_
_
_
_
Reportaje:

Porteros de noche

Trabajar en una discoteca exige 'mano izquierda' y buen conocimiento de los clientes

Duermen de día y trabajan de noche. Sus amigos y familiares le envidian porque su trabajo se desarrolla donde los demás se divierten. Tienen vocación de servicio, pero en absoluto son serviles. Están siempre atentos a una mirada suplicante o a un cigarrillo sin encender. Trabajan por la noche porque "se saca más dinero". Deciden sobre los clientes que no quieren pagar o los que están visiblemente borrachos. Se preocupan por los asuntos profesionales de los caballeros y son especialmente amables con las damas. Son porteros de noche.

Desde la calle de Leganitos se ve un luminoso blanco con un dibujo de una carroza negra que anuncia la discoteca. En la puerta, tres empleados controlan el tipo de Clientes que pretenden entrar. Saturnino Lobo, de 48 años, el encargado de la sala, está de pie frente a la pista. Lleva en el negocio de la hostelería 34 años y sabe que las copas y los cigarrillos son malos compañeros para quien trabaja de seis de la tarde a cuatro de la madrugada y dirige un negocio nocturno. "Soy un cabaretero de agua mineral", asegura sonríendo.Lleva el pelo peinado hacia atrás con -gomina, y sus tremendas ojeras no desentonan con sus facciones angulosas. Para él es casi un movimiento instintivo coger el encendedor cuando alguien saca un pitillo y se expresa a la perfección con un guiño de Ojo. La entrada a la discoteca solo está limitada para los borrachos, aunque normalmente no hay follones cuando a alguien se le impide el paso. "Ellos :saben que no pueden resistirse", dice Lobo. La discoteca dispone de personal que se encarga de la seguridad, y "si hay que sacar a alguien a la calle se le saca, aunque no es habitual llegar a estas situaciones", explica.

Conoce a casi todos los clientes de la sala. "Gente mayor, sobre todo viudos y divorciadas, cuarentones que salen a divertirse un poco. También frecuenta la sala mucho solitario que viene a tomarse unas copas y a mirar", dice. La discoteca, que antes se llamaba La Araña Lunar y era de uso exclusivo para parejas, sigue conservando la misma decoración de antaño. A la izquierda de una de las dos barras que tiene el club, la imagen de los primeros astronautas que pisaron la Luna sobresale en relieve observando a los clientes que hacen barra fija. En la pista, varias parejas, fondonas, se marcan unos bailes bajo los acordes de una pequeña orquesta. "Somos una de las pocas salas de baile que se permite tener tres orquestas distintas tocando en vivo todas las tardes", afirma Lobo.

La escena en la pista de baile de La Carroza bien podría servir como marco para una película de los años del estraperlo. Las mujeres llevan vestidos ajustados hasta la cintura y con vuelos; calzan altos tacones y salen a bailar de todo, pasodobles, rumbas, tangos o la última canción que suene insistentemente por las emisoras de radio. Los hombres dominan el agarrao y usan trajes de chaqueta pasados de moda, que tratan de mal disimular incipientes curvas de la felicidad.

El local pegó un bajonazo de público a principios de los ochenta. "Se acabaron los novios. Ahora las parejas ya no son como antes. Se cambia de compañía con facilidad y nadie mantiene relaciones como se hacía antiguamente. Le cambiamos el nombre al local e intentamos darle un nuevo estilo, sobre todo en lo referente al público", cuenta. A Lobo le gusta su trabajo, pero recuerda con nostalgia cuando la gente se arreglaba con especial cuidado los fines de semana para ir a bailar. Ahora las discotecas han desbancado este tipo de salas, que se han convertido en reducto de nostálgicos y gente madura.

"Más vanidad que copas"

Vidal García, de 45 años, es el primer maitre de Vanity, una discoteca que en su misma puerta se anuncia como club privado e impide la entrada a los caballeros que no lleven chaqueta. Dos corpulentos guardacoches y un empleado impiden la entrada a toda persona que no les guste.El interior está lleno de espejos y la imagen de una pantera marca el inicio de la pista. García asegura que entre sus clientes se encuentran, sobre todo, políticos, empresarios y famosos de la tele, que buscan un poco de intimidad para reunirse con sus amigos a cambio de pagar un poco más por tomarse una copa. Son los propios clientes los que exigen mayor cuidado de las normas. "A veces", asegura García, "protestan porque alguien está fumando en la pista o va en mangas de camisa. Y eso aquí esta totalmente prohibido".

El servicio es atento con los clientes. "A menudo se vende más vanidad que copas", afirma. A las señoras se les dice que están más delgadas y a los hombres se les pregunta con interés por la marcha de sus negocios. García recuerda sonriendo los tiempos en los que si en el local se originaba algún altercado y se denunciaba en comisaría, el que se quedaba detenido era el camarero. "Ahora", dice, Ias cosas, afortunadamente, han cambiado". La situación del local, cercana a la zona madrileña más frecuentada por travestis, podría dar pie a que el club fuera lugar de encuentro de éstos y sus clientes. Pero no es así. "No permitimos la entrada de mujeres solas", afirma Vidal, mientras hace un guiño cómplice. "Las mujeres solas plantean problemas con los hombres, que ellos no plantean en absoluto. Un hombre se toma una copa, la paga y punto".

Vidal García trabaja la noche porque le gusta y, además, saca más dinero. Cuando acaba su jornada -sobre las cinco de la madrugada- se prepara una copa, enciende su pipa y juega una partida de mus con sus compañeros. Vuelve a casa cuando sus dos hijos, de 17 y 6 años, se levantan para ir al colegio. Su mujer está acostumbrada a su horario. Desde los 14 años trabaja en la hostelería y lleva nueve años trabajando en Vanity. Sólo disfruta de su familia los domingos, que es su día libre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_