La trinidad colonial británica
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) acaba de pedir por enésima vez y por abrumadora mayoría -116 votos a favor frente a sólo 4 en contra- la iniciación de conversaciones entre Argentina y el Reino Unido sobre "todos los aspectos" del contencioso de las Malvinas, incluida, naturalmente, la soberanía. La contestación de Londres demuestra una gran liberalidad: se puede discutir de todo menos de la soberanía, que no es negociable. Además, los deseos de los 1.800 habitantes del archipiélago tienen que ser respetados. a toda costa. Son paramount.En la primera quincena de enero, los ministros de Asuntos Exteriores de España y del Reino Unido se reunirán en Londres para celebrar una nueva sesión sobre otro contencioso, el de Gibraltar. En este caso, España tiene algo ganado en comparación con el caso anterior.
Aunque a regañadientes, tras la pertenencia de nuestro país a la Comunidad Económica, Europea (CEE) y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la soberanía figura entre los temas que no son tabú. Sin embargo, el obstáculo final es el mismo. Los deseos de los habitantes, en este caso los de Gibraltar, son primordiales. Pónganse ustedes de acuerdo con ellos, dice Londres; convénzanles de las ventajas de aceptar la soberanía española y, cuando eso ocurra, nosotros no pondremos ningún inconveniente a la retrocesión.
Hace sólo unas semanas, la reina Isabel II de Inglaterra realizó la primera visita oficial a China de un soberano británico. La ocasión, el acuerdo logrado entre los dos países en virtud del cual la colonia de Hong Kong, que también incluye lo que se conoce como nuevos territorios, será devuelta a China en 1997. En este caso, los deseos de los cinco millones de habitantes de la colonia -que, naturalmente, no tienen ninguna gana de pasar a la soberanía china- no han sido tenidos en cuenta para nada. La tesis británica de que en todo caso el arrendamiento de Hong Kong terminaba dentro de 11 años no tiene validez, porque los nuevos territorios estaban cedidos, como Gibraltar, a perpetuidad.
Desde febrero de 1985, España espera la contestación a las dos propuestas sobre el Peñón sometidas en Ginebra a los negociadores británicos: el condominio o el arrendamiento, con unos plazos a fijar en cualquiera de los dos casos. La sorpresa de Londres ante las pretensiones españolas es mayúscula. Da la impresión de que España tuviera que pedir perdón por la osadía de querer recuperar una soberanía que le fue arrebatada en una guerra civil española, la de Sucesión.
En un año posiblemente electoral como el próximo, no es probable que el Gobierno de Margaret Thatcher esté dispuesto a hacer la más mínima concesión en la única colonia de Europa. Si esa es la postura británica, quizá sea necesario volver a adoptar actitudes pasadas -con Mercado Común o sin él-, que, entre otras cosas, sirvieron -y quien no lo vea así no conoce bien la geopolítica- para que Gibraltar no se convirtiera en la década de los sesenta en un Estado independiente, en la línea de las islas mediterráneas de Malta y Chipre.
El llamamiento del rey Juan Carlos a la imaginación de los políticos de los dos países no puede ni debe caer en el vacío, sobre todo si se tiene en cuenta que, con relación al istmo, España tiene todo a su favor. La apertura de la verja no puede servir sólo para terminar con el aislamiento de los habitantes del Peñón a costa de la población del Campo de Gibraltar y de su prosperidad.
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