Conmemoraciones y cultos
La dimensión que están alcanzando los preparativos de acontecimientos como el del V Centenario del Descubrimiento predispone a reflexionar sobre la visión del mundo que los organizadores expresarán a su través. Acaso pueda verse mejor que en ninguna otra manifestación de índole política el culto que rinden a su propia concepción del mundo y a las formas que adopta esa concepción. El mayor peligro de esta forma de ver las cosas quizá resida en la consideración de la realidad con estructura de argumento político. La exclusividad de esa disposición permite vislumbrar su propósito de convertirse en la única posible, amenazando todas las demás.La elección del acontecimiento se produce por sus características de gesta o de empresa gloriosa, de manera que sirva más a los objetivos de la conmemoración que a la comprensión cabal del hecho histórico. Ésta puede darse por añadidura, puede incluso formar parte, pero siempre por debajo de la categoría del acontecimiento, específico y aislado, que da título a la exposición. Lo que importa es su universalidad, la magnitud a que puede dar lugar cuando implica a las mayores fuerzas posibles en juego (todos aquellos que directa o indirectamente tienen que ver con América). No se trata tanto de una concepción de la historia como de la construcción de la propia leyenda, inspirada siempre en la capacidad evocadora de empresas irrepetibles, de las que el mundo será forzosamente testigo. La celebración asume el dispositivo mágico necesario para recuperar, como en una especie de ciclo del eterno retorno, la antigua grandeza mediante una manifestación presente, mediante un conjuro que despierte de forma abstracta y emocional la evolución. Los hechos que dieron lugar a la gesta pasada se convierten hoy en demostración elocuente, y elaboran un lenguaje de entendimiento que incluye en sus términos los términos de la empresa. Sin esta elocuencia, obtenida a partir de la recuperación de la grandeza mediante el conjuro, la celebración carece de objeto. Viene a ser la recuperación por vía solemne de un antiguo estado que, si bien no se posee objetivamente, se poseerá comunicativamente.
La conmemoración se define ad intra por la lucha para obtener el protagonismo y la dirección en los objetivos. Esta lucha sólo tiene sentido si al éxito de la conmemoración le sigue la glorificación de los organizadores. Los protagonistas de la gesta antigua encarnan en los organizadores de la presente. Si se piensa en que el objetivo del evento bien pudiera ser la recuperación simbólica de la grandeza, se comprenderá perfectamente la clase de beneficios que dispensará. Su éxito se definirá por la capacidad de estimular, inaugurar o saturar vías de comunicación. Si el contenido remite a una recuperación simbólica, el mecanismo de funcionamiento se inspira en los de la campaña electoral. Asedio de los medios, elaboración tópica de mensajes, presentación de candidatos, programas esquemáticos, consignas y emblemas. La inauguración del acontecimiento coincide con la elección de candidatos y con la constitución ejecutiva del poder. De tal manera que, independientemente de los resultados de la celebración, se ha producido previamente el de los candidatos elegidos. La trascendencia de este momento es comparable a la de la evaluación de los resultados obtenidos (de esta evaluación cabe asegurar que no se producirá nunca, ya que no es asequible a ninguna especie de comprobación). Se concluye entonces que la glorificación de los organizadores se prefigura ya en el momento mismo de ser elegidos y casi en mayor medida que después.
Culto al futuroir
La memoria de la grandeza pasada (evocada con los medios ya descritos e inserta en el nuevo lenguaje) anticipa la grandeza del porvenir. El dispositivo se sirve de lo legendario, pero también para apuntar al futuro -al que trata desde ese momento como leyenda, como símbolo independiente, que ha prescindido del análisis, del cálculo y de la historia-. El futuro no se explica: se evoca. Según los organizadores, el acontecimiento depara una función instrumental; demuestra de forma visible la máquina poderosa con que cuenta la organización para llevar a cabo su proyecto. La conmemoración es un proyecto colosal. Los medios con que ha de contar son también colosales. Colosal es también el futuro, el reino de todas las posibilidades, el reino donde no se ha cumplido todavía ningún fracaso. Lo que va a ser y lo que seremos se sintetiza en el instante de la demostración, que es un riesgo, un reto, una prueba, según la jerga habitual de los responsables. Se acota un territorio y se atesta de signos. Todo se dispone para la eficacia del ámbito litúrgico.
Pantallas de televisión que ofrecen un acceso inmediato a la información, gesticulación audiovisual, apoteosis de la red y de la interconexión, despliegue abrumador de nuevas tecnologías. En el territorio acotado el acento es más importante que la expresión, no existe el discurso, sino el mensaje. El futuro no se explica, es el reino del visionario y del retórico. La posibilidad se identifica con la promesa del milenio, y el organizador, con el sacerdote.
Soberanía del ritual
De lo anterior cabe concluir que la eficacia que se espera de la celebración es una eficacia simbólica. Asentimiento y aceptación de los símbolos en detrimento de la explicación y del comentario. La estructura se reduce a la coordinación de gestos rituales. Frente a la realidad positiva, por ejemplo, de una política consecuente con América, frente a la constancia de los hechos que demuestran la veracidad de la disposición, se opone la verosimilitud de la conmemoración. Verosimilitud contra veracidad. Leyenda contra historia. Posibilidad contra realidad. ¿No es esto una realidad concebida con estructura de argumento político? La dificultad, la complejidad y la diversidad son rebasados por la proliferación de mensajes, códigos y emblemas que sirven a una idea aglutinante y no a la creación de un espacio para la discusión.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.