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Tribuna
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'El jardín del edén'

En diciembre de 1953, Mary Herningway narraba una entrevista imaginaria que decía algo así:Periodista: Mr. Hemingway, ¿es cierto que su mujer es lesbiana?

Papá: Por supuesto que no. Mrs. Hemingway es un muchacho.

Periodista: ¿Cuáles son sus deportes favoritos, señor?

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Papá: La caza con escopeta, la pesca, la lectura y la sodomía.

Periodista: ¿Participa en esos deportes Mrs. Hemingway?

Papá: Participa en todos ellos.

En un cierto aspecto, esto es puro humor; en otro, es una clave festiva para entender el contenido, o parte del contenido, de El jardín del edén (The garden of eden).

El periodista Aaron Latham, hablando de las actividades de los amantes de esta novela, dice: "Hacen el amor de una manera nueva, extraña, que nunca se explica con claridad. Hablan de lo que hacen como de algo desvergonzado". He aquí la manera, ni tan nueva ni tan extraña. ¿Desvergonzada? Las nociones de vergüenza social han cambiado algo desde 1946, cuando Hemingway comenzó a escribir ese libro. Además, lo que los personajes de la novela hacen es menos importante que lo que son. "Mrs. Hemingway es un muchacho. Así es la Catherine de El jardín del edén (a saber, cuando ella no es una muchacha.).

En 1946, Ernest Hemingway estaba entrando en una fase de tranquilidad muy grata después de la turbulencia de sus años de corresponsal de guerra. Como todo el mundo sabe, había participado en la guerra europea como algo más que un reportero no combatiente. Había reunido un pequeño ejército y con él había avanzado hacia París. Se ufanaba de haber liberado el bar del Ritz. Había lanzado granadas a los sótanos y hecho volar en pedazos a algunos alemanes. También había dado fin a su tercer matrimonio y celebrado la paz con un cuarto y último enlace. Sus dos primeros matrimonios iban a ser recordados como idílicos; el tercero, como un desastre.

Martha Gellhorn, una gran belleza y una escritora digna de consideración, cuyos despachos de guerra fueron bastante más notables que los de Hemingway, había resultado ser demasiado fuerte para él. En Mary, a la que llamaba "miss Mary" o su "Rubens de bolsillo", encontró un buen entretenimiento, una mujer eficiente en los safaris africanos y muy capacitada para llevar la finca cubana en la que ambos vivían. Fue mejor esposa que él marido. Tuvo que sufrir la decadencia final de Hemingway, que terminó en un deterioro cerebral y en el suicidio, y asimismo hubo de experimentar en esa fase la alegría de la postrera fama que a él le aportó el Premio Nobel. A mi parecer, ella está en El jardin del edén.

Permítaseme decirlo de otra manera. El jardín del edén festeja todas las alegrías de un nuevo matrimonio. Pero se trata de un matrimonio más apropiado a una juventud extrema que a la madurez. En 1946, papá Hemingway era un barbudo y canoso veterano de la literatura y de los principales deportes viriles (matador tanto de hombres como de grandes peces). Era rico, famoso y un tanto consentido. Suspiraba, como lo hacen todos los hombres afortunados, por los inocentes tiempos de lucha (el paraíso medio muerto de hambre de La boheme).

Iba a rememorar el miserable tiempo de esperanza en A moveable feast (París era una fiesta), que conmemora el París bohemio de los años veinte. Esa época gloriosa, en la que el dólar valía mucho y la Ciudad de la Luz estaba atestada de jóvenes estadounidenses que soflaban con la fama artística, nunca ha sido mejor captada de lo que lo es en este libro, que lleva un título religioso. En la Iglesia católica, de la que nominalmente Hemingway formaba parte, una fiesta movible es aquella que varía de fecha en función de la luna llena (la Pascua de Resurrección o la de Pentecostés, no el día de Navidad, que se celebra en una fecha fija). Hemingway da al término un sentido nuevo y secular -París es en sí mismo una fiesta movible-, pero es significativa la resonancia religiosa. Para Hemingway, la vida era una religión. Incluso el derramamiento de la sangre de un toro era una especie de sacrificio pagano.

El título de su primera novela The sun also rises (transformado en Fiesta en su versión castellana)- está sacado del Libro del Eclesiastes. Por quién doblan las campanas procede de una meditación religiosa, de John Donne, deán de la catedral de Saint Paul. Haríamos bien tomando seriamente El jardín del edén como la invocación de una época de genuina inocencia, en la cual los sentidos son más importantes que el pensamiento, en la que la palabra pecado carece de significación. Nos encontramos literalmente en un paraíso terrenal en el que no se inmiscuye ninguna serpiente. ¿Dónde estaría situado este paraíso?

París no sería el lugar apropiado. París es un lugar de sofisticado conocimiento, excesivamente consciente del pecado. Hemingway necesitaba una localización sencilla y no maleada, y la encontró en el pueblo de Le Grau-du-Roi, en el seno del estuario del río Ródano. Allí fue donde, en 1927, pasó su luna de miel con Pautine Pfeiffer, su segunda esposa. En el personajede Catherine Bourne, la Eva de El jardín del edén, hay más de Pauline que de Mary Hemingway. Hay también algo de Hadley Richardson, la primera rnujer de Hemingway. David Bourne, el joven Adán, es enteramente el joven Hemingway, guapo, vigoroso, llegando al principio de su fama como escritor. Si el Hemingway de 1946 se introduce de alguna manera en la historia, lo hace en calidad de un hombre que disfruta una nueva luna de miel, pero que lamenta no poder aportar a ésta el tributo de la inocencia juvenil. El jardin del edén registra la nostalgia sexual de todo el mundo.

Una serpiente acaba con el edén del Antiguo Testamento. Un libro apócrifo del Antiguo Testamento introduce el personaje femenino de Lilith. Hemingway mejora el paraíso imaginario, en lugar de acabar con él, con una tercera persona que complica, sin destruirlo, el amor de David y Catherine. Tanto David como Catherine aman a esa persona, y se preparan para su entrada en la historia haciendo borrosas sus propias identidades sexuales. Catherine deviene un muchacho. Se corta el cabello. Quienes conocen bien a Hemingway reconocerán la importancia del simbolismo de ese acto. El cabello significaba mucho para Hemingway. Era un poderoso fetiche sexual, y como tal aparece y se repite numerosas veces en su propia vida y en sus libros. Incluso llegó a sentirse atraído por las espesas y negras trenzas semíticas de Gertrude Stein, que por la edad podía ser su madre. En Adiós a las armas, la trágica Catherine expresa su total entrega a Frederic Henry mediante el deseo de cortar su cabello hasta dejarlo en la misma longitud que el de él. En Por quién dóblan las campanas, María encuentra en su cabello recortado una cualidad que la identifica con Jordan. Los amantes desean mutuamente convertirse en el otro, y la mejor manera de comenzar es haciendo algo en relación con su cabello.

En su biografía de Hemingway, Heffrey Meyers esclarece de forma interesante este fetichismo del cabello y la escritura de El jardín del edén. Hemingway había estado preocupado por la pérdida de su pelo, y se llevaba un crecepelo al campo de batalla (junto con su cantimplora llena de ginebra seca). En mayo de 1947, mientras iba avanzando la escritura de El jardín del edén, parece haberse permitido una última fantasía de poseer bucles femeninos en abundancia. Se tiñó el cabello de "color cobre brillante" y luego pretendía haber creído que lo que estaba usando era una botella de champú que Martha solía utilizar. El cabello hubo de reservarse para la fantasía de la ficción. El joven Adán no tiene el menor peligro de perder el suyo.

La desinformada leyenda sobre el machismo de Hemingway -su temor a la pérdida de la masculinidad, la gustosa exhibición de su velludo torso en los bares de Nueva York- no encuentra base alguna en sus sueños totalmente fructíferos de asumir una identidad femenina mientras su pareja asume las cualidades del macho. En el amor sexual, este intercambio y fusión de identidades constituyen la gran esencia edénica. Ciertamente, se trataba de un nuevo tema en 1946, y el vasto público estadounidense no estaba preparado para el mismo.

Uno no está seguro de que ese público esté preparado para ese tema ni siquiera ahora. La imagen del musculoso Hemingway, cuya agresiva masculinidad excusa en cierto modo su práctica de un oficio adamado como es el de la escritura, tiene que alternar con la difamación igualmente grosera y falsa de un hombre cuya impotencia sexual encuentra su compensación en las corridas de toros y en la pesca con arpón. El tierno y sutil Hemingway de El jardín del edén no encaja en ningún estereotipo popular.

El libro, en mi opinión, vio impedida su publicación porque el gusto del público todavía no estaba preparado para su lectura. El profesor Carlos Baker creía que no era suficientemente bueno. "Lleno de asombrosas ineptitudes y basado en parte en recuerdos de sus matrimonios con Hadley y Pauline, con algunas excursiones tras los escenarios de su vida actual con Mary", constituía un experimento de mezclar pasado y presente que no salió bien. El lector debe juzgar por sí mismo, porque Scribners lo publicará íntegro el 28 de mayo.

Que el libro significaba mucho para Hemingway, lo demuestra la cantidad de tiempo que le dedicó y la longitud del manuscrito original. De la tercera versión, la más interesante, existían alrededor de 1.500 páginas manuscritas. Scribners lo ha editado densamente, como tenía que hacerlo, pero el libro manejable que va a aparecer es todo él puro Hemingway, sin ninguna intrusión editorial ni ningún recorte imperdonable. Se trata probablemente de la obra que Hemingway tenía en su mente.

'Post scriptum'

Después de haber escrito el artículo precedente, El jardín del edén ha sido publicado en Estados Unidos, habiendo conseguido grandes ventas, aunque no tan grandes corno las conseguidas por Un espía perfecto, de John le Carré. Sin embargo, las críticas no han sido piadosas con el libro, y existe el sentimiento generalizado de que, si se hubiera tratado de la primera novela de un escritor desconocido, o hubiese sido rechazada por los editores, o bien, de haber sido aceptada por alguno, ignorada por la crítica y poco vendida, pronto se habría encontrado en las mesas de saldos de las librerías. Pero algunos de los que admiramos a Hemingway pensamos que tenemos que ser indulgentes. Como dijo Thomas Mann, no podemos escribir bien durante todo el tiempo, y lo inferior debe tomarse como la expresión de un aspecto del alma del escritor tan digno de ser examinado como lo superior.Hace ocho años, yo escribí un libro sobre Hemingway. Lo escribí porque se me pidió que lo hiciera: estaba pensado para llenar un hueco en una serie de volúmenes ilustrados relacionados con la literatura moderna. No acepté el trabajo con un gran entusiasmo. Como novelista, yo había recibido la influencia de Joyce, James, Ford Madox Ford, Aldous HuxIey, Evelyn Waugh y VIadimir Nabokov, pero Hemingway fue siempre demasiado simple y agresivamente masculino para mi gusto. Pensaba que no podía aprender nada de él. Pero habiendo releído sus principales novelas -en particular, The sun also rises (Fiesta), he llegado a la idea de que el éxito de Hemingway en la limpieza de la prosa inglesa y la conversión de ésta en un instrumento para la expresión de lo nervioso e instintivo, más que de lo cerebral, era un éxito muy grande. Es el estilo lo que cuenta, más que el contenido, pero ha demostrado ser un estilo muy fácil de imitar. Escritores inferiores han aprendido del estilo de Hemingway. Críticos inferiores han confundido a los imitadores de Hemingway con el gran original. Creo que está pasando ahora con El jardin del edén.

Para apreciar este estudio de la inocencia tenemos que recobrar la nuestra. Hemingway mostró a toda una generación cómo convertirse en criaturas de instintos no sofisticados, pero eso fue en la década de los años veinte. Lo intentó de nuevo a finales de los cuarenta, pero nadie podía ser inocente después de Auschwitz. En la década de los ochenta, la inocencia es una causa totalmente perdida. Acercarse a El jardin del edén con el espíritu idóneo requiere un gran esfuerzo de imaginación histórica. Pocos críticos han sido capaces de hacer ese esfuerzo. Ahora éste debe dejarse a los lectores ordinarios.

Traducción: Carmen Ruiz de Elvira.

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