Rilke, Van Gogh, Cézanne y otros animales
Aunque muchos de sus lectores se resistan a creerlo, Rilke siempre quiso ser un perro. Tenía esa vocación. No lo consiguió, es evidente, pero anduvo cerca de lograrlo. Por lo menos ha pasado a la historia de la lírica occidental como el hombre que más cerca estuvo de hablar corno un perro.Muchos datos sobre este poético conflicto se pueden leer en las excitantes Cartas sobre Cézanne (R. M. Rilke, ed. Paidos), ya que el motivo esencial de tan irresistible ramalazo era la envidia. El poeta quería ver las cosas como un perro; no deseaba seguir mirando en tanto que hombre; él tenía empeño en ver como un perro. Ya lo escribió, años más tarde: "Si existiera una conciencia semejante a la :nuestra en / el animal que pasa seguro por nuestro lado, / en dirección opuesta, nos arrastraría a seguir / sus pasos" (Octava elegía, traducción de J. Ferreiro Alemparte). Cuando Rilke caminaba por las calles y se cruzaba con un perro, invariablemente giraba sobre sus tacones y se ponía a seguirlo. ¿Por qué razón? Pues porque "su ser es para él / infinito, inabarcable y sin mirada / sobre su propio estado" (ídem). De modo que Rilke seguía al perro, subyugado por la manifiesta superioridad del animal. El lector debe tener en cuenta que "allí donde nosotros vemos futuro, él (el perro) ve totalidad".
Pues bien, para mortificación suya, otros antes que él conocieron el abismo. Por ejemplo, Van Gogh. El pintor amarillo había logrado, tras luengos años de esfuerzo, ser como un perro. En carta a su mujer, Clara, escrita por Rilke el 3 de octubre de 1907, tras observar minuciosamente un autorretrato de Van Gogh, dice: "Tiene mal aspecto, atormentado, casi desesperado, pero no calamitoso como cuando a un perro le va mal". La pintura de Van Gogh y de Cézanne se convirtió en la obsesión del lírico. Aquellos artistas no sólo habían penetrado en la conciencia del perro, sino que, para colmo, la pintaban. Unos días más tarde reproduce, entusiasmado, el comentario de la señorita Vollmoeller, quien le había acompañado en su visita a la exposición de Cézanne. Así susurra la señorita Vollmoeller: "(Cézanne) se ha quedado sentado ahí delante, igual que un perro, mirando, sin nervios, sin segundas intenciones" (12 de octubre).
Rilke vive con intensa envidia la experiencia de la pintura perruna. Él es un hombre de palabras, y es muy difícil hablar con un perro. En cambio, mirar como un perro es, sin duda, más accesible. "Se ha representado él mismo (Cézanne) sin intentar lo más mínimo explicar su expresión o presumir de algo, sino con humilde objetividad, con la fe y la imparcial curiosidad de un perro que se ve en el espejo y piensa: mira, otro perro" (23 de octubre). También cuando Cézanne termina la jornada laboral, cuando no pinta nada, sigue mirando como un perro: "Se sienta en el jardín como un viejo perro, un perro sometido a este trabajo que le llama, le pega y le hace padecer hambre" (9 de octubre).
Todo en este breve libro es importante. Para nosotros, hombres que hemos abandonado incluso la ambición de ser como perros, no hay página sin enseñanza. Así, por ejemplo, para aquellos artistas que no se vean con fuerza para investigar perros, posibilidad de investigar caballos: "Un viejo caballo totalmente despernado: pero no hay lástima ni acusación: es, ni más ni menos" (2 de octubre). Sólo que, en tal caso, no llegará a ser Cézanne, sino tan sólo Van Gogh.
Método para hacerse animal: estudiar sus caracteres e imitarlos. Primer rasgo característico: perros y caballos son irremediablemente pobres. "¡Qué pobreza tienen también en él (Cézanne) todas las cosas: sus manzanas son siempre manzanas para hacer compota ... !" (7 de octubre). Y Rilke emprende la imitación de la pobreza del perro: "Es preciso ser pobre hasta los huesos. Es preciso ser pobre..." (20 de octubre). "¡Qué progreso en la pobreza desde los tiempos de Verlaine!" (18 de octubre). "Voy por el camino de convertirme en un obrero" (13 de octubre).
Segundo rasgo a imitar: perros y caballos no son remilgados; en una deposición ajena, el perro husmea un cosmos de fragancias orgánicas; así también el artista debe buscar la fragancia del horror, como Baudelaire en el poema Una carroña: "No puede elegir, el espíritu creador no debe permitirse desdeñar cualquier cosa existente", la mirada artística está obligada a ver "en lo horrible y aparentemente repugnante la cualidad de ser" (19 de octubre). Así pues, todo lo que es, por asqueroso que parezca, es, y con eso basta.
Tercer y admirable rasgo: un animal no se despista nunca; está siempre en perpetua vigilancia: "Vivimos tan mal porque siempre habitamos el presente desprevenidos, inhábiles, distraídos de todo" (13 de septiembre). Proposición que acaba de esclarecerse en la Octava elegía, una vez más: "Lo que está fuera lo percibimos tan sólo / por el rostro del animal: pues ya al niño en tierna edad / lo ponemos de espaldas y le forzamos a mirar retrospectivamente / el mundo de las formas, no a lo abierto, que / en la faz del animal es tan profundo. Libre de la muerte". Ésta es la cuestión: ¡libre de la muerte!, ver las cosas sin que nos las destiña nuestra muerte; eso es lo que hace el perro y lo que hacen Van Gogh y Cézanne.
El artista sólo es artista cuando está -como el perro- libre de la muerte; pero siendo así que el artista, una vez muerto, ya no es un artista, entonces el artista no tiene más remedio que morirse en vida. Lo cual no es, en absoluto, fácil: "Sí, la obra artística siempre es el resultado de un haber estado en peligro, de haber llegado hasta el final en una experiencia, hasta donde ya nadie puede ir más lejos" (24 de junio). Ese lugar donde nadie que llegue puede ir más lejos ya sabemos lo que es. Van Gogh,y Cézarine consiguieron morirse en vida. Así lo reconocieron sus contemporáneos: cuando Cézanne se dirigía a su taller, diariamente, "los chiquillos corrían detrás de él, arrojándole piedras como a un perro" (8 de octubre). Y Rilke, que en 1907, fecha de las cartas, todavía no ha logrado prescindir de princesas, casitas con jardín, corbatines, distracción, fatuidad, arribismo, sarcasmo, peluquería, balnearios, en fin, miserias, ve pasar a los perros por la calle con una expresión de desesperada envidia. Años más tarde, entre 1912 y 1922, tras la desolación de Duino, lo conseguirá: comenzará entonces a llevar una vida de perro y a escribir poemas que todavía hoy pueden leerse durante toda una vida.
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