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Vivir hacia el futuro

Individual y colectivamente, vivir es hacer futuro. Hasta cuando se recuerda el pasado. "Carrerilla para saltar hacia el futuro", llamó Ortega al acto de recordar. " La historia", he escrito yo, trasladando a la vida colectiva el sentido de esa frase, "es un recuerdo de lo que fue al servicio de una esperanza de lo que puede ser. Sí, vivir humanamente es, entre otras cosas, hacer futuro. Se trata ahora de saber cómo se hace.Se hace futuro sabiendo o no sabiendo que en el resultado de las acciones humanas, sean individuales o colectivas, se mezclan siempre lo planeado y lo imprevisto. Así es, por fortuna, aunque lo imprevisto sea tantas veces el tropezón. Qué enorme aburrimiento sería la historia si todo en ella fuese, como quisieron el optimismo burgués y el optimismo marxista, pura realización de lo que se planeó. Si eso sucediese un día, acaso la humanidad pidiese por gran mayoría el holocausto atómico, en lugar de temerlo. Para bien y para mal, lo planeado y lo imprevisto -contra la pusilanimidad de los provindencialistas puros, contra la suficiencia de los futurólogos a ultranza- se mezclarán siempre en la trama del acontecer histórico. Con la grandilocuencia de su tiempo y su persona, escribió Víctor Hugo: "Pero tú, mortal, no le arrebatarás el mañana al Eterno". Prometeo de la conquista de ese fuego será y, deberá ser siempre el hombre, aunque sólo chispas de él sea capaz de hacer suyas.

Consideremos el futuro de un grupo humano: un país, una nación. En su historia, ¿de dónde proceden el contenido de lo planeado y el de lo imprevisto? ¿A qué se atienen los proyectistas del futuro de un país cuando lo proyectan? ¿De dónde sale lo que de manera imprevista adviene a la vida? Napoleón proyectó en 1808 la conquista de España, y lo que aconteció cuando trató de realizar su proyecto fue a un tiempo ejecución de lo planeado (José I en el palacio de Oriente, la Grande Armée en Somosierra) y emergencia de lo imprevisto (Bailén, Zaragoza, Gerona, Arapiles, Vitoria). Pues bien, lo que entre 1808 y 1815 fue realización de ese proyecto y lo que de él fue fracaso, ¿de dónde salió, de qué fuente provenía?

Casi perogrullesca es la respuesta. Tanto lo que en cualquier evento histórico es resultado de lo que se proyectó, como lo que es advenimiento de lo que no se proyectó, proviene a la vez de lo que era, pensaba e hizo el proyectista (la persona de Napoleón y la realidad de Francia, en este caso) y de lo que era, pensaba e hizo el mundo en que el proyecto había de cumplirse (España, en primer término; al fondo, Inglaterra y Rusia). Sólo mediante una razón capaz de asumir la totalidad del mundo -la razón hegeliana y la razón marxiana, si un día llegaran a existir de hecho; si no fuesen, como son, colosales e inalcanzables utopías-, sólo entonces podría un grupo humano proyectar desde dentro de sí mismo un futuro exento de la perturbación que la existencia de los otros inexorablemente trae consigo. "El infierno es los otros", afirma la tan repetida sentencia de Sartre. No lo pienso yo. Pero si donde Sartre dice el infierno decimos lo imprevisible, la verdad que resulta será tan grande como incontestable. Sí, lo imprevisible es el pensamiento y la acción de los otros. Yo puedo planear con alguna garantía de éxito el ejercicio futuro de mi libertad, mas no el ejercicio de la libertad de los demás. La posible y temible hegemonía universal de un pueblo no podría excluir, por fortuna, la existencia de los pueblos restantes.

Quiere esto decir que en historia siempre los pueblos más fuertes tendrán que contar con la existencia de los demás pueblos, so pena de despeñarse. Recordemos la suerte histórica de Carlos V, Napoleón y Hitler, y esperemos que Estados Unidos y la Unión Soviética no dejen de tenerla en cuenta. Mas también quiere decir lo expuesto que la capacidad para planear desde dentro de uno mismo el futuro propio -más precisamente: la garantía de que no fracase por completo lo planeado- varía considerablemente de un pueblo a otro. Así como el rico, si no pierde la cabeza y si la enfermedad no le asalta, puede planear con mayor seguridad que el pobre lo que hará a corto o a medio plazo, así Estados Unidos puede hacerlo con mucha mayor holgura, si no le ciega su poderío, que cualquiera de las endeudadísimas repúblicas hispanoamericanas.

Sería entretenido ordenar cuantitativamente, entre 10 y 0, la posibilidad real de los distintos países del globo para planear y lograr por sí mismos su futuro propio. Al 10 no llegaría ninguno, desde luego, pero a él se acercaría bastante Estados Unidos. Si sus gobernantes no caen en la tentación de emular -planetariamente, ahora- a Napoleón y a Hitler es casi seguro que en el curso del siglo XXI seguirán exportando a todo el mundo productos y costumbres en que se continúen los que hoy exportan: aviones, ordenadores, física nuclear, bioquímica, pantalones vaqueros, filmes, okey, coca-cola y rock; por tanto, que desde dentro de sí mismos podrán planear a medio plazo, con cierta garantía de exito, su propio futuro.

Hasta el 0, por otra parte, no descenderá ninguno, pero de él estarán muy próximos los países carentes de industria y ajenos a la educación científica; porque en el mundo actual, sólo con una suficiente posesión de la ciencia y la técnica puede un país ser fiel a sí mismo y proyectar un futuro en que lo siga siendo. Sin la tolerancia o el interés de los países fuertes, dígase si muchas de las naciones africanas ya descolonizadas podrán conservar a la larga, en la medida en que la tengan, su propia identidad.

Se dirá que algunos países, a su cabeza Japón, ayer mismo empezaron a importar la ciencia y la técnica occidentales. Es cierto. Salvo el cogollito de los pueblos europeos que en el orto de la modernidad iniciaron la creación de la ciencia y la técnica modernas, todos las han recibido desde fuera; incluso Estados Unidos, hasta que comenzó a afirmarse en la historia con fuerza propia. Pero cuando la incorporación de la ciencia y la técnica a la vida social, no ha sido tan intensa y decisiva como en la Europa de Occidente, EE UU, Japón y la Unión Soviética, sólo como entre resquicios -los que conceda el pobre uso instrumental de ciencia y técnica importadas- podrá realizarse, y no sin peligros, la identidad nacional. Ya se verá lo que a la larga queda de iranidad en Irán y de yemenidad en Yemen, si allí no aciertan a pasar de la rudimentaria tecnificación exigida por el manejo de armas compradas al contado.

Para que sea máximamente viable la pretensión, el futuro debe hacerse, tanto en la vida individual como en la colectiva, proyectándolo desde dentro de uno mismo (desde las posibilidades, las preferencias y las aspiraciones propias) y teniendo en cuenta las posibilidades, las preferencias y las aspiraciones de los demás. No lo hizo así Napoleón, ante lo que España, Inglaterra y Rusia eran en la Europa de entonces, ni lo hizo Hitler, aunque sus tanques pudieran llegar un día hasta Moscú y Tobruk, y así les fue. Clarísimas lecciones. Pero no fáciles de aprender, a lo que parece, cuando uno llega a sentirse muy fuerte.

Escribo estas elementales reflexiones cuando los españoles acaban de manifestar que en su conjunto no se arrepienten de haber entrado en la Comunidad Económica Europea, pero que, por el momento, no acaba de complacerles el haberlo hecho. A la vista de esta realidad, ¿qué pensar acerca del futuro de España? Todos, y sobre todos los gobernantes, debemos movernos hacia la respuesta.

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