Un tribunal irlandes desbloquea la distribución de un libro sobre los servicios secretos británicos
El Gobierno británico sufrió ayer dos duros reveses en sus intentos de impedir la publicación de dos libros relativos a las actividades de sus servicios secretos. Un tribunal irlandés decidió que la publicación de las memorias de una ex agente secreta era constitucional mientras que un juez australiano ordenaba la entrega de documentos calificados de confidenciales por Londres al abogado defensor de un antiguo espía.
Entre tanto, un ex primer ministro laborista australiano, Gough Whitlam, llamado a testificar por la defensa en el juicio maratoniano que se celebra en los tribunales de Sidney, en el que el Gobierno británico pretende que se prohiba la publicación de las memorias del ex agente del servicio de contraespionaje (MI-5), Peter Wright, reveló que durante la crisis de Suez en 1965 (el entonces primer ministro) Anthony Eden, autorizó en dos ocasiones la iniciación de preparativos para asesinar al líder egipcio Gamal Abdel Nasser.Whitlam hizo otras dos revelaciones sensacionales: que el MI-5 también intentó asesinar al coronel Yorgos Grivas, dirigente de la EOKA (la organización que propugnaba la enosis o unión de Chipre a Grecia en la década de los cincuenta) y que los servicios secretos británicos pidieron en 1959 a sus colegas australianos que intervinieran los teléfonos de una embajada extranjera en la capital australiana, Canberra. Aunque Whitlam no mencionó la embajada extranjera, entre los asistentes al juicio no quedó duda de que se trataba de la soviética. La petición no fue atendida.
Las acusaciones de Whitlam contra los servicios secretos británicos fueron de una dureza inusitada. Según el ex primer ministro, ninguna de las actividades de esos servicios sería tolerada en Australia, donde la Australian Security Intelligence Organization (ASIO) lleva 14 años bajo control directo del Gobierno gracias a un acuerdo, de los dos grandes partidos políticos. "El MI-5 puede tener libertad para saltarse la ley a la torera, pero eso no pasa con el ASIO", declaró Whitlam.
El Gobierno británico ha enviado a su máximo funcionario, el jefe del servicio civil y secretario del Gobierno, sir Robert Armstrong, a Australia para personarse en el juicio iniciado para intentar conseguir la prohibición de la publicación de las memorias de Wright. La teoría del Gobierno es que la publicación es ilegal, ya que todos los funcionarios suscriben al principio de su carrera una cláusula de la ley de secretos oficiales en la que se comprometen a mantener durante toda su vida el principio de confidencialidad.
Wright perteneció a lo que se conocía en el MI-5 como el grupo de los jóvenes turcos, encargado de investigar la penetración del KGB (Comité de Seguridad Estatal de la URSS) y de los servicios secretos soviéticos en los británicos tras las sonadas deserciones de los diplomáticos y agentes secretos Kim Philby, Anthony Burgess, Donald Mac Lean y del asesor artístico de la reina Isabel II, Anthony Blunt.
En su libro, Wright pretende que sir Roger Hollis, que durante años dirigió el MI-5, era "el quinto hombre" infiltrado por Moscú en los servicios británicos.
Dos investigaciones oficiales realizadas en la década de los setenta no pudieron encontrar ninguna prueba de la pertenencia de Hollis al KGB.
Por su parte, la juez Nella O'Carroll decidió ayer levantar la prohibición que pesaba sobre la distribución de otro libro de memorias, esta vez correspondientes a Joan Miller, una ex agente del MI-5 en la Segunda Guerra Mundial, titulado One girl's war (La guerra de una chica). Miller falleció en 1984 poco después de terminar -el libro.
El fiscal general británico, sir Michael Havers, había conseguido un interdicto temporal por el que se puso fin a la distribución del libro cuando había llegado a unos 200 puestos de venta en Irlanda y en el Reino Unido. O'Carroll dictaminó ayer en Dublín que la publicación era "constitucional" y levantó el interdicto.
La batalla del Gobierno británico, sobre todo la que lleva a cabo en Australia, que ha consumido hasta ahora ríos de tinta en los periódicos, espacios interminables en la radio y en la televisión y monótonos debates en la Cámara de los Comunes, sólo es explicable por la obsesión casi enfermiza de los británicos con este tipo de historias.
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