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Reportaje:LAS GUERRAS DE LA PANAMERICANA / 1

La tragedia cotidiana de El Salvador

Únicamente 590 kilómetros separan por carretera San Salvador, capital de El Salvador, de Managua, capital de Nicaragua. Esa distancia, 45 minutos en avión, puede hacerse interminable por la carretera Panamericana. Entre San Salvador y Managua hay dos guerras, la del Gobierno de El Salvador contra la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y la del Ejército sandinista de Nicaragua frente a los antisandinistas de la contra. En medio, Honduras, que también ha quedado implicada en el conflicto. Un enviado especial de este periódico recorrió en tres etapas, por carretera, el trayecto entre San Salvador y Managua, y relata sus impresiones del viaje.

Desde hace unos días, los norteamericanos residentes en El Salvador están soliviantados. El Gobierno democristiano de José Napoleón Duarte acordó, sin previo aviso, implantar el visado para los ciudadanos de Estados Unidos. Parece que Duarte quiere responder así a la exigencia de visado en EE UU a los miles de salvadoreños que buscan refugio y trabajo allá, en el poderoso Norte.También se dice en San Salvador que el Gobierno quiere impedir la entrada de norteamericanos molestos, que vienen al país para pedir cosas tan desagradables como la paz o el reparto justo de los donativos para las víctimas del terremoto.

Esta exigencia de visado estuvo a punto de frustrar, ya de salida, el proyecto de llevar el jeep, propiedad de una gran revista norteamericana, de San Salvador a Managua. La corresponsal de la revista, que iba acompañada del enviado especial de este periódico, no disponía del visado implantado por sorpresa, y la Embajada de El Salvador en México no tenía ni idea de cómo se extendía el documento.

El primer obstáculo se resolvió a base de sacar un billete de avión para Managua y apearse en El Salvador. Así, la compañía aérea permitió el acceso, sin visado, a la corresponsal, que en la escala en San Salvador abandonó el vuelo. El funcionario de emigración de El Salvador, por suerte, no estaba al día, y no se le ocurrió pedir el visado a una ciudadana norteamericana. El viaje se había salvado, al menos de momento.

Galas y desolación

Desde el 1 de diciembre San Salvador se viste de galas navideñas, que aparecen por hoteles y establecimientos comerciales y en los anuncios de prensa y televisión. Hasta la saciedad, en una ciudad que todavía saca cadáveres descompuestos de los edificios destruidos por el terremoto del pasado 10 de octubre, el periódico informa que erróneamente un cadáver encontrado hace unos días y reconocido por los familiares no era quien creían que era, porque ha aparecido otro que llevaba los documentos del que habían identificado como su pariente. Se ruega a los que puedan dar detalles de la identidad de la otra víctima que se presenten. Los damnificados siguen en la calle y seguirán por mucho tiempo. La tragedia vivida ha pasado a ser un hecho cotidiano.

Por la carretera Panamericana, hacia el oeste, en dirección a Honduras, Radio Sagitario, "música suave en estéreo", inunda el espacio del jeep con "Volare, oh, oh; cantare, oh, oh" y "Estuve enamorado de ti, como ayeeer". Es el día del aniversario del asesinato, en 1980, de cuatro religiosas norteamericanas por varios guardias nacionales.

La Panamericana deja a la derecha la base aérea de llopango, desde donde el ciudadano norteamericano Eugene Hasenfus volaba con su carga mortífera de armas para abastecer a los antisandinistas de la contra. En la puerta de la base un cartel advierte: "Se prohíbe la propaganda política en los sectores de la uerza aérea".

Kilómetros más adelante hay un desvío hacia Tenancingo, un pueblo que fue brutalmente bombardeado por la fuerza aérea y tuvo que ser desalojado por sus habitantes. Ahora, bajo el patrocinio de la Iglesia católica, los vecinos han vuelto a Tenancingo, y el Ejército y la guerrilla parecen haber llegado a una especie de acuerdo para respetar el pueblo y no utilizarlo con fines militares. Los pobladores viven una paz precaria, pero al menos han vuelto a sus casas y dejado los tristes lugares de acogida de refugiados en la ciudad.

La Panamericana va llena de camionetas cargadas hasta los topes.El Salvador es algo más pequeño en extensión que la provincia española de Badajoz, pero tiene más de cinco millones de habitantes.

La guerra ha hecho que uno de cada 10 habitantes haya quedado desplazado de su lugar de residencia. Otros tantos salieron del país y vegetan en campamentos de refugiados o buscan fortuna en Estados Unidos. Los siete años de guerra han causado ya 60.000 muertos.

Durante el viaje no había controles militares en las carreteras, y el primer puesto fijo del Ejército estaba en el puente de Cuscatlan, a unos 100 kilómetros de la capital. El puente ha sido construido de nuevo. El antiguo, de 530 metros, era el más importante del país, porque unía el sector oriental con el occidental. La guerrilla lo voló el 1 de enero de 1984. Ahora, con ocasión del diálogo de Sesori, el pasado 19 de septiembre, se inauguró uno nuevo. Éste ya no es colgante, pero está construido de tal modo que sí lo vuelan de nuevo sólo queda destruido un trozo, que se puede reconstruir rápidamente.

En San Miguel, el cuartel de la Tercera Brigada de Infantería lleva el nombre de Teniente Coronel Domingo Monterrosa, que estaba considerado como el mejor estratega del Ejército salvadoreño; Monterrosa murió con otros 15 militares el 23 de octubre de 1984, al parecer por la explosión de una bomba que la guerrilla consiguió introducir entre la carga del helicóptero que transportaba a los soldados.

La nueva estrella del Ejército salvadoreño es el teniente coronel Mauriclo Vargas. Para llegar hasta él hay que abandonar la Panamericana en San Miguel y seguir hasta el norte, en el departamento de Morazán, hasta San Francisco de Gontera. En la carretera hay carteles de "Gnosis, la doctrina suprema del amor". Los anuncios de Iglesias de sectas protestantes salpican todo el camino. Un maestro que hacía autoestop explica que ahora de noche es peligroso andar por estos caminos. Otro autoestopista es un joven soldado de Pequin, una ciudad en el norte de Morazán, al lado de la frontera con Honduras, que está considerada la capital de la guerrilla. El soldado de Pequin va de paisano y tiene varios días de permiso. Explica que tres de sus hermanos están en el Ejército. Está contento, gana 374 colones mensuales (10.000 pesetas) y cuenta que a su padre lo mataron los guerrilleros; se ríe cuando explica que tiene novia: "Yo le hice un bicho".

La plaza de San Francisco de Gotera presenta un aspecto fantasmal bajo la luz hiriente de un reflector potentísimo. Ante la catedral están estacionados los vehículos militares. Los soldados deambulan por la plaza y ligan o tratan de ligar con las chicas. Hay niños que juegan al balón en medio de la tropa. El cine Morazán va a comenzar su proyección de la película Amigo, interpretada por el actor español Alfredo Landa. Momentos después llega el aviso : "El coronel Vargas les permite pasar".

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