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Caín en Riaño

La historia de una sociedad se escribe día a día con conflictos de intereses cuya solución nunca puede satisfacer por igual a las partes en pugna. Su movimiento exige la periódica rotación entre vencedores y vencidos y como consecuencia de cualquier gesto de gobierno en toda ocasión habrá beneficiados y perjudicados. Es evidente que detrás de toda ideología -incluso la más universalista- se esconde siempre una elemental aritmética que determina quiénes serán sus beneficiarlos y a quiénes les tocará pagar. Pero suponer que en un determinado conflicto local se está desarrollando una tragedia cainista a menudo no es más que una exageración de la que sólo se benefician los que a la cabeza de su bando ponen a Abel, el piadoso, el mártir, el creador de una progenie que será testigo del inevitable triunfo del bien. Una doble apuesta, por la justicia y por la marcha de la historia. En cambio Caín es siempre el otro: no sólo el malo, sino el anacrónico.En fechas recientes, numerosos medios de comunicación han echado a pasear la ominosa y vagabunda sombra de Caín por el beatífico valle de Riaño. Esa vega que, aguas arriba de la presa de La Remolina, va a quedar inundada por las aguas del Esla si no remedian el desafuero los numerosos ángeles del Señor que se han sentido llamados a defender los intereses de los comarcanos, a preservar la naturaleza, a salvaguardar el patrimonio nada menos que "espiritual, paisajístico, histórico, antropológico, ecológico, zoológico, botánico" de los leoneses. A nadie se le oculta que esos medios, casi sin excepción, han tomado partido a favor de los actuales habitantes (ya no se puede considerarlos corno propietarios) de la comarca de Riaño, a los que ven amenazados por un poder demoniaco dispuesto a exonerarlos de su paraíso, una joya de la montaña leonesa que va a desaparecer bajo las aguas, arrastrando tras sí para su perdición a la historia, a la antropología y a la biota del lugar. Y todo, ¿para qué?, se pregunta alguno. ¿Para tener un embalse (hay todavía quien dice "pantano") más, habiendo tantos como hay? ¿Para poner en regadio 120.000 hectáreas de la Tierra de Campos destinadas al cultivo de la remolacha cuando en Europa sobra el azúcar?

Los embalses, desde hace muchos años, están mal vistos, gozan de mala prensa. Poco menos que se consideran como obras caprichosas, productos de un régimen autoritario, necesitado de la propaganda y el gigantismo. Los beneficios que producen están por ver y los medios que se consideran mejor informados, haciendo alardes de curiosidad y conocimientos técnicos, se jactan de haber descubierto que los nuevos regadíos no producen lo que se esperaba de ellos o que la energía hidroeléctrica tan sólo es una fracción minúscula de la térmica o la nuclear. Y a la vista de tales resultados esos medios de información se muestran contrarios a la puesta en carga de la bóveda de La Remolina porque no ven claro el futuro de las aguas embalsadas. Ignoran esos medios -porque carecen de hombres con una discreta formación técnica- que cualquiera que sea su futuro su presente está aquí, a un paso, tal vez en un papel timbrado sobre una mesa del juzgado de Cistierna. Ignoran lo que es la regulación de cabecera de un río como el Esla, el mayor afluente del Duero, el tercer río de España. No saben que gracias a esa regulación, sólo posible con el embalse de Riaño, y aun cuando sus aguas se utilicen tan sólo en las estructuras existentes aguas abajo de La Remolina -sean turbinas o acequias que se extienden hasta Portugal- sin necesidad de crear otras nuevas, se obtienen unos beneficios que permiten amortizar los gastos de construcción de la presa y expropiación de los terrenos inundados en muy pocos años. No saben tampoco -o se niegan a saberlo- que para obtener los mismos beneficios por la explotación de los recursos naturales de la vega inundable se necesitaría un período de más de 300 años. Ignoran que gracias a la infraestructura hidráulica existente aguas abajo de La Remolina esos beneficios repercuten en la economía de todo el país, en tanto la vega sigue explotada por menos de 1.000 personas que, por haber en su día aceptado y cobrado la expropiación de sus tierras, carecen de todo derecho de propiedad y usufructo de ellas. Desconocen por último que a esos beneficios -inmediatos, repito- se debe sumar la casi eliminación de los daños catastróficos -estadísticamente ciertos- con que todo río peninsular no regulado amenaza cada año, lo que exige, como norma de obligado cumplimiento para sacar de una vez a este país de la incertidumbre hidrológica, fomentar la laminación de sus caudales en la mayor medida posible.

Por supuesto que se inunda un valle único y se pierde para siempre una vega de singular belleza. Por todo hay que pagar un precio que nadie valora mejor que el autor del proyecto, mejor conocedor de la zona que muchos de sus habitantes y más amante de ella que el periodista encargado de hacer un dramático y llamativo reportaje. Pero ¿qué valle no es único? ¿No lo eran las vegas de Barrios, de Vegamián, de Camporredondo, de Aguilar, todas en la montaña leonesa? ¿Acaso la montaña leonesa ha perdido algo con esos lagos artificiales que de tal manera han incrementado su belleza y su riqueza? En modo alguno. ¿Quién se pronunciaría hoy por la desecación de Barrios, pongo por caso? Y saliendo de esa montaña, ¿acaso no es único todo valle, en cualquier rincón de la geografila peninsular, sacrificado para contribuir al desarrollo del país? Respecto a la destrucción del paisaje y la ruptura. de los ecosistemas se habla mucho en esta época, repitiendo hasta la saciedad conceptos e ideas que se hacen extensivos a muchas áreas donde no son de aplicación. No sé de ningún embalse que haya destruido una biota; antes al contrario, no sólo contribuyen al incremento de las especies, sino que mejoran los paisajes, y aquí me permito incluir un dato que sin duda los medios de información ignoran o desestiman: la política de embalses ha creado en el interior de la Península un litoral lacustre más extenso que el marino.

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Pero a pesar de todo ello, obras como la de Riaño se siguen calificando por los medios de información como "franquistas, faraónicas e infumables", tres adjetivos con los que se pretende ridiculizar y anatematízar un esfuerzo colectivo de primera magnitud. Pero quienes califican tan ligeramente se enredan en su propia torpeza. Justamente la identificación de la política de embalses con el franquismo era lo que más podía agradar a Franco, que carecía del menor escrúpulo a la hora de apropiarse de los progresos técnicos de la nación para presentarlos como conquistas de su régimen. Así que esa manera de pensar es puramente franquista y el puesto del individuo que sigue creyendo en la vigencia de la ecuación embalses-

= Franco no está sino en una u otra fila de la manifestación de la Castellana de los nostálgicos del antiguo régimen, en un domingo próximo al 20-N. Pues a nadie se le oculta que la luz con la que se alumbra, el agua que bebe, la casa donde vive, el vehículo en que viaja y el teléfono con que se comunica son el resultado de un esfuerzo colectivo sin el cual tal vez viviríamos en una vega muy bella, pero sujetos a todas las penalidades.

Si en Europa hoy predomina una preocupación es la derivada del estado de sus infraestructuras; cómo conservarlas, rehabilitarlas, robustecerlas e incrementarlas es la pregunta que se hace una generación que presiente que las ha explotado en demasía. En los últimos 15 años en España se ha hecho muy poco en materia de infraestructura hidráulica y esa dejación la vamos a pagar muy cara. Por el carácter de nuestra hidrografía, en ese campo no se puede perder un solo día, pues no ofrece oportunidades sino posibilidades, y lo que es posible hoy puede muy bien no serlo mañana. Si hay un caso de imprescindible regulación es el de la cabecera del Esla; yo espero que unos espúrios sentimientos de abelita piedad, con un vocabulario de juegos florales, no serán suficientes para perpetrar un crimen de lesa modernidad.

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