El olfato de la justicia
Año 1986. Casi fin de milenio. Dos mil años de cultura abarrotan nuestras bibliotecas, nuestros museos y universidades. Vivimos en el reino de los justos, de los infalibles hombres tocados con negra toga que dictan y administran las normas de nuestro quehacer cotidiano.Nosotros -pobre rebaño vestido de pantalón vaquero- no somos nada sin ellos. Nos perdemos en los caminos que no llevan a ninguna parte hasta que, en la oscuridad de nuestra ignorancia, escuchamos el golpe seco de la verdad y, con las orejas gachas, decimos amén. La justicia no es un cachondeo (que se lo pregunten a los reclusos que mendigan un rayo de sol). La justicia es ciega, y su mejor sentido es el olfato...
¿Qué podemos nosotros, niños malos y respondones, ante tantas muestras de rectitud y ecuanimidad? ¿Qué podemos ante la evidencia de un fiel que nunca se mueve del cero? ¿Qué podemos ante una espada que sólo se mancha de sangre de malhechores y enemigos de nuestra tradición? ¡Nada! Sólo entonar un mea culpa y dar gracias por tener la inmensa fortuna de vivir en el reino de los justos.-
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