Calendario
Estoy inundado de calendarios. Para escribir estas líneas tengo que apartar de la mesa docenas de almanaques. Tiemblo cada vez que llega el cartero con regalos en forma de agendas, anuarios, tacos, cuadernos, carteles, toda clase de audaces propuestas gráficas y tipográficas para seguir el curso de 1987. Calendarios de pared, de bolsillo, de mesa, de cocina, de salpicadero. Montones de ingeniosos sistemas de registrar el año que nos viene. Toneladas de papel con hermosos diseños cronológicos.El primer problema que plantean estos documentos de ordenar el tiempo es de espacio. No tengo sitio donde colocarlos. Hay que elegir, por tanto, un solo almanaque y deshacerse del resto para respirar. Ése es el segundo problema. ¿Qué criterio seguir en la elección? No hay calendario inocente, arbitrario, como se sabe desde la antigüedad. Cada una de estas agendas ofrece un método distinto de vivir el ciclo anual. Es muy diferente que el almanaque me proponga visiones, completas del año, del trimestre, del mes, de la semana o del día; que las semanas del calendario sean de lectura vertical u horizontal; que los domingos estén a la derecha o a la izquierda; que las fiestas vayan en rojo o en azul; que las fechas tengan o no tengan santoral, efemérides civiles, datos lunares, signos zodiacales, espacio para notas personales. Hay que meditarlo mucho antes de elegir ese almanaque que regirá tu vida anual. Una vez atrapado en su lógica, en la red cronológica, estarás condenado a seguir su ritmo durante 365 días. Y no es tarea sencilla. Estos nuevos calendarios de seductor diseño están muy bien para ganar premios de arte gráfico, pero no hay manera de saber dónde caen los jueves, en qué mes estamos, si mañana es el santo de la santa o cuándo habrá puente. Desde que los artistas descubrieron las grandes posibilidades estilísticas del calendario, sus grafismos impiden ver el bosque semanal, mensual, anual. Admiro tanto diseño revolucionario, pero añoro aquel crudo realismo cronológico de la Unión Española de Explosivos.
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