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Tribuna:EL FUTURO DE LAS CENTRALES DE CLASE
Tribuna
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El desarraigo de los sindicatos

No son los sindicatos los únicos culpables de una situación de atonía sindical. La sociedad, el mismo poder político, los medios de comunicación, han preferido centrales desarraigadas, a las que se les ha exigido en demasiadas ocasiones cubrir un, papel que no les correspondía. A las organizaciones obreras se les ha pedido en demasiadas ocasiones que aceptaran y defendieran políticas no comprendidas por la clase que representaban, corresponsabilizándoles, sin pudor alguno, en una situación de la que no eran culpables.Hoy los sindicatos se debaten entre su fidelidad a un pasado tachado por el poder de arcaico y su deseo de presentar una oferta atractiva y moderna a los trabajadores.

Aunque saben que han de abrir sus puertas a los nuevos colectivos que surgen de la revolución tecnológica, el día a día y la necesidad de atender esas reivindicaciones cotidianas no hace fácil la adaptación.

Los sindicatos han perdido capacidad de respuesta a los nuevos retos porque todavía se ven obligados a detener ofensivas del pasado. Más articulada -o con más medios-, la patronal, por el contrario, ha adaptado su lenguaje y su acción a la realidad social y econórnica en que se mueve.

Esta falta de respuesta sindical posiblemente tenga mucho que ver con la dramática pérdida de debate interno sufrida por las organizaciones de trabajadores. Tanto en CC OO, como en UGT -por hablar sólo de las dos grandes organizaciones- parece haberse instalado un vacío ideológico, reflejo, tal vez, del cansancio generalizado de aquellos sindicalistas que más contribuyeron a enriquecer desde dentro las organizaciones.

Falta de alternativas

Los dirigentes sindicales, Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, no tienen ya contestación en sus propias filas y su liderazgo, que en algunos momentos, pudo estar en entredicho se ha visto engrandecido ante la ausencia de alternativas o el aplastamiento de las que un día aparecieron tímidamente como tales.

Pero sería injusto achacar únicamente a cuestiones internas la falta de fuelle de los sindicatos. Los poderes públicos han contribuido en no poca medida a desideologizar las centrales de clase. Primero, acosándoles con la penuria económica, negándoles lo que, con amplia generosidad, se repartía a otras instituciones. Sin dinero, agobiadas por las deudas, las centrales han centrado sus esfuerzos en mantenerse a flote y no han podido, siquiera, teorizar sobre el modelo sindical que el país necesitaba.

En segundo lugar, se les ha obligado a mantener un grado de responsabilidad que nunca se exigió a otros agentes sociales. El saneamiento económico se ha hecho, en gran parte, gracias a los sindicatos y a la clase que representan. Las organizaciones obreras, en apenas una década, se han visto forzadas a aceptar unas reglas de juego que perjudicaban su asentamiento social y sus propios intereses de clase. Las reivindicaciones obreras clásicas -salarios, seguridad en el empleo, protección social- han sufrido terribles golpes por parte de una sociedad que casi exclusivamente ha utilizado mecanismos de ajuste laboral para sanear su economía. Los sindicatos se vieron forzados -en aras de la estabilidad- a aceptar que en el Acuerdo Nacional sobre Empleo se abrieran las puertas a la flexibilización. La contratación temporal era una auténtica bomba de relojería que redundaría en una menor sindicación. La eventualidad no es el mejor modo de animar a la afiliación sindical. .

Todo ello era un boomerang de peligroso retorno. La insistencia de gobiernos y empresarios -con amplio aliento de los medios de comunicación- en reducir los problemas de inflación y déficit a salarios y gasto social excesivamente altos, han convertido la negociación colectiva -el mecanismo más utilizado de acción sindical- en un toma y daca en el que los sindicatos han encontrado su única razón de ser, pero han perdido su propia identidad y sus perspectivas de futuro.

La llegada del PSOE al poder tenía que haber servido, en pura teoría, para fortalecer el movimiento obrero. No ha sido así. Puede que hoy los sindicatos disfruten de una mejor situación económica, pero nada más.

En el caso de UGT, la nueva ideología socialista, ha ido drenando al sindicato en su capacidad de crítica. No deja de ser preocupante que una ofensiva -por utilizar expresiones acuñadas en casos semejantes por las propias centrales- dirigida contra las conquistas históricas de los trabajadores (seguridad de contratación, protección social, mantenimiento del poder adquisitivo haya tenido tan magra respuesta sindical.

Los dos grandes sindicatos han perdido sus referencias. UGT porque el PSOE en su práctica se aleja del mundo del trabajo, o de lo que era su mundo cuando estaba en la oposición. Las referencias de UGT están en su propio seno, pero hasta ahora la central socialista ha sido incapaz de encontrarlas. CC OO, por su parte ha perdido también la referencia de un comunismo fragmentado que ha vertido grandes dosis de sus propias contradiciones y luchas intestinas en esta organización.

No es extraño, por tanto, que las organizaciones de clase hayan ido abandonando el trabajo en las fábricas y centrado su actividad en políticas institucionales, profundizando el divorcio con sus bases. Resulta dramático que sólo con motivo de las elecciones vuelvan los sindicatos a las fábricas.

En un futuro inmediato los sindicatos corren el riesgo de encontrarse con un movimiento obrero que organizativamente funcionaria a tres niveles. En el más alto estaría la cúpula dirigente, anquilosada, institucionalizada, sin contacto a penas con la realidad. A un segundo nivel se situarían las secciones sindicales y comités de empresa, inmersos en la lucha diaria de la fábrica Y por último, una gran masa obrera desafiliada, aburrida y encerrada en millones de individuafidades. Y sin futuro.

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