Democratizar el PRI, ¿misión imposible?
Hubo siempre dos corrientes en el complicado fénomeno llamado revolución mexicana: la popular y la democrática. La primera fue progresista, mientras que la segunda tendió al conservadurismo. Desde que Carranza subordinó militarmente a Villas y Zapata, la corriente democrática conservadora fue imponiéndose en las decisiones del grupo gobernante en México. Es cierto que en los años veinte Obregón y Calles actuaron de tal modo que llegaron a ser considerados bolcheviques por la opinión pública internacional pero en realidad inhibieron el radicalismo de la revolución.Y es verdad también que el presidente Cárdenas revitalizó entre 1934 y 1940 la raíz popular de la revolución. Pero salvo esa circunstancia, la revolución y su partido tendieron a moderarse, edulcorarse, al grado que desde 1946 el partido gubernamental se llama revolucionario institucional. Eso que parece una dicotomía irresoluble, indica la tensión en que se ha desenvuelto dicho Partido, tensión resuelta en favor de lo institucional en una creciente inclinación al inmovilismo.
Por eso provocó sorpresa el que a mediados de agosto se filtraran noticias sobre la integración de una corriente democratizadora en el interior del PRI. Se inició entonces una comedia de equivocaciones: el bautizo mismo del grupo emergente resultó fallido, pues lo que sus miembros reivindican es precisamente el carácter popular y nacionalista de los principios del partido. Corriente progresista es una denominación que les hubiera cuadrado mejor. Y como la noticia se hizo pública prematuramente, gracias a la impaciencia de algunos impulsores, no quedó claro nunca quiénes en verdad la integraban: el embajador de México en Madrid, Rodolfo González Guevara, por ejemplo, cuyo talante ideológico encaja bien con el del resto de los mencionados, debió marginarse públicamente de aquel movimiento. Y así hicieron otros, especialmente cuando las primeras difusas informaciones sobre tal corriente suscitaron un rechazo generalizado expresado, a veces, en términos duros, desde la burocracia del partido y aun en el presidente de la República.
Sólo al iniciarse octubre ha comenzado a perfilarse con mayor precisión esta corriente. Nueve miembros del PRI emitieron, si no protocolos, un documento de trabajo en el que expresan su punto de vista frente a la terrible crisis que azota a la economía y a la sociedad mexicana. Tres nombres tienen importancia: Cuauhternoc Cárdenas, hijo de don Lázaro y que recientemente concluyó su gestión como gobernador del Estado de Michoacán, Carlos Tello, que fue secretario (ministro) de Planeación y Gasto y Porfirio Muñoz Ledo, también ex ministro (de Trabajo y Educación), ex presidente nacional del PRI y ex embajador en las Naciones Unidas.
Son claros los orígenes y los propósitos de esta corriente a la que, sin embargo, se le debe pronosticar la frustración de sus aspiraciones. Por un lado, la feroz crisis que empobrece y apesadumbra a los mexicanos, después de un fugaz período de auge que benefició a una minoría, está siendo atacada con instrumentos monetaristas y neoliberales que cargan en los trabajadores los mayores efectos de la encrucijada económica. El grupo que dentro de la clase gobernante administra hoy el país padece obsesiones financieras y privilegia la eficiencia económica por encima del desarrollo social.
Desnacionalización
A tal tendencia se oponen los integrantes de la corriente llamada democratizadora. Su objetivo, en consecuencia, es contribuir a que se revierta tal inclinación de la política económica, uno de cuyos resultados principales es la desnacionalización de la planta productiva y su achicamiento.
Pero tal vez los promotores de esta corriente escogieron mal los mecanismos para conseguir sus propósitos. El PRI, a pesar de que dispone de un patrimonio ideológico, ha ido reduciéndolo a pura retórica y es, sobre todo, un aparato electoral entregado al más crudo pragmatismo. Con tal de triunfar en las elecciones de Chihuahua, por ejemplo, no vaciló en tener un candidato de orientación derechista (para contrarrestar la popularidad de la oposición de derecha) y en recurrir a procedimientos que no pueden, en todos los casos, ser documentados como fraudulentos pero que hacen de la jornada electoral y su calificación un proceso por entero inequitativo a su favor.
En un partido pragmatizado a tal punto, la discusión doctrinal sobre la orientación del Gobierno carece de sentido; en el mejor de los casos está destinada a provocar efectos mínimos sobre la acción gubernamental. Por añadidura, aunque encuadra a la mayor parte de los obreros y campesinos organizados, el PRI carece de una activa vida militante.
Por añadidura, los promotores de la corriente no tienen influencia sobre el partido. Cárdenas resume en su nombre el carácter de la corriente, pero carece de arraigo en los cuadros partidarios, a grado tal que los últimos días de su gobierno en Michoacán le fueron amargados por el equipo del gobernador entrante, cercano al presidente de la República. Tello fue uno de los autores de la nacionalización bancaria de 1982, repudiada por la actual Administración y Muñoz Ledo, el más conocido de todos, recuerda demasiado a Echeverría, uno de los ex presidentes con menos prestigio.
Nada de eso quita, sin embargo, la necesidad de que el partido gubernamental en México emprenda, hacia adentro y hacia afuera, una intensa reforma. Por su carácter de partido de Estado, creado desde arriba para la transmisión de intrucciones verticales, la noción de democracia parece por entero exótica en su interior, a pesar de que se lea con abundancia la palabra en sus documentos oficiales. Pero ante el agudizamiento de la crisis económica y el inminente riesgo de su conversión en incontrolable crisis política, el PRI podría convertirse en el factor de preservación de una paz social no afincada en la contención de las demandas ciudadanas. No es posible que ocurra.
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