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Tribuna:GUÍA IRRACIONAL DE ESPAÑA
Tribuna
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El español y las folklóricas

La folklórica es la superespañola / Andalucía folkloriza a sus Vírgenes y sacraliza a sus folklóricas / Argós: "Ante la vergüenza de los gitanos, no podemos presumir de vivir en Comunidad" / Lorca: "La tristeza que tuvo tu valiente alegría" / Las folklóricas, como los toreros, acabarán siendo un número turístico.

La folklórica es algo así como la superespañola, y por eso los españoles machos aman a las folklóricas. Peineta loca, cara crispada, pechos violentos, piernas de araña furiosa con bata de cola, brazos / serpiente y manos neo / neomudéjar. Eso es una folklórica. La voz va por donde quiere. La folklórica, naturalmente, no es la monja de clausura del jondo, la cantante pura, la cantaora de minorías. La folklórica es todo eso vuelto del revés, sacado hacia afuera, más un productor de cine para eternizar el tema.La última soberana de la canción andaluza es Martirio, que acaba de presentarse en Madrid, en una sala de rock, la Universal, con gafas negras y público retro-camp. Más oriental que las anteriores, pero muy nacional, Martirio puede dar juego. Sólo la falta que se le muera un torero a tiempo. Todo español tiene la conciencia callada de que España es Andalucía. Todo español vive el irracionalismo profundo de la mujer del Sur, del hondo Sur, y a esas mujeres las explica mejor que nada la folklórica, que es un malentendido glorioso de arte y pasión, de sexo y barullo. Ahora, Rocío Jurado canta a Rafael de León, el clásico. La Pantoja perpetúa su dolorido sentir:

-El luto va por dentro.

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Homenaje a Pastora Imperio. Película sobre Raquel Meller. La copia, que muchos habían identificado con el franquismo, como el fútbol, no estaba en los Principios Fundamentales del Movimiento, aunque parezca raro. Aquel Régimen era folklórico por sí mismo. Las folklóricas sólo le pusieron un fragor de faralaes y un viso de noche levantina y pemaniana. La folklórica es la supermujer de España, la más racial, la más total, la menos original.

Andalucía folkloriza a sus Vírgenes, como quizá ya se ha estudiado en esta serie, y sacraliza a sus folklóricas. Andalucía y toda España. El misterio raigal de las folklóricas es como el misterio cretense de los toros y los toreros. Algo que uno no acierta a ver por parte alguna. Las folklóricas, como los toreros, no son más que un exceso. Exceso de tragedia, exceso de hombría, exceso de mujer, exceso de pasión, exceso excesivo para expresar excesos. Desconfiemos de las excesividades. El exceso siempre está supliendo una verdad inexistente. No se puede una folklórica desmelenar por unos miles de pesetas, tarde y noche, poniendo en juego su identidad y sus miocardios. Las folklóricas son unas infartadas de oficio.

Como no se puede salir a ser mitológico noventa días al año, a un redondel, frente a la mitología misma, que es el toro, cobrando varios millones o kilos por tarde. Se sale a hacer burocracia taurina, antes que mitología. Se sale a cobrar. Ni siquiera los mitos griegos hubieran soportado hacer de mito todos los días, ante un personal de sol y sombra, durante dos horas. Las folklóricas son unas hiperestésicas que se estimulan a sí mismas para darnos en el tablado o en la discoteca un arte pasional cuyos índices de pasión se especifican en el contrato con la empresa. El turista es más sincero en su entusiasmo ante la folklórica, porque está viendo lo nunca visto, aquello que para él es único, aunque para la folklórica sea repetitivo. Pero los nacionales tenemos que simplificarnos un poco por dentro, como el que se aniña para ver una película cómica, y así entramos gustosos en el engaño de la folklórica que vive en el tablado una pasión, un vendaval de diez minutos, y en cuanto vuelve al camerino, pide un bocata de agujas.

Según Carlos Argós, los gitanos de La Celsa deberían ser realojados urgentemente.

-Ante esa vergüenza, no podemos presumir de "vivir en Comunidad".

Uno ha visitado repetidamente La Celsa y La China, al Este del Edén madrileño, fascinado por la miseria, como Picasso o Goytisolo, y ardido de denuncia y afán. Allí, entre chabolas de uralita / cartonaje / periódicos y bicicletas herrumbradas, en las que pedalea un niño poliomielítico, he escuchado el cante puro, impuro y desesperado de los gitanos. Las multinacionales cínicas tendrían que hacer un disco con eso, para explotar hasta el fondo el sentimiento de una raza, como han explotado el de los negros. De vuelta de La Celsa, el gitanismo apócrifo de Lola Flores y sus seguidoras, que ni ella ni ellas son gitanas, suena a farsa falsa en el sótano acolchado de una sala de fiestas de la Gran Vía.

Las folklóricas viven del irracionalismo macho del sexo complicado con un folklore comercial y remotamente alusivo a los orientalismos del hondo Sur. Teniendo a mano una expresión de la llana cultura tan valiosa como el jazz, que es el flamenco, todos nos hemos contentado con la versión fácil y prometedora de los cuadros flamencos y las grandes folklóricas. Habría que hablar aquí de la verdad y su doble. Toda verdad (política, filosófica, literaria, estética, personal) genera naturalmente su doble, su edición de bolsillo para consumo de las mayorías / minorías. Una verdad repetida es ya una mentira. Fraga era más, verdad tras la muerte de Franco, cuando quiso hacer su democracia, que hoy, cuando sólo puede retardar su hundimiento. Unanumo es más verdad cuando escribe de cualquier cosa que cuando escribe expresamente de filosofía. Gómez de la Serna es más verdad cuando hace una greguería al paso que cuando fuerza una novela que es un trenzado insufrible de greguerías. Tapies era más verdad cuando descubrió la primera tapia que hoy mismo, y no por mala fe, como hubiera dicho Sartre, sino porque la espontaneidad es un virgo que se pierde. Don Jaime de Mora y Aragón era más verdad cuando iba de monóculo y perilla porque creía sinceramente que un señorito madrileño debía vestir así. La Prensa del corazón le ha hecho mentira.

La verdad y su doble. La verdad y su sombra. Nuestras grandes folklóricas no son sino el doble y la sombra de un sentimiento musical y social, personal y pasional, que alienta en el pueblo andaluz a la hora de la recolección de la aceituna. Lo definió García Lorca, gran definidor de lo andaluz: "La tristeza que tuvo tu valiente alegría". La tristeza es una de las cuerdas de la guitarra andaluza, pero esa tristeza se torna valiente a fuerza de alegria, o se torna alegre a fuerza de valor. Se ha pasado la moda de asistir a un flamenco después de la cena cara, generalmente con invitados extranjeros. Los tablaos ya no son el corazón la tiente de la noche madrileña, salvo para japoneses y señoras Nancy vestidas extemporáneamente de largo. El flamenco ya sólo es un recurso del Madrid/ visión, como la tuna en una reciente película de Dibildos. Pero las flamencas, las flamenconas, las folklóricas, siguen reinando en la vida nacional, más por su vida que por su arte, pues suelen tener una vida como escrita por Quintero, León y Quiroga. Todo el rato les salen hijas geniales, se les mueren toreros en exclusiva, se les van o se les vienen los maridos y los amantes, se les acumulan los visones y las joyas. Qué tías. Las folklóricas, como los toreros, acabarán siendo exclusivamente un número turístico. Sólo los ejecutivos de Dakota del Sur y las porteras se emocionan ya con las emociones folklóricas. La aparición de Martirio parece que renueva el género, pero las folklóricas, como algunos periódicos, viven exclusivamente de los suscriptores, y los suscriptores son viejos y se van muriendo, y van caducando las suscripciones.

Las folklóricas son de derechas porque vienen, como Vázquez de Mella y Donoso Cortés, del inmanentismo nacional, del fundamentalismo. Las folklóricas son fundamentalistas porque creen que su arte les nace entre los ovarios y lo inmanente / irremediable de la raza. Las folklóricas se creen auténticas, siendo como son la falsificación de una autenticidad que duerme y canta en los pueblos y los campos de Andalucía. Me dice el gran pintor cordobés Ginés Liébana que "Córdoba es una ciudad acústica, muy acústica". El silencio de Córdoba permite oírlo todo. La catástrofe sonora de las folklóricas no tiene nada que hacer en Córdoba. Uno, que ha hecho a casi todo en esta vida, apenas hace a folklóricas. Son las únicas mujeres que nos dejan como indiferentes, quizá porque exageran su mujeridad, como la vampi. Las folklóricas y los políticos son el último, esperpento de la España posvalleinclanesca. El político, como la folklórica, se falsea por exceso. No se puede estar pensando en la patria las veinticuatro horas del día y parte de la noche. Pero las folklóricas llegan más lejos, porque son o se creen o se sienten la patria misma. La Patria.

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