_
_
_
_

Nacho Martínez

La importancia de ser actor secundario

Rosa Rivas

El nombre de los secundarios no suele atravesar en línea la pantalla como el de las estrellas. Figura en grupos de cuatro o de dos, y si la tropa es mucha se pierde en una interminable hilera. Pero los actores secundarios resultan imprescindibles, a veces incluso apuntalan al protagonista. Y en esa onda se mueve Nacho Martínez, asturiano grandón de 34 años, con voz cotizada en doblaje, presente en la última hornada de películas españolas como La mitad del cielo, El viaje a ninguna parte y Adiós, pequeña.

A la espera del estreno de La ley del deseo, nuevo producto de Almodóvar, actúa en el espectáculo teatral 5 Lorcas 5 y en Diálogo del amargo, que dirige Lluís Pasqual y donde una vez más hace de malo. Por eso sus compañeros bromean llamándole Nicho Martínez. Salvo en Tasio, de Armendáriz, su primera película, en la que era "un pueblerino muy buenín", sus siguientes pasos por el cine destilaron un cierto olor a siniestro, como en La mitad del cielo, encarnando al trepador que rentabiliza aguantarle los vómitos a Fernán-Gómez, o como el torero especial de Matador.Ahora cuentan con él en casi todos los repartos del cine español, y próximamente su rostro será irremediablemente televisivo merced a una serie saga de 26 capítulos El olivar de Atocha, pero tuvo tiempos en los que no se las prometía tan felices, y a punto estuvo de hacer oposiciones y volver a Oviedo. Allí había estudiado historia del arte y desfogado sus inquietudes teátrales en grupos universitarios e independientes. Con uno de ellos, Caterva, hizo Ubú, rey en Madrid, lo que le abrió el camino al teatro comercial. Recorrió España un año con María la mosca, y después, el paro.

Para sobrevivir en la capital se empleó de camarero de bodas y banquetes. No le pillaba de sorpresa, pues "ya había trabajado en un chigre cuando era universitario", pero al pasar los meses y tener como único acercamiento teatral las cenas medievales en castillos y en la Plaza Mayor, le entró un agobio tremendo.

La lucecita al final del túnel fue el doblaje. Su magnífica voz terminó, al cabo de cuatro años, dando acento español a Richard Chamberlain, George Peppard, Richard Gere o Fabio Testi, pero al principio personificó a Jolly Jumper, el caballo de Lucky Luke. "Eso me dio mucha confianza en mí mismo", afirma, "pues comprendí que si era capaz de levantarme todos los días a las ocho de la mañana y marchar al estudio a relinchar, ya sería capaz de hacer cualquier cosa".

A Nacho Martínez, que reivindica "los apellidos de cada uno, aunque no sean artísticos", no le preocupan las categorías de figura o secundario. No se pega por un quítame allá esa letra en los títulos de crédito, "porque lo que importa es el trabajo". "Yo me lo paso bien con lo que hago; estoy tranquilo. No vivo lo de ser actor de una forma crispada. Es como cualquier otro oficio, salvo que trabajas con tu propio cuerpo en vez de con otra herramienta", dice, y se ríe al recordar cómo luchaba con los platos escurriéndosele por el brazo o cómo aguantaba el tipo recitando en castellano antiguo entre el chocar de los tenedores y las alabanzas al asado de los comensales.

A pesar de haber navegado tanto entre comida, no está harto, le encanta cocinar y donde quiera que va se interesa por las cuestiones gastronómicas. "Dormir, comer y leer es lo que más me gusta, aparte de estar con los amigos y fugarme a Asturias para oxigenarme".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_