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Tribuna:LECTURAS DE AÑO NUEVO
Tribuna
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El hombre de la trompeta

Era una tranquila mañana del mes de octubre. Hasta el calor resultaba normal en la región sureña en que el cuartel estaba enclavado.En su despacho, el coronel Esteban Galeano trabajaba. No hacía una semana que había llegado a su nuevo destino y ya le parecía que llevaba en él toda la vida. Por las abiertas ventanas, el ruido de los soldados, que hacían instrucción en el patio, se acompasaba con las voces de mando y los sones de la banda militar.

El coronel no concebía mejor acompañamiento para su trabajo cotidiano. Levantó un momento la vista de los papeles y se recreó en aquella placidez inefable.

En aquel mismo instante algo inesperado sucedió. Por encima del ruido de los tambores irrumpió un sonido indescriptible que remedaba, desmañado, las primeras notas del pasodoble En er mundo.

También llegó, estrepitosa y unánime, la respuesta de la tropa:

-¡Oooooooolé!

El coronel se puso en pie y golpeó con firmeza el llamador del timbre que tenía sobre la mesa. La puerta del despacho se abrió instantáneamente, dando paso al comandante mayor.

-¿Llamaba, mi coronel?

Galeano señaló hacia la ventana. La algarabía continuaba en el patio.

,¿Me... me puede decir qué es... ese ruido?,

El comandante sonrió.

-¿La trompeta? Nada, mi coronel. Es Gutiérrez.

-¿Gutiérrez? ¿Quién es Gutiérrez?

-El soldado Casildo Gutiérrez, mi coronel. Siempre toca la trompeta al final de la instrucción. A la tropa le gusta mucho.

-Ya, ya lo he notado -el coronel se estremeció- Hágale subir al instante. Y que suba también el director de la banda.

El comandante mayor salió apresuradamente del despacho. Reapareció en seguida, acompañado de un orondo suboficial y de un soldado bajo, fornido y de mejillas coloradas que llevaba consigo una trompeta. Todos se pusieron firmes a la entrada del despacho. El comandante, mayor tomó la palabra:

-Con el permiso de usía. Le presento al subteniente Dauder, director de la banda del regimientó, y al soldado Gutiérrez, por quien usted ha preguntado.

-Ya.. A usted le conozco, Dauder. A usted Gutiérrez, le acabo de escuchar...

El director de la banda terció, lleno de orgullo:

-Le ha impresionado, ¿verdad? Pues eso no es nada. Ya verá cuando le oiga tocar El sitio de Zaragoza.

-Desde luego que me ha... .impresionado. Pero, ¿cómo no lo he visto yo antes?

-Estaba de permiso, mi coronel. Precisamente se reincorporó ayer. Además, Gutiérrez no toca siempre con nosotros; es una especie de artista invitado. En realidad, no se ajusta bien a algunas de las piezas de nuestro repertorio.

-No me lo jure, Dauder. No se ajusta bien a nada.

La expresión de los visitantes cambió.

-Mi coronel...

-¡He dicho a nada! ¡En años de servicio no he escuchado una cosa igual, ni pienso consentir que nada así suceda en un lugar a mi mando!

El comandante mayor se creyó obligado a intervenir:

-Con el permiso de usía, creo que se extralimita.

-¿Extralimitarme yo? ¡Aquí, si alguien se extralimita... -señaló a Gutiérrez- es ese energúmeno!-Mi coronel -prosiguió el comandante mayor-, esto es una cuestión de opiniones, y creo que el juicio favorable del director de la banda, un profesional, debe ser tenido en cuenta.

-¿En cuenta? ¿En cuenta para qué? ¿Es que mi opinión no vale? ¡Sepa usted que he realizado estudios de solfeo y piano! ¡Sepa que mi mujer y yo pensamos fundar en esta ciudad una sociedad filarmónica! ¿Qué esperan? ¿Que permita que aquí, en mi propio regimiento, se destroce la armonía y se atente de esa forma contra el buen gusto?

-Tiene razón usía en todo lo que dice. Pero las virtudes castrenses...

-¿Virtudes castrenses? ¿Virtudes castrenses? ¡Una cosa son las virtudes castrenses y otra la zafiedad y la chabacanería!

-Permita usía que me expliqué: la trompeta de Gutiérrez enardece a la tropa, y cosas así tienen un gran valor en tiempo de guerra.

-¡En tiempo de guerra, puede! ¡Pero en tiempo de paz el ejército tiene otras misiones, y la más importante de todas ellas es salvaguardar la cultura del país! ¡La cultura! ¡No la vúlgaridadí la ordinariez y el atraso! ¿Estamos o no estamos de acuerdo?Reinó un silencio sepulcral. El coronel insistió:

-¡Les he hecho una pregunta.? ¿Están de acuerdo o no?

Dos voces respondieron:

-¡De acuerdo!

El coronel se acercó a Gutiérrez. Éste miraba hacia el suelo.

-¿De acuerdo, Gutiérrez?

Gutiérrez respondió en voz baja.

-De acuerdo, mi coronel.

-Muy bien. Supongo que estaremos también de acuerdo en esta decisión. Gutiérrez: al salir, entregue la trompeta al comandante mayor. Le será confiscada a perpetuidad. De este modo, mientras yo esté al mando de este regimiento no volverá a producirse en él un suceso tan desdichado como el de esta mañana. Nada más. Pueden retirarse.

-¿Da usía su permiso?

Habían transcurrido algunos meses desde la toma de mando del coronel, y Galeano conocía de sobra a los que entraron con el comandante mayor. Eran el capitán Morales de Miguel y el sargento Carreira. Les saludó afablemente.

-Descansen, descansen. Siéntense y díganme qué desean.

Los visitantes permanecieron callados, presos de una gran turbación. ,

-¡Pero por Dios! -se impacientó el coronel- ¡Cuéntenme lo que sucede!

El capitán se decidió a hablar.

-Verá, mi coronel. Es que... tal vez convenga que le pongamos en antecedentes...

-Haga usted lo que estime oportuno, Morales. Pero, por favor, vaya al grano.

-Bien, mi coronel. Sabrá que tenemos un equipo de baloncesto.

-Desde luego. Y es un equipo muy bueno, ¿no es así?

Morales torció el gesto.

-No, mi coronel. Más bien lo era.

-Pues ¿qué ha pasado?

-Ha pasado, mi coronel, que en años anteriores solíamos ganar de calle el torneo de la región militar, y que este año vamos los últimos. Y los últimos quedaremos, si no se produce un milagro. Verá: el domingo próximo jugam. ' os en el campo de los que van los primeros, y es necesario que ganemos ese partido. Cualquier otro año eso hubiese estado fácil: nos los comíamos crudos. Pero este año han vistoque perdíamos y se les ha subido la moral. Nos esperan para machacarnos, para hundirnos. Ya se están relamiendo.

-Bien. ¿Y qué puedo hacer yo?

-Con su permiso, mi coronel, eso es mejor que se lo explique el sargento Carreira, que es el encargado de la hinchada.

-¿El encargado de la hinchada? -a Galeano le empezaba a divertir todo aquello.

-Eso mismo, mi coronel. El sargento escoge de la tropa a los soldados de mejor voz y los lleva a los partidos para que animen al equipo. Siempre dentro de la más estricta deportividad y el mayor respeto al contrario, como puede usía suponer.

El coronel sonrió y se dirigió a Carreira, que se había quedado sin respiración:

-Ya ha oído usted al capitán, sargento. Dígame en qué puedo ayudarles.Carreira dirigió al capitán Morales una mirada asesina; bajando luego la vista, masculló:

-Mmmmmmmmsssptg'rrz.

-¿Cómo dice, sargento?

-Digo que queremos la trompeta de Gutiérrez.

-¡Aclárese! ¿Qué tiene que ver la trompeta de Gutiérrez con todo esto?

-Mucho, mi coronel. Los otros años Gutiérrez venía con nosotros a animar al equipo. Si las cosas iban mal, tocaba la trompeta y los núestros se crecían. Este año Gutiérrez no ha venido a ningún partido, y ha sido un desastre. Mis animadores dicen que no se encuentran, y los jugadores lo mismo. Todos están obsesionados con que es por Gutiérrez. Si Gutiérrez acude con su trompeta al próximo partido, será una inyección de moral para todos. Nos hace falta esa trompeta, mi coronel.

-Lo siento, Carreira. Creo que di órdenes claras al respecto.

-Con su permiso -intervino el comandante mayor-. También dijo usía que en tiempo de guerra la trompeta de Gutiérrez podría tener utilidad. Pues bien: es la guerra. Tras años de gloria, estamos a punto de ser humillados. El honor del regimiento está en juego. Queremos a Gutiérrez con su trompeta.

Al coronel Galeano no le faltaba talento diplomático. Sabía cuándo había que ceder.

-De acuerdo, señores. Tendrán la trompeta. Usted, mayor, la llevará al partido. Cuando haya que animar al equipo, se la dará a Gutiérrez. Finalizado el encuentro, la trompeta será de nuevo confiscada.

La alegría resplandeció en los rostros de los otros tres.

-Gracias, muchas gracias, mi coronel ... Si no manda usía nada más ...

-Nada más, señores. Pueden retirarse.

Los visitantes se cuadraron ante el coronel y abandonaron el despacho.Una semana después volvía a repetirse la escena en el despacho del coronel. Pero esta vez el desencanto se pintaba en todos los rostros

-Fue horroroso, mi coronel -el que hablaba era el capitán Morales- Nos destrozaron. Nos barrieron de la pista. Nos ridiculizaron.

-Pero... ¿Y la hinchada? ¿Y los ánimos, Carreira?

-Nos tuvimos que callar. No pudimos decir nada, con la paliza que nos estaban dando.

-¿Y la trompeta de Gutiérrez? ¿No surtió efecto la trompeta de Gutiérrez?

- ¡Calle, calle, mi coronel! ¡Menudo fracaso! ¡Que le cuente, que le cuente aquí el mayor, que estaba al lado!

-Es verdad, mi coronel -asintió el comandante mayor, con tristeza- Tenía razón usía: ese hombre no tiene ni idea. Al principio, cuando vimos que el contrario nos empezaba a sacar ventaja, le dimos la trompeta para que tocase. Y tocó una cosa horrible, mi coronel: algo sin pies ni cabeza. Nuestra hinchada no sabía qué hacer, y los jugadores empezaron a mirar hacia las gradas, a ver qué estaba pasando.

-¿Y por qué no le dijo usted que tocara algo más melódico?

-Se lo dije, mi coronel, y entonces fue peor. Le puso a la trompeta una cosa de metal en la punta y empezó a soplar, poniendo unas caras muy raras. Le salía el sonido tan bajito que, con el follón que había allí, ni se sentía casi. Yo acerqué el oído ala trompeta y me pareció que tocaba El concierto de Aranjuez.-Pero El concierto de Aranjuez, ¿qué pega en un partido de baloncesto?-Pues eso digo yo, mi coronel. Además, con aquel chuflete puesto, la trompeta sonaba rarísima; tan triste y tan lúgubre que más que una trompeta parecía un cantaor de flamenco.-¡Pero hombre! ¡Haberle dicho a Gutiérrez que tocara loque tocaba antes, El sitio de Zaragoza y esas cosas!

-Se lo dije, mi coronel. Y él me miró con desprecio, como diciendo: "¿Pero... quién te has creído que soy?"

-¡Vamos, vamos! ¿De dónde saca Gutiérrez esas ínfulas?

-Le explicaré, mi coronel. Hemos hecho algunas averiguaciones. Gutiérrez es un hombre de mucho amor propio, y las críticas que le hizo usía le dejaron muy herido. Al parecer, se consiguió otra trompeta y estuvo practicando a nuestras espaldas, en permisos y cosas así. Hemos registrado su taquilla y hemos encontrado esto.

Puso en la mesa del coronel unas partituras. El coronel leyó los nombres de algunos de los autores: Purcell, Telemann, Haydn, Leopoldo Mozart. Se quedó perplejo. ¡Aquel bárbaro se había atrevido con todo el repertorio clásico para trompeta.'

-¿Y esto -inquirió- es lo que tocó Gutiérrez en el partido?

-No, mi coronel -respondió el comandante mayor- En el interrogatorio que le hicimos nos dijo que ya estaba harto de esas cosas tan manidas. Parece que en los últimos tiempos lo único que hacía era escuchar y escuchar estas casetes que también le hemos intervenido.

Dejó sobre la mesa un puñado de casetes. Galeano leyó los rótulos con detenimiento. Cuando, tras permanecer unos instantes en silencio, volvió a dirigirse á los circunstantes, su tono de voz había cambiado.-Retírense. Retírense, por favor. Mayor: en cuanto salga, dígale a Gutiérrez que venga a mi presencia. Él sólo. ¡Ah!, y devuélvale la trompeta antes de que entre en mi despacho.Los visitantes se retiraron. Galeano permaneció en su sillón, pensativo. Al cabo de un rato alguien llamó a la puerta.

-¿Da usía su permiso?

-Adelante, Gutiérrez.

Temeroso, el soldado Gutiérrez apareció en el umbral.

-Pase, por favor, Gutiérrez -insistió el coronel- Pase y siéntese.

Gutiérrez obedeció. Hubo un silencio embarazoso que, al fin, fue roto por la voz del coronel.

-Permítame que le pregunte: ¿qué fue lo primero que tocó usted en el partido?Gutiérrez respondió con voz baja pero firme: Walkin, mi coronel. La versión de 1961, en el Blackhawk.-Me temía algo parecido -murmuró el coronel. Señaló hacia las casetes- Eso es suyo, ¿verdad?-Sí, mi coronel.-¿Me puede decir dónde las encontró?-En unos grandes almacenes, tiradas en un cajón. Me compré una por curiosidad, porque vi que era de un negro, y los negros tienen fama de tocar bien la trompeta. La escuché por la noche. Al día siguiente fui por todas las demás.-Parece que le gusta a usted el estilo de este hombre.Gutiérrez se puso solemne.-Más que eso, mi coronel. No concibo que se pueda tocar de otra forma.-Le comprendo, Gutiérrez.A Gutiérrez se le iluminó la cara.

-Gracias, mi coronel. ¿Manda algo más?

-Sólo una cosa, Gutiérrez -el coronel se levantó del sillón y paseó por el despacho- Me gustaría solicitarle un favor... especial.

-Usía me manda siempre, mi coronel.

-Verá. Supongo que conoce usted el disco Kind of blue. ¿Sería usted capaz de tocar para mí el comienzo de All blues? Ya sabe, el primer tema de la cara B...

-Con su permiso, mi coronel -cortó Gutiérrez- All .blues puede ser una interpretación más original, quizá hasta más innovadora; pero el auténtico Miles Davis, el más característico, está a mi juicio en Round midnight, la versión de CBS, grabada en 1956. Si no le importa, preferiría interpretar ese tema.

El coronel hizo un gesto de asentimiento.

-Como quiera. Al fin y al cabo, usted sabe más que yo.

La infinita amargura de un sonido de trompeta inundó de belleza el patio del cuartel. En el despacho del coronel, Gutiérrez tocaba.

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