Los obispos alzan la voz
EL SISTEMA económico está hecho para el hombre, y no el hombre para el sistema económico. Éste es el principio que inspira y preside la larga reflexión crítica de más de 100 folios aprobada por los 293 obispos católicos de Estados Unidos. Los obispos preguntan a los centros de decisión económica si tienen en cuenta, si deciden en favor de la población, sobre todo de sus capas más débiles, si son conscientes de la repercusión mundial que tienen las opciones económicas americanas y si están organizando la economía en orden a dar voz en ella a todos los hombres. Difícilmente -señalan- se puede hablar de democracia política si no se crean las actitudes y las 'estructuras que hagan posible una democracia económica.En el país que más ha enfatizado la libertad económica, la Iglesia católica denuncia la pobreza en proceso creciente de 33 millones de americanos. Golpea esta pobreza especialmente a la cuarta parte de los niños menores de seis años y al 50% de los niños negros menores de esa edad. Los cambios tecnológicos, la competitividad creciente en los mercados mundiales, la discriminación en el empleo, los altos niveles de gasto en la defensa son factores generadores de pobreza, incomprensible en una de las economías más potentes del planeta. La solidaridad y la "opción preferencial por los pobres" lleva a los obispos americanos a enfrentar el hecho con un sentido de urgencia.
El análisis que hacen es pragmático. No viven el eterno dilema teórico entre la economía de mercado y el sistema colectivista. "Vivimos", dicen, "en un sistema de economía mixto, que es el producto de una larga historia de reformas y de ajustes". Y valiéndose de esa "tradición pragmática americana", los obispos argumentan y exigen a todos los niveles del poder económico: al Estado federal, a cada uno de los Estados, a los propietarios y ejecutivos de las grandes empresas y a los sindicatos. Nos hallamos, así, en presencia de una "teología de la liberación" de los países ricos, cuyas líneas motrices se diferencian poco del antiimperialismo económico que anima a los pueblos deprimidos de Suramérica. Más de una tercera parte de la declaración pastoral se dedica a sugerir procedimientos e iniciativas concretas que deben ser adoptadas tanto por el sector público como por el privado. En la línea intervencionista, los obispos americanos van más allá de lo que comúnmente en Europa se suele considerar como socialdemócrata. En el país más antisocialista, la Iglesia católica promueve fórmulas de igualdad económica y de socialización del trabajo.
Sorprende este golpe de audacia que exige, en primer lugar, a los 50 millones de católicos americanos enfrentarse con la política económica de la Administración de Reagan. El documento no es una lucubración de gabinete. Su primera redacción data de 1981. Se han dado a la Prensa tres borradores, se ha sometido al debate de 160 economistas cristianos, judíos y agnósticos. Media docena de esas reuniones se han tenido en Europa y Suramérica, en facultades de Ciencias Sociales y Económicas y en asociaciones privadas cualificadas. La voz de los obispos americanos ha tratado de tener en cuenta todos los saberes y datos científicos. En este documento colectivo, como en el publicado en 1983 sobre La paz y el desarme, los obispos americanos ofrecen un ejemplo de cómo se puede ejercer influencia desde su "magisterio oficial" con la colaboración de todos los miembros de la Iglesia, con saberes científicos que no tienen fronteras religiosas ni políticas, y con los medios de comunicación.
La Iglesia de EE UU tiene una voz distinta y menos ideológica que la del Vaticano. Ya existe una primera redacción de otro documento episcopal, que tendrá también una larga andadura, sobre el papel de la mujer en la Iglesia. La paz y el desarme, la Democracia económica para todos y los Derechos de la mujer son tres aldabonazos sonoros en el portone di bronzo de los palacios apostólicos romanos. La opinión pública de la Iglesia americana vive estos días el malestar que han creado otras intervenciones romanas, como la privación de la cátedra a Charles Curran por sus teorías de permisividad sexual, y la aún más grave que limita la jurisdicción al arzobispo de Seattle, monseñor Hunthausen. La protesta se alimenta en el procedimiento seguido. Núcleos importantes de teólogos, religiosas y laicos son partidarios de una revisión a fondo del capítulo de la moral cristiana que se refiere a las relaciones sexuales. Entienden que los principios tradicionales sobre el matrimonio, el amor y la procreación, el aborto, la relación homosexual y la eutanasia son ideales que hay que defender. Pero teniendo en cuenta al hombre concreto, en cuyo conocimiento colaboran las ciencias antropológicas. No amenazan con un cisma, pero se yerguen con una vigorosa protesta. Sus causas son religiosas, pero sus efectos son también políticos: el fundamentalismo moral que capitanea Reagan coincide, en buena parte, con el discurso del propio Juan Pablo II. De uno y otro parecen disentir los obispos norteamericanos.
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