A la búsqueda de la derecha perdida
COMO PROUST y su magdalena, la derecha española se debate contra el tiempo de su esplendor fenecido. El problema es sencillo de enunciar: busca una solución a sus problemas lindante con la cuadratura del círculo.La separación de su partido del ex secretario general de Alianza Popular, Jorge Verstrynge, y otros destacados ex dirigentes, y su pase al Grupo Mixto del Congreso, difícilmente cerrará la crisis en el principal grupo de la oposición. La convocatoria de los cinco disidentes ante el comité de disciplina, dando por supuesto que no comparecerían, puede ser un intento por parte de la cúpula aliancista de acelerar el proceso de divorcio del antiguo delfín, a fin de clarificar cuanto antes la situación interna y trastocar el calendario de ruptura previsto por los que se van. Éstos hubieran deseado contar con más tiempo para dosificar iniciativas como la fuga al Grupo Mixto, el lanzamiento de una plataforma de debate y la eventual creación de un nuevo partido. El recurso al comité de disciplina ha precipitado las cosas y, si bien la incomparecencia ole los acusados será utilizada como prueba de su culpabilidad, es poco probable que sirva para evitar el debate interno que los críticos pretendieron suscitar y cuya urgencia ha sido demostrada por el propio desenlace de la crisis.
Pretender reducir el problema a una cuestión de disciplina -presunta filtración a la Prensa por parte de Verstrynge de documentos internos del partido, declaraciones extemporáneas de Olarra, etcétera- es practicar la política del avestruz. Quizá la propuesta de presentar la candidatura de Fraga a la alcaldía de Madrid fuera inoportuna para los intereses de AP, y tal vez la impaciencia del ex secretario general o la tosquedad de Olarra provocaron efectos inconvenientes. Pero la cuestión de fondo -la necesidad de someter a debate el liderazgo, de la derecha y los métodos de funcionamiento interno de un partido hecho a imagen y semejanza de Fraga- no tiene nada de artificial.
Las elecciones de junio, tres meses después del referéndum sobre la OTAN, confirmaron que una opción patroneada por Fraga tiene un techo -ese famoso techo cuya existencia el propio Fraga negara- y es incapaz de recuperar los votos perdidos por los socialistas. Ello ha sido consecuencia de la política desarrollada por la derecha desde la oposición, por una parte, y de la imagen que el liderazgo de Fraga confiere a esa oposición, por otra. A Coalición Popular le faltaron reflejos para comprender que la evolución del PSOE hacia la derecha vaciaba de contenido su mensaje tremendista sobre los males que aguardaban a la sociedad española por haber votado como lo hizo en 1982. La comparación entre los resultados de hace cuatro años y los de junio pasado más bien indica que el mensaje de moderación (reformas a largo plazo y sin riesgos) propuesto por los socialistas ha llegado a las zonas en que es mayor el peso de las ideologías conservadoras y tradicionales, como el campo, mientras que la contestación se inicia en sectores urbanos y laicos. Las advertencias apocalípticas han contrastado durante cuatro años con la evidencia de que no pasaba nada, o casi nada, y la oposición de derechas, crispada por la ausencia del poder de algunos de sus personajes, ha perdido pie.
Se ha dicho hasta la saciedad cuál es el drama de los conservadores españoles: el que Fraga tiene un techo, pero también un suelo. "Con Fraga la derecha no gana nunca", dijo Olarra, expresando así paladinamente lo que otros pronunciaban en voz baja. El problema es que sin los cuatro o cinco millones de votos fieles a Fraga ninguna opción de derecha o centro derecha puede aspirar a hacer sombra a los socialistas, y así se puso de manifiesto en el fracaso de la operación Roca y otras similares, que ni siquiera llegaron a tener nombre propio. La conclusión sería que Fraga ni come ni deja comer.
La ruptura de Coalición Popular, iniciada con la fuga de los democristianos y continuada por la separación de los críticos de AP, responde a razones que van más allá de la fidelidad al líder, y que desbordan el marco estricto de la coalición. La derecha no ha conseguido articular una alternativa solvente al socialismo gobernante porque no ofrece soluciones políticas diferentes -sólo pataletas ideológicas- y porque ha sido incapaz de generar un liderazgo diferente al de Fraga. Los que ahora se marchan han participado desde posiciones relevantes en la definición de ese fallido mensaje. Quizá han tardado demasiado en comprender la relación que existe entre el problema del liderazgo, por una parte, la estructura presidencialista y dudosamente democrática de AP, por otra, y la falta de credibilidad de ese partido como alternativa de poder. El debate que reclamaban sigue pendiente, pero seguramente sólo será útil si da ocasión para que la derecha se plantee las cosas en términos que trascienden a la cuestión de la jubilación de Fraga. En definitiva, si se elabora un programa y una discusión políticos al margen de las ambiciones personales de la miríada de personajillos que anegan con su presencia la representación formal de la derecha y de sus más conspicuos portavoces.
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