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La muerte del líder de Alfaro Vive, duro golpe para la guerrilla de Ecuador

La muerte de Arturo Jarrín, máximo dirigente del grupo guerrillero ecuatoriano Alfaro Vive, representa en apariencia un golpe mortal para esta organización armada, que en los últimos 10 meses ha perdido a tres de sus jefes de mayor jerarquía.Jarrín, Ricardo en su organización, murió a los 29 años de edad, de ocho balazos, en un enfrentamiento con la policía ecuatoriana al norte de Quito.

Su desaparición se suma a la de Fausto Basantes y Hamet Vasconez, altos dirigentes de Alfaro Vive, con lo que el mando de esa organización queda en manos de Rosa Cárdenas, Edgard Frías y Justina Casco.

El último año estuvo lleno de reveses para el grupo guerrillero ecuatoriano que, al mismo tiempo que se enfrentaba a las sucesivas caídas de sus militantes, vio fracasar la aventura internacional que emprendió junto a los grupos insurgentes Movimiento Diecinueve de Abril (M- 19), de Colombia, y Tupac Amaru, de Perú, con los cuales formó el Batallón América, en la actualidad casi paralizado por el hostigamiento del Ejército colombiano.

Creado a comienzos de esta década, Alfaro Vive recrudeció su actividad al asumir la presidencia de Ecuador el socialcristiano León Febres Cordero el 10 de agosto de 1984. El robo a bancos y la ocupación de emisoras de radio para emitir su propaganda son las acciones más practicadas por el grupo armado, con ocasioriales enfrentamientos con la policía que han costado la vida de 25 alfaristas y la detención de otros 50 militantes.

Ecuador es un país sin tradición guerrillera, a diferencia de otras riaciones de América Latina, lo que ha impedido que Alfaro Vive haya logrado calar entre la población. Con una ideología confusa -se declaran de izquierda, no marxistas y nacionalistas-, la organización comulga con las posturas de los partidos de centro e izquierda opositores al Gobierno de Febres Cordero, a quien consideran un representante de la oligarquía.

Jarrín era un hombre temerario que, a, pesar de tener su cabeza a precio (30.000 dólares), fijado por el Gobierno, se movía en automóvil por Quito pasando los sernáforos en rojo.

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