La cólera
Seguramente muhos padres habían presentido que la adhesión de sus hijos por la música dura no se reducía a una diversión más. No es lo mismo, se mire como se mire, ser poseído por el universo del heavy, por ejemplo, que entusiasmarse por el balonmano. Cuando los chicos deciden salir por ahí, a un concierto o a una discoteca, escogen no sólo un medio de pasar el rato, sino un ámbito en el que recuperan una identidad negada bajo el cielo social. Algo más que llegar a ser unos expertos en el sonido de The Stranglers tenía que deducirse de ese repetido consumo. Cualquiera habría pronosticado que la multiplicación de walkmen y el ensimismamiento a que conducen daba pie para predecir que en la cabeza de esos oyentes se estaba fraguando algo. Incluso era posible presentir que en la silenciosa y exclusiva comunicación con el walkman recibirían mensajes clandestinos.Los jóvenes no hablaban o hablaban poco y eso era, se decía, porque ni escuchaban la onda media ni leían libros. Los jóvenes no tenían proyectos, ni grandes ilusiones y eso era, en la explicación más piadosa, porque la época de crisis daba, en verdad, para poco. La música, la droga y una molicie patológica parecían definir el lugar acorralado. No hacían nada y eso era intranquilizador, pero por lo menos no hacían nada. ¿Qúe pasa, sin embargo, ahora que sí hacen, se manifiestan y muestran una cólera inesperada? Mientras la extraña enfermedad se estabulaba en los palacios de deportes, en las salas de conciertos y en las paredes del cuarto de estar, no fue más que un inocente, aunque antipático, fenómeno de la edad. Ellos dejaban claro que pasaban de todo, pero por lo mismo "el todo" quedaba indemne. El pavor estalla ahora cuando más allá de las reivindicaciones sobre asuntos de escuela y el sueldo semanal, los chicos se ponen contra el todo. Antes, con las cosas menudas, era fácil discutirles la razón. Incluso parecían tontos. Ahora, sin embargo, cuando tienden a cuestionar la totalidad, no hay ciudadano que no les vea cargados de sabiduría.
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