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Los políticos no respiran

El yoga tiene muchas ventajas. Entre otras, que no nos tomemos demasiado en serio a nosotros mismos. El yoga rompe con nuestra seriedad, producto sobre todo de nuestras tensiones y del estrés en que vivimos. Es un ejercicio de humor integral con nuestro cuerpo y nuestra mente, porque para este sistema, hasta Dios juega y se divierte con los hombres y sus cosas; y esto, los que somos creyentes o agnósticos, con nuestra seria postura lo hemos olvidado.Los políticos no son menos ni más que los demás ciudadanos. Son hombres -cuando los tratas de cerca- como todos los demás; pero que, al sentarse en el sillón, se revisten de una cáscara de dignidad y de seriedad que los distancia de la realidad.

Cuando salen en la pequeña pantalla -salvo excepciones- se ve muy claro lo que digo. Una muestra de ello fueron algunos inteligentes políticos que, después de un comienzo tranquilo, volvían a montarse en sus poltronas sin poderlo remediar, por más esfuerzos que hicieron, durante el diálogo televisivo que mantuvieron antes de las elecciones con sus contradictores.

¿Por qué, me pregunto, no hemos de tomarnos más en broma y apearnos del pedestal en que nos situamos mentalmente, para contactar mejor con la realidad y abrir caminos hacia el futuro?

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El humor es una risa bondadosa que sabe darse cuenta de la realidad, sin prejuicios, y aceptarla tal como viene; pero, no para quedarse cómodamente sentado ante ella, sino para apelar al ingenio distendido, y no a la preocupación obsesionada por los problemas que ños invaden, con él fin de poder dar el salto hacia el porvenir, aunque sea paso a paso y día a día, pero sin desmayo.

La preocupación cotidiana de los hombres públicos no les deja ver el bosque del futuro. ¿No les molestaría si les digo que no veo en casi ninguno la distendida postura de un Eisenhower ante los complicados problemas que tuvo durante la guerra mundial, como se aprecia en las fotografías que de él se hicieron entonces? Y ¿cuántos se acercarían al micrófono como Churchill en plena guerra del 40 al 45, para decir con sencillez y tono familiar -y eso le hizo ganar la guerra- que, si no reaccionamos todos, no podemos ofrecer, en esas situaciones extremas, sino "lágrimas, sudor y sangre"?

Yo mismo, cuando me veo en la televisión, no puedo por menos de reírme de algunos de mis gestos; y eso me ha llevado inconscientemente a corregirme casi sin darme cuenta.

Cojo el libro de Charlotte Wolf La psicología del gesto, que me va a servir para analizar algo bien visible en nuestros Políticos.

Empecemos por Felipe González y Adolfo Suárez. ¿No ganaría su actitud si se observaran un poco más? Yo los admiro mucho a los dos; pero no creo que les moleste si les digo que la demostrada inteligencia política de Felipe, hecha de realismo práctico que sabe intuir lo más oportuno en el momento, por delicado que sea, y de habilidad para sortear escollos tan difíciles como la OTAN o los 800.000 puestos de trabajo ofrecidos, ganaría si se diera cuenta que su mirada demasiado insistente o su hincapié al decir determinadas cosas revelan un punto de duda interior, que más, le valdría confesar, como hizo Churchill en momentos más dramáticos que los suyos, sin perjuicio para nadie.

Adolfo Suárez, tan acertado al captar votos venidos de su derecha y de su izquierda, y resurgido de sus cenizas como el ave Fénix, dejó en precario -por su excesivo calculismo- a Miguel Roca; pero le faltaría, para dar mayor seguridad a su aplomo, más claridad en sus posturas de fondo ante problemas concretos, pues esto se percibe en que la rotundez de su gesto no se corresponde con la frialdad un poco desvaída de su mirada.

Fraga, el ínclito estajanovista de la erudición, salpicada de chistes macarrónicos y de actividad que le hace un activista de la derecha tradicional, tiene dos gestos expresivos que debe superar. Al entrar en cualquier local público lo primero que hace es abombar el pecho, como para defenderse de los que tiene delante; y en la televisión, o en los mítines, no sabe mirar al auditorio, porque siempre se le escapa la mirada hacia los lados o hacia el techo, lo cual revela, para Charlotte Wolff, dos cosas que se comprueban en la realidad de su actuación política: que es "un hombre cerrado en sí mismo", y que es "ciego para el exterior suyo". Ése es su mal, y así se le escapan sus socios de liderazgo, como el agua por los agujeros de un cesto.

Arzalluz y Garaikoetxea, si miramos sus posturas en los últimos mítines, ¿qué vemos en ellos? Un líder del PNV pesado como una maza, que golpea al oyente, machacando su cerebro; y -en el otro- un disidente que se mira demasiado a sí mismo.

Y en Jordi Pujol, ¿no veríamos el símil de la fábula de la hormiga y la cigarra, con sus pasitos discretos, su presencia poco visible y su paciencia para soportar los más temibles em-bates, como el de la Banca Catalana? Y así es como va haciendo más por su Cataluña que los estentóreos Arzalluz y Garaikoetxea.

¿Y Guerra, mi apreciado guerrero del humor negro y de la figura, a veces, de malo de película? Si no se ofende le diría que es un verdadero y coherente sofista. Pero, entendámonos bien: no de los que hemos dicho caricaturescamente que eran los sofistas, sino lo que hoy dicen sus mejores investigadores, que fueron unos filósofos de la vida más inteligentes en su escepticismo pragmático, y más dignos de ser emulados, que los tradicionales y serios filósofos que se les opusieron, que las historias de la filosofia ponían en un falso pedestal. Tras su capa de sarcasmo práctico se esconde, como dice el refrán, un buen bebedor del pensamiento. Lo demuestra con un gesto que cuadra mucho con su inteligencia: el de su serena, objetiva y aguda presentación de muy diversos libros y estudios, como el de la Fundación Sistema sobre las conversaciones de Jávea acerca del futuro del socialismo.

Dice el refrán popular que "el que se pica ajos come". Por eso dudo que nadie se sienta defraudado por lo que digo. Porque ésa sería la mejor demostración de que es verdad, y de que no se quiere poner remedio al mal, por el orgullo o la dignidad malentendidos, arropados en la importancia que les hace darse a sí mismos su propia tensión desmentida.

Si nos dejamos llevar por la preocupación excesiva del momento, si pasamos de ser oportunos a ejercer el oportunismo; si el pragmatismo estrecho de hoy no nos permite otear y proponer un porvenir más ilusionado y más ideal, somos víctimas de una falsa visión de la realidad. Nuestros nervios del instante tienen, que ser calmados. Hemos de hacer Pranayama, respirando de otro modo; y calmar nuestra agitación con unas cuantas Asanas.

Si queremos ser humanistas, socialistas o no, pero humanistas, recordemos la observación del psicólogo Allport: "El hombre sólo se diferencia del animal en que aquél se propone metas de largo alcance, y éste no". Necesitamos -por eso- vivir de utopías, pero de utopías realistas, que nos hagan poner los pies, desde el primer rnomento, sobre el suelo. Nuestra meta es la difícil propuesta de Henri Lefèbvre: "Un ideal sin idealismo".

Y que nuestros polIticos no se vuelvan tan serios como los papas por demasiado celosos de su dignidad. De éstos sólo pueden contar los especialistas dos papas jocosos, entre los casi 300 que ha habido: el inteligente Gregorio Magno y el perspicaz Juan XXIII, lleno de picardía campesina, con la que venció a la pesada blurocracia vaticana.

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