El viaje a ninguna parte de los Muñoz
La familia cuyo barco naufragó cuando se dirigía a Australia en busca de una nueva vida, varada en Vigo
Juan Ramón Muñoz, un andaluz de 53 años, residente en Santander; su mujer, Florentina Martínez; sus tres hijos y el perro, Gaddafi, esperan en su barco, el Florentina, anclado en el puerto de Vigo, tras naufragar el pasado día 11, a que las autoridades decidan si la cantidad exigida por el armador del mercante alemán que lo rescató, más de millón y medio de pesetas, es adecuada. El barco, un velero de 12,5 metros de eslora, se dirigía a Australia, donde sus tripulantes pensaban pedir trabajo, cuando quedó a la deriva a causa de una tempestad, a la altura de la Costa de la Muerte.
Juan Ramón Muñoz nunca pretendió ser almirante de la mar océano. Él dice que, simplemente, le llevó a embarcarse el hambre. Pocas horas antes de su particular 12 de octubre, en la madrugada del día 11, creyó que nunca podría volver a gritar itierra! Entonces se encerró con su mujer, sus tres hijos, un amigo del mayor y el perro, Gaddafi, en las entrañas del velero y quedó a merced de las olas, con el timón roto. Nadie pronunció palabra. Nadie se permitió una lágrima. Sólo se miraron y se encogieron de hombros.Sevillano como Rodrijo de Triana, osado como el propio Colón, Juan Ramón Muñoz y su familia fueron recogidos, en medio de una tempestad, con olas de más de 10 metros, cuando navegaban a la altura de la Costa de la Muerte, a unas 30 millas del puerto de Vigo. Su viaje de ocho meses se truncó a los 10 días, a la altura de Finisterre. Se dirigía a Australia para intentar acabar con cinco años de paro.
El día 1 de octubre salieron de Santander. Junto a Juan Ramón Muñoz, de.53 años, viajaban su mujer, Florentina Martínez, de 49; Juanma, Javier y Jorge, los tres hijos del matrimonio, de 27, 18 y 14 años, respectivamente, y Juan Manuel Errea, un joven navarro, amigo del hijo mayor, que iba a acompañarles, pilotando, hasta el sur de España.
La familia Muñoz llevaba ya tiempo viviendo en Galizano, un pueblo de Cantabria, y antes había estado en Alemania, adonde Juan Ramón Muñoz emigró por primera vez a los 26 años, ya casado. Fue en Sevilla, cuando tenía 13 años, donde aprendió el oficio de calderero naval, y en Stuttgart donde pudo ejercerlo, donde decidió que no hay compañeros, jefes empresarios como los alemanes. A Juan Ramón Muñoz se le cae la baba hablando de ellos. Ahora, cuando se le pregunta por qué se vino de Alemania, dice tan sólo: "Por esa nostalgia cabrona que tenemos los españoles del terruño".
Cuando los componentes de la familia Muñoz vieron el Florentina, bautizado así por el nombre de la madre, flotando en el puerto de Santander sonrieron. En sus 12,5 metros de eslora y 3,6 de manga, 16 toneladas de peso y chapas de cinco milímetros de espesor convergían muchos meses de trabajo -el barco lo construyó Juan Ramón Muñoz integramente- y los casi dos millones de pesetas empleados en él.
Para poner a flote el velero habían quemado otras naves: habían vendido el piso y los muebles, cortado amarras con muchos años de vida. Embarcaron algunos cuadros, pintados por el padre. Atrás no dejaban ni a Gaddafi, un perrucho marrón de cinco meses que, según el cabeza de familia, es un tripulante más.
'Gaddafi' y 'Reagan'
Gaddafi sustituyó a otro perro que tenían, llamado Reagan. Pusieron al nuevo el nombre del líder árabe porque los dos chuchos se pasaban el día dándose leña, y era el momento de la agresión norteamericana a Libia. "Además, qué quiere usted, se le parece", dice convencido Juan Ramón Muñoz.Afirma el cabeza de familia que tenían ya experiencia marinera. Pero lo cierto es que, en la singladura que iniciaron, no previeron, por ejemplo, el radar. Y, a los pocos días de zarpar, encallaban a la altura de Llastres, en la costa asturiana de Los Llesones. El hijo mayor tuvo, que regresar a Santander en busca de un radar. El Florentina continuó su viaje.
El viernes 10, poco después de pasar el cabo Vilano, empezaron a levantarse ráfagas de aire Los Muñoz pensaron que sería un buen momento para dar un descanso al motor. Unas horas después, al llegar a Finisterre, el viento sopló más fuerte. A las ocho de la tarde comenzaron a perder el control del barco. Al filo de la medianoche se rompió el timón. El velero empezó a ir a la deriva. Por medio del radar, los tripulantes localizaron varios barcos que navegaban en las mismas latitudes y lanzaron el SOS.
Fue entonces cuando llegó el momento ese que Juan Ramón contaba al principio, cuando todos se encerraron abajo, dando tumbos, y se resignaron a morir sin siquiera despedirse, mirándose a los ojos. "No se vio una lágrima; no se oyó un grito", repite Juan Ramón Muñoz. Ahora piensan que sólo les salvó que el barco no volcara.
No saben qué tiempo transcurrió. Pero, de repente, a las tres de la madrugada, un barco británico que iba a Grecia, y que ahora saben que se llamaba Mishnish, les dijo que acudía en su busca, pero que no podía verles, por la altura de las olas. Los Muñoz encendieron todas las luces del Florentina y lanzaron varias bengalas. "Nunca olvidaré el comportamiento del capitán británico, sus atenciones, sus palabras de tranquilidad mientras no podía acercarse a nosotros y la seguridad que nos dio por radio de que iban a rescatarnos", dice el patrón del velero.
Sobre las cinco de la mañana les avisó la tripulación británica. "Salimos como pudimos a la cubierta. El viento nos zapateaba, pero las ganas de vivir eran más fuertes". Dice Juan Ramón Muñoz que treparon "corno gatos" por las cuerdas y escalas que les echaron hasta alcanzar la cubierta del Mishnis. El Florentina, con todas sus pertenencias, quedó a la deriva.
Una vez a salvo, avisaron a la comandancia de Marina, que alertó a varias unidades, La Radio Costera empezó a dar la posible situación del barco a la deriva. Un remolcador salió de Vigo para intentar localizar al Florentina. Lo encontró un mercante alemán, el Lena Wesseis, y lo llevó hasta el puerto gallego donde ahora se encuentra.
Gastos de demora
El derecho del mar permite que un barco a la deriva pase a propiedad de aquel que lo encuentre. El capitán del mercante alemán renunció a cobrar la parte que correspondía por el salvamento del barco y se limitó a pedir a la familia Muñoz, como recuerdo la bandera española y el gallardete que llevaba.Pero el armador, propietario del barco, decidió no ser tan generoso, y exige a Juan Ramón Muñoz y su familia 25.000 marcos, más de millón y medio de pesetas, por los gastos de demora y el desvío de ruta que sufrió el mercante para remolcar al Florentina.
Los Muñoz esperan acontecimientos, anclados en el puerto de Vigo. Si el armador alemán insiste en su petición aunque la decisión sobre la cantidad definitiva es del Juzgado de Marina", dice Juan Ramón, la familia tendría que abandonar el barco, donde, de momento, les dejan vivir, o, si lo aceptara algún banco, hipotecarlo, irse a Australia, donde el mayor de sus tres hijos, soldador de profesión, es residente, y venderlo allí.
De tener que abandonar el velero, sería empezar de nuevo, "cosa que no nos arredra". El cabeza de esta familia lanzada a la aventura de navegar ocho meses para intentar subsistir cerca de las antípodas se niega a oír hablar de suscripciones populares para ayudarles, como alguien había propuesto. "No nos lo permitiría nuestro orgullo. Hay personas que lo necesitan más que nosotros. Siempre nos las hemos arreglado solos".
Aunque en ese solos se incluya alguna hábil y oportunista forma de obtener dinero: "Mire, yo no vuelvo a hablar con un solo periodista. Y tengo una historia enorme que contar, y fotos, desde la construcción del barco. Pero esa historia cuesta 1.200.000 pesetas".
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