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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alcohol en la carretera

SESENTA Y cuatro personas muertas y otras tantas heridas hubo en los accidentes de tráfico registrados durante el último largo fin de semana en España. La repetición de estas sangrías periódicas en los inicios y finales de las vacaciones, estacionales o con ocasión de puentes como el de la Inmaculada han acabado por entrar a formar parte de la rutina nacional, como si de una catástrofe natural, equiparable al pedrisco o los ciclones, se tratara. La monocorde lista de causas con que la Dirección General de Tráfico adereza los escalofriantes datos una vez cerrada la estadística -adelantamientos indebidos, exceso de velocidad, invasión del lado izquierdo de la calzada, distracciones del conductor- contribuye, con su prosodia redundante, a acreditar esa sensación de impotencia ante lo inevitable. Es lo cierto, sin embargo, que ni el lamentable estado de buena parte de nuestras carreteras ni las deficiencias del sistema español de comunicaciones en general pueden considerarse hechos eternamente inevitables. Tampoco es inevitable una de las causas fundamentales de los accidentes en la carretera, que es el consumo de alcohol por parte de los conductores.El accidente registrado la madrugada del domingo en las inmediaciones de Zaragoza, en el que seis personas que habían asistido a una boda perdieron la vida al caer el automóvil en que viajaban al canal Imperial de Aragón, ha roto parcialmente la insensibilidad de la opinión pública ante tanta muerte estadística. Y ello no únicamente por el número de víctimas y su extrema juventud, sino por la circunstancia de que el único sobreviviente de la tragedia, un muchacho de 21 años, dio positivo en las pruebas de alcoholemia a que fue sometido tras el accidente.

La relación entre los accidentes de tráfico y el abuso del alcohol está suficientemente acreditada en todo el mundo. Un estudio reciente realizado en el Reino Unido ha cifrado en 50.000 el número de accidentes de carretera anuales imputables al alcohol. En Estados Unidos se estima en 70 muertos diarios el número de víctimas de accidentes provocados por la embriaguez del conductor: España, país que ocupa el cuarto lugar mundial en porcentaje de personas consideradas alcohólicas, el 50% de los accidentes mortales tiene como causa directa el alcohol. Pese a ello, la permisividad social ante el uso y abuso de la bebida contrasta con la reprobación y alarma suscitadas en nuestro país por la frecuentación de otras drogas, pese a que la morbilidad del alcoholismo es 500 veces superior a la de la ingestión de cualquiera de estas sustancias. El problema es particularmente grave entre los jóvenes. Según una encuesta realizada por la Dirección General de Sanidad, el 27%. de los jóvenes entre 22 y 25 años admitió haber conducido "con unas copas de más", y otro 15%, haber conducido en situación de embriaguez.

No es un problema de legislación: las autoridades de tráfico están facultadas por ley para prevenir y castigar el uso del alcohol por parte de los conductores. Sanciones previstas para disuadir del consumo del alcohol en la carretera son las de multa de hasta 20.000 pesetas y retirada temporal del permiso de conducir (hasta cinco años). Es una cuestión de responsabilidad social, que apela a los ciudadanos que son inconscientes, cuando toman el volante en sus manos, de que manejan una máquina cuyo descontrol es fatal para ellos y para los que comparten con ellos el uso de la carretera. Las diversas campañas tendentes a hacer patente ante el conductor la necesidad social de un comportamiento civilizado en el uso de su ciolche no han llevado a ninguna parte, según las estadísticas. Por ello es por lo que hay que entender que el problema debe plantearse a partir de la responsabilidad invidual de los conductores. Unicamente la comprensión por parte de la ciudadanía de que ella misma, sin el fácil recurso a la solicitud de campañas pÍeventivas, puede poner en el- camino de una solución para este terrible problema- Nos hallamos, por tanto, ante la oportunidad al mismo tiempo que el reto, de que sea la, madurez de la sociedad española la que acometa si no la extirpación imposible, sí al menos la contención de los daños de tan terrible lacra. Una respuesta social mucho más que estatal es lo que exige una situación como la que vivimos.

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