausencias de jugadores tan importantes como Van Basten o Bosman, controló siempre el partido, mantuvo la posesión del balón durante gran parte de los 90 minutos, se adelantó en el marcador mediada la primera parte, gracias a un testarazo de Gullit, y supo controlar la embestida de la selección española en la primera media hora del segundo tiempo. España nunca encontró la manera de romper la disciplina orange.Miguel Muñoz decía que le importaba casi más el resultado que el juego desplegado por su equipo. Frente a Holanda, España no consiguió ni una cosa ni otra. El general, como llaman los holandeses a Rinus Michels, maniató a los españoles con un ejército de muchachos muy bien adiestrados. Perfectamente colocados en el campo -con un soberbio Rykaard actuando de enlace entre defensa y centro; y un habilidoso Gullit arrastrando al tándem Arteche / Goiko hasta el centro del campo y permitiendo la maniobrabilidad por las bandas de Van der Gyp y Vant Schip-, manteniendo la posesión del balón con habilidad, triangulando perfectamente y no forzando la jugada más de lo necesario, Holanda jugó sus cartas con sabiduría. No querían impresionar, simplemente demostrar que están en el buen camino, en la preparación de un futuro mejor.
Cuentan que, en el último entrenamiento, Michels obligó a sus jugadores a pasarse más de una hora triangulando con el balón, no perdiendo su posesión y actuando con gran movilidad. Cuando uno de sus titulares miraba la jugada, Michels le gritaba enfadado: "¡Qué pasa! parece usted periodista, no quiero que mire la jugada, quiero que participe". Lo cierto es que los holandeses no estuvieron quietos en el campo ni un momento. Los españoles, que también corrieron lo suyo, lo hicieron sin demasiado sentido, sobre todo durante la primera parte cuando sólo presionó una parte del equipo, lo que facilitó el movimiento de balón de los orange.
Cuando controlaban el balón, que fue durante muchas fases del partido, los holandeses se iban acercando poco a poco, pase a pase, al campo rival. Si veían que no podían entrar por un lado, cambiaban el esférico de lado y volvían a empezar por el otro. De lo contrario, pasaban al portero y empezaban de nuevo. España, que en el segundo tiempo presionó más para incomodar a los holandeses, iba así a remolque de su rival. Si a todo ello añadimos que el cerebro español, Michel, no tuvo su noche, se entenderá que España careciera de ideas ofensivas. Si no funciona Michel, difícilmente funcionará Butragueño. Y anoche si no funcionaba Butragueño no había ataque.
Lo que sí volvió a funcionar fue la furia, el empuje, las ganas y, por supuesto, la flor de Muñoz, pues el cabezazo de Calderé se le escapó al portero holandés. España salió tras el descanso con la misión de incordiar más, presionar en bloque e intentar que los holandeses perdieran más balones. Lo consiguieron y, aunque no crearon claras ocasiones, sí propiciaron lo único que podía neutralizar la derrota: una genialidad. Fue Gordillo quien sorteó a cuantos holandeses le salieron al paso, centró con precisión y Calderé, que volvía al equipo, se lanzó en plancha para cabecear a la red. Era el empate que premiaba la organización, disciplina y juventud de los herederos de la naranja mecánica y permitía seguir trabajando con tranquilidad a Muñoz que, pese a no lograr ninguno de sus objetivos, sí habrá sacado una clara conclusión: hay que jugar en Sevilla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.