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Terrorismo y violencia política

La imagen más difundida de los terroristas es de un grupo de desesperados, inspirados por un odio ciego hacia un enemigo y manipulados por un Estado autoritario. Esta imagen puede corresponder a la realidad, pero solamente en casos extremos y al final de una evolución que ha cortado a los terroristas de las metas por las cuales habían recurrido a la violencia.El terrorismo es antes de todo una forma descompuesta, invertida, de un movimiento social o nacional, cuando éste no puede organizarse porque la categoría nacional o social en nombre de la cual actúa el grupo de militantes no se moviliza, no está dispuesta a lanzarse a un movimiento de ruptura social o nacional. Si al contrario, tal categoría no se moviliza porque está reprimida, la violencia política, aunque utilice métodos terroristas, no está considerada como terrorista sino por el poder político que dirige la represión. Los resistentes de los países europeos ocupados por los nazis o los nacionalistas de Argelia o de otros países ocupados por un poder colonial fueron considerados, a veces mucho después de su actuación o de su muerte, como héroes nacionales, y, en el plano social, los actos de sabotaje son parte de la historia del movimiento obrero.

Pero los revolucionarios europeos que pretenden despertar a una clase obrera enajenada matando a empresarios, periodistas o magistrados para crear una violencia revolucionaria que invite a los proletarios a liberarse de la violencia burguesa, se equivocan, porque la clase obrera alemana o italiana no es revolucionaria, no considera que la defensa de sus intereses suponga la destrucción del poder político. Cada vez más aislados por su propia violencia, caen de la violencia política en la violencia pura, especialmente para conseguir dinero. A veces esta violencia se transforma en criminalidad; más a menudo, encierra a los terroristas en un gueto de la violencia, del cual no pueden salir sino por la muerte o la cooperación con la policía.

Conviene mencionar en el caso europeo las formas de terrorismo que corresponden a la descomposición no de un movimiento popular, sino de un sistema tradicional de dominación social. La Mafia fue, por lo menos en su primera etapa siciliana, la criminalización del dominio descompuesto de una clase de terratenientes arruinados. De la misma manera, parte de los atentados realizados por nacionalistas en Córcega expresan la defensa de los antiguos notables que se sienten amenazados por la llegada de nuevas elites comerciales o industriales, en gran parte inmigradas.

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Al lado del terrorismo de origen social existe un terrorismo nacionalista. Su proceso de formación es idéntico. En el Medio Oriente, los grupos más activos defienden la idea de una nación árabe, pero en realidad esta comunidad nacional y cultural está desintegrándose y están formándose Estados nacionales, de tal manera que ninguna movilización árabe se forma, mientras, al contrario, en Líbano se desarrollan luchas tanto entre musulmanes o entre cristianos como entre las dos grandes comunidades religiosas.

Ejemplo que indica la necesidad absoluta de no analizar como terrorismo todas las formas de violencia. Los grupos religiosos y étnicos identificados con el régimen de Jomeini actúan a veces con una extrema violencia; toman y matan rehenes pero se sienten tanto parte de un movimiento colectivo como los pasdaran voluntarios en la guerra contra Irak.

El análisis tanto del terrorismo nacional como del terrorismo social indica dónde se encuentra el núcleo central del terrorismo: es la zona de descomposición del marxismo-leninismo, más precisamente del maoísmo, o, en el mundo occidental, del nacionalismo revolucionario, cuando militantes políticos llaman a la vez a la revolución social y a la lucha antimperialista de liberación nacional y no consiguen respuestas populares espontáneas. De los tupamaros uruguayos y de los montoneros o de la ERP argentina hasta los muyahidin del pueblo iraní y de sus equivalentes turcos de los años setenta, y hasta los cristianos libaneses revolucionarios como G. Habache, jefe del FPLP y sus seguidores, como los hermanos Abdallah se encuentra la misma unión de un discurso revolucionario que no alcanza a sublevar a ninguna clase obrera -o porque ésta no existe o porque está dirigida por sindicados o partidos no revolucionarios, o también porque los trabajadores no reaccionan como clase sino como grupo nacional y religioso- y de un llamamiento a la lucha de liberación nacional que se encuentra rápidamente desbordado por un antioccidentalismo cultural, religioso, tan alejado del leninismo como de la democracia occidental. Estos revolucionarios no encuentran apoyo; su acción es limitada o destruida por un lado por un integrismo nacional-religioso y por el otro lado por un reformismo nacional-popular de tipo latinoamericano. Como sucedió en el Irán pos revolucionario, estos revolucionarios que contribuyeron a radicalizar el proceso político fueron las principales víctimas de los regímenes que habían contribuido a crear y a defender.

El período actual es favorable al terrorismo porque los antiguos movimientos sociales han perdido fuerza y se encuentran entonces menos capaces de dar un significado político a la violencia social individual. De manera paralela, casi está agotado el proceso de descolonización y ha crecido el poder de nuevos Estados autoritarios. Estos Estados poscoloniales utilizan movimientos revolucionarios, ya transformados en grupos terroristas, y que así se vuelven grupos mercenarios que no solamente reciben armas y dinero de un Estado, sino que dirigen su violencia contra los enemigos de este Estado. Siria o Libia apoyan parte de su política antioccidental en la manipulación de grupos terroristas. Éstos ya no se refieren a su identificación con una nación, sino solamente a su odio contra Israel, Estados Unidos o Francia.

En muchos casos, la violencia política tiene aspectos terroristas, pero no puede ser enteramente identificada con el terrorismo. ¿Cómo no mencionar aquí el caso vasco? La referencia a una nación vasca es en parte artificial en una región urbanizada, industrializada, que ha perdido gran parte de su homogeneidad cultural; en este sentido, la violencia nacionalista se vuelve terrorista. Pero existe también en el País Vasco una consciencia de la dominación sufrida, en particular durante el franquismo, y los actos de violencia están respaldados por una parte notable en la opinión pública. En este sentido, no se puede reducir la violencia política vasca al terrorismo.

El terrorismo no es ni la criminalidad social que existe tanto en Cerdeña y existió en el sur de Italia y en muchos países en la forma de los bandidos nacionalistas o amigos de los pobres, ni la violencia política que lucha contra una represión social o nacional. Es un proceso de descomposición de luchas sociales o nacionales, definido por la ausencia de apoyo de parte de las categorías en nombre de las cuales está desatada la violencia. La violencia política no es terrorista si aumenta la movilización social o nacional. Si, al contrario, los actos de violencia aumentan la distancia entre vanguardia y pueblo, se transforman en un terrorismo destructivo.

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